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Opinión

Manipulados y acojonados

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la reunión del Consejo de ministros.

La gran batalla que se dirime en esta España del coronavirus no está en el frente de la epidemia sino en los vericuetos de la hegemonía por dominar la información. Una lucha a muerte por la victoria en ese titular que sea eficaz entre la morralla de las redes y consiga confundir al enemigo y le implique en defensas numantinas de las cosas más pedestres. Así, dónde pernocta, con quién y hasta a qué horas, se han convertido en tema de alta política, no digamos ya quién paga su derecho a almohada. La izquierda institucional se ha lanzado a la caza y captura de titulares que cubran al oponente de todas las corruptelas, en la confianza de que el espectáculo tendrá contenta a la parroquia. Prohibido hacer preguntas. Los allegados, que no otra cosa son los hooligans del equipo gubernamental, deben asumir que su papel en esta historia es la de servir de mercenarios involuntarios.

En esta transmutación de valores en la que nos han metido, la vieja querencia de la derecha ha ido empapándolo todo y hoy constituye el único asidero de una izquierda “por la gracia de Dios”, la única existente y cuyo ejército gana las más pírricas batallas, que son las que se dan en el BOE y en los medios afines. Conozco supuestos periodistas, hoy corta cabelleras, que pueden jactarse de haberse cobrado ya media docena de víctimas.

Cuando en una rueda de prensa el acoquinado plumilla con derecho a titular pregunta al presidente Sánchez si no es menos cierto que tenemos en él la garantía del futuro de la izquierda, se observa al preclaro jefe del clan de los mentirosos que inicia su respuesta tuteándole y anteponiendo un “Carlos” como señal de confianza.

Porque se está refiriendo al portavoz adjunto de la Moncloa misionado en el periódico que lleva compartiendo los azares del poder desde que se creó, aún caliente el cadáver de Franco. En ese momento no se trata de El País, ni de Carlos (Elordi) Cué, sino de quien ha sido señalado por el omnímodo dedo del jefe disfrazado de pagafantas como el más querido de los amigos, ariete frente a enemigos despreciables en la defensa de la buena causa que, como es sabido, es la de Sánchez y cierra España. Pueden inquirir lo que desean, que luego el Poder, el Mando Único, le responderá lo que le pete, sin derecho a réplica, porque él y sólo él sabe que nadie cuestionará lo que afirme. y si lo hiciera, que los dioses le cojan confesado; será la última vez que podrá chupar cámara y menos aún tener la honra de vasallo ennoblecido con derecho a ser incluido en la primera palabra cuasi evangélica…”Carlos…”

Lo que viene luego no cuenta, sólo ese Carlos que le otorga la categoría de amigo, empleado, siervo, o lo que sea, digno de compartir las migajas de la mesa del señor. “Carlos…” Presidente, a sus órdenes siempre, que soy de familia de viejos vasallos ya curtidos en los arrumacos y el pelotilleo. No es únicamente un periodista de los nuevos o viejos tiempos sino un paradigma, que dirían los pedantes. Vino viejo en odres nuevos. Eso que la gente llana tiende a simplificar con un “es lo que hay”.

Ni Sánchez desea un acuerdo entre socios e iguales porque desharía sus pactos de minorías y su papel de rey de la mesa de juego. Tampoco Casado, que entiende su propio linchamiento como un precio que hay que pagar para ganar tiempo en el desmoronamiento del adversario"

La batalla por el titular exige, como en las novelas de crímenes y hampones, que haya como mínimo un muerto. De un tiempo a esta parte no hay gran titular, ni tema adictivo sin un cadáver insepulto o enterrado en el silencio. Es obligado liquidarle a golpe de manipulaciones que hagan el efecto de un escándalo. Y exigen la parcialidad, no son comparables las situaciones porque cada cual es diferente, baste decir que unos son los compadres y otros los enemigos. La vicepresidenta Carmen Calvo puede vivir durante un mes en un piso de esos que se miden por centenares de metros en el purito centro de Madrid, que bastante tiene con la infección de coronavirus, y me parece legítimo que no pague precio alguno por ello, ni siquiera en negritas de titular. Silencio. Pero no es lo mismo que la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, cuya capacidad para meterse en charcos no tiene límites y cuya voracidad para la torpeza verbal está probada, que ejerce de Esperanza Aguirre en la medida en que la empleada de hogar imita a la propietaria, pero como no hay más cera que la que arde y además se ablanda con el manoseo, hete aquí que le ha caído la del pulpo por un quítame allá 80 euros. Partiendo de que me la bufa Díaz Ayuso, de que no la votaría nunca ni por exclusión, de que soy alérgico a su tonillo de niña bien de casa mal, añado que tiene razón para indignarse por el linchamiento.

Descubrir ahora que existen dos pesos y dos medidas era una práctica habitual de la derecha en otros tiempos borrascosos. Ahora es verdad de fe también en la izquierda institucional. Esquerra Republicana de Cataluña le dice que 'no' a Sánchez en ese ejercicio de prestidigitación en el que se ha convertido el confinamiento y nadie del mercenariado osa desacreditarles por frívolos y funambulistas de la política, siempre haciendo malabares sobre la cuerda floja de una militancia conservadora y xenófoba. Pero el PP de Casado opta por la abstención y le caen chuzos de punta por insolidario y cómplice de las muertes por coronavirus. ¿Alguien lograría entenderlo sin apelar al vasallaje y la manipulación de la realidad? Ocurrió con el alcalde de Badalona, García Albiol, beneficiario durante años de las artes, malas artes, de Iván Redondo. Fue su jefe de campaña, el mismo que pechó con las manifestaciones que encabezaban Pilar Rahola y Enric Juliana tildándole de xenófobo, racista y otras menudencias. Ahí sigue todos, al servicio de los adversarios de ayer; en la misma trinchera, pero cobrando en otra ventanilla. 

Aclarémonos. Ni Sánchez desea un acuerdo entre socios e iguales porque desharía sus pactos de minorías y su papel de rey de la mesa de juego. Tampoco Casado, que entiende su propio linchamiento como un precio que hay que pagar para ganar tiempo en el desmoronamiento del adversario. Lo que manipuladores y enquistados no podrán negar es que el vapor social está aumentando tanto que anuncia explosiones en cadena.

Pronto se desactivará el miedo y perderá eficacia la fábrica de mentiras. En el fondo no son más que paliativos que sirven de alivio para los optimistas del Séptimo Día. Sucede con la fe, que sólo la tienen los que la buscan.

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