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Opinión

Los malditos aviones, el Falcon y el 'guarro' de Almeida

No dirán que no se lo advertí. Hace un par de semanas, en un artículo sobre el insoportable sectarismo de cierta izquierda, les conté mis sospechas de que pronto los nuevos progres secuestrarían en su beneficio la causa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Y así ha sido. El pasado sábado miles de personas se manifestaron en la capital de España en defensa del proyecto Madrid central al grito de "Al trío de Colón, le va la polución". Objetivo cumplido: ya tienen otra bandera que sumar a su colección junto a las del movimiento gay y el feminismo.

Bien es cierto que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, venía apuntando maneras y nos dio una pista definitiva el pasado 6 de junio, cuando compareció en La Moncloa tras encargarle el Rey la formación de Gobierno y nos anunció cuáles serán sus cuatro prioridades si consigue sacar adelante su investidura. Agárrense a la silla, que vienen curvas: la transición ecológica, el impulso a la digitalización, la lucha contra la desigualdad y el fortalecimiento de Europa.

Han leído bien, nada dijo Sánchez sobre Cataluña o algunos otros temas que preocupan mucho a los españoles, pero eso ya es harina de otro costal. Lo que está claro es que el presidente va a poner el foco en los temas medioambientales y precisamente los lectores de Vozpópuli tuvieron el pasado jueves un anticipo de lo que nos espera: el Gobierno estudia prohibir los vuelos cortos para reducir la contaminación. No, no es una broma. El Ejecutivo, siguiendo la moda de países como Suecia, ha empezado a colocar en el punto de mira el transporte aéreo porque es la forma más contaminante de desplazarse.

La intención es suprimir los vuelos de menos de 750 kilómetros que cuenten con una buena alternativa por ferrocarril. Entre ellos estaría el trayecto Granada-Madrid, dos ciudades que acaban de quedar conectadas por AVE. Poco importa que, en realidad, esa línea de alta velocidad sea una estafa, pues tarda tres horas y 20 minutos en recorrer un trayecto que, en automóvil, dura cuatro horas exactas sin sobrepasar los límites de velocidad.

Poco importa también que el avión no sólo sea mucho más rápido, sino que en la mayoría de lugares donde compite con el AVE es una alternativa más barata gracias a que en el sector aéreo hay libre competencia, mientras que en el tren seguimos todavía esperando que alguien le ponga las pilas a ese dinosaurio llamado Renfe.

Y poco importa que los costes de construir un kilómetro de AVE y del mantenimiento posterior de la línea sean enormes y que incluso haya estudios que pongan en cuestión su viabilidad económica

La vergüenza de volar

Estamos, pues, en el inicio de la demonización del avión. Algunos ya están propagando el eslogan "la vergüenza de volar" (flygskam), como si hubiera que pedir perdón por ello. Y, en vez de proponer que se investigue cómo conseguir aviones menos contaminantes, exigen liquidar un sistema de transporte que ha revolucionado nuestras vidas y que, en gran medida, es responsable de lo que llamamos globalización.

No hay nada más respetuoso con el medio ambiente que prohibir todo lo que contamine, pero eso nos llevaría a la edad de piedra

En esta turbia época en la que algunos parecen empeñados en levantar nuevas fronteras, esto de prohibir los aviones viene como anillo al dedo. Que cada uno se quede en su pueblo, volvamos a los orígenes. ¿Qué será lo próximo? Quizás prohibir las lavadoras porque, como todo el mundo sabe, son las responsables de la mayor parte del consumo eléctrico de un hogar.

Obviamente, no hay nada más respetuoso con el medio ambiente que prohibir todo aquello que contamine, pero eso nos llevaría de nuevo a la edad de piedra. Sin embargo, hay una alternativa mucho más coherente con la historia de la humanidad: promover avances que permitan corregir los inconvenientes de nuestras propias invenciones. Y, si concluimos que los aviones son demasiado contaminantes, la solución no puede ser prohibirlos, sino inventar aviones que no contaminen. Y ahí está el ejemplo del coche.

Yo en Falcon, tú en AVE

Por otro lado, el problema es que los nuevos apóstoles del ecologismo luego son tan torpes que cometen errores de campeonato. El propio Sánchez, que en el viaje inaugural del AVE a Granada se fue en tren (no tenía más remedio), prefirió regresar a Madrid en su famoso Falcon, que por cierto hizo el viaje de ida hasta la ciudad andaluza completamente vacío.

Menudo derroche e incongruencia en un político cuya primera prioridad es la "transición ecológica". Es algo parecido a lo que le ocurrió en noviembre del año pasado, cuando movilizó un Falcon, un Airbus y un helicóptero para que un buen número de ministros pudiera acudir a Valladolid, que se encuentra a apenas 200 kilómetros de la capital de España... y que en AVE está a una hora.

La otra cara de la moneda de esta estrategia de cierta izquierda de apropiarse de la defensa del medio ambiente es culpar a la derecha de ser gente sin escrúpulos que está a favor de la contaminación. Es lo que pretende esa consigna de "al trío de Colón, le va la polución" y lo que estamos viendo con la campaña contra el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, al que se acusa de querer eliminar Madrid central, esa genialidad puesta en marcha por Manuela Carmena a la que nadie puede osar tocar ni una sola coma. 

Poco importa que en el programa de gobierno suscrito entre el Partido Popular y Ciudadanos el pasado 14 de junio no se hable de eliminar Madrid central, sino de reconvertirlo en un Área de Prioridad Residencial (APR) y de "abrir un proceso de consulta para evaluar mejoras en el sistema".

Es verdad que, mientras tanto, el alcalde ha decidido no multar a nadie por entrar con su vehículo en el centro de Madrid. Pero igual de cierto es que en el proyecto estrella de Carmena no se comenzó a multar hasta el pasado 16 de marzo... y que de las 8.000 multas impuestas desde entonces 6.600 han tenido que ser anuladas debido a errores. Luego no parece una idea tan peregrina dejar de multar de momento.

Los 'cerdos' del PP

Todo eso y lo que diga Martínez-Almeida da igual. Aquí ya se ha instalado la idea de que los del PP son unos cerdos que lo único que quieren es que todos los madrileños muramos por los gases tóxicos de los coches.

No sé en qué acabará Madrid central, probablemente en un simple cambio de nombre, pero el proyecto actual dista mucho de ser perfecto, pues se aprobó con precipitación y sin consenso. Las consecuencias de ello son variopintas: desde un efecto disuasorio que ha alejado a mucha gente del centro por miedo a ser multada o por puro desconocimiento, pasando por el caos de las multas comentado antes, hasta un sorprendente carril bici que casi nadie se atreve a usar porque va incrustado entre los autobuses y los coches.

Si queremos mejorar la Gran Vía y reducir la contaminación, ¿no hay soluciones más eficaces? ¿no sería mejor, por ejemplo, peatonalizarla y poner un tranvía gratuito que recorriese continuamente la calle? ¿se puede criticar Madrid central sin ser tildado de facha o sucio?

Otra vez estamos ante lo mismo: mientras unos son puros y limpios, el resto son una panda de guarros, machistas y homófobos

Por lo demás, es muy injusto acusar al PP de defender el vehículo privado y la contaminación. Su gestión pasada demuestra precisamente lo contrario: extendieron la red de metro como nadie recuerda en ninguna ciudad de Europa y soterraron la M-30 para crear el famoso Madrid río, un parque que hoy es motivo de orgullo.

En fin, que una vez más nos encontramos ante un caso donde sólo puede haber buenos y malos, en donde todo es o blanco o negro y en donde, por supuesto, los primeros son puros y limpios y los segundos son una panda de guarros, machistas y homófobos. Menudo país que se nos está quedando.

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