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Opinión

La maldición de Siria

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, en la Asamblea General de la ONU

Hace ya más de un año que a este lado del mundo no se habla de la guerra de Siria. La prensa la ha olvidado y ese olvido se ha extendido a la opinión pública. Pero eso no significa que haya terminado. El conflicto que empezó en marzo de 2011 y que enfila ya su noveno año continúa aunque en términos algo distintos a hace un par años.

Sigue habiendo cuatro bandos, pero dos de ellos están muy debilitados: el de la oposición a Bashar al-Asad y el Estado Islámico. Los opositores ocupan una pequeña comarca fronteriza con Turquía en torno a la ciudad de Afrin y su número de efectivos mengua mes tras mes, se estima que no supera en ningún caso los 20.000 efectivos del así llamado ejército libre sirio. Respecto al Estado Islámico está prácticamente desaparecido. Aún así quedan unos tres mil milicianos que vagan por el desierto golpeando de mala manera donde pueden.

Aparte de estos dos el país se lo reparten entre el Gobierno de al-Asad y una confederación multiétnica que lleva el nombre de Rojava y que reúne a una mayoría kurda junto a minorías árabe, asiria y armenia. La frontera entre Rojava y el resto de Siria la marca el río Éufrates aunque a la altura de Raqa, la antigua capital del ISIS, ambas riberas están controladas por el ejército de Rojava.

Un país partido en dos

Desde sus orígenes en 2014 Rojava recibe el apoyo de EEUU y de la Unión Europea. La Siria de al-Asad, por su parte, está sostenida por Rusia e Irán. Esto ha conducido a una situación de bloqueo. A día de hoy Siria es un país partido de facto con dos Gobiernos, dos fuerzas armadas, dos constituciones y dos sistemas de justicia. Evidentemente esto no puede permanecer así siempre, por lo que para desbloquear la situación sólo caben tres opciones: o ir a una conferencia de partición del país (que no está en agenda alguna), o que ambas Sirias alcancen un acuerdo reconociéndose mutuamente y que formen algo parecido a una federación, o que una Siria elimine a la otra.

El acuerdo no parece factible ya que el sistema político de Rojava es incompatible con el de la Siria de Bashar al-Asad. En un lado tenemos una dictadura y en el otro una extraña confederación cuyos fundamentos teóricos son los del socialismo libertario. Luego sólo queda que uno borre al otro del mapa. Las fuerzas leales al Gobierno son mayores y cuentan con un generoso apoyo ruso e iraní. Si esto no ha acabado antes es porque Rojava se halla bajo el paraguas de EEUU que, al menos hasta el momento, no ha querido que la situación escale.

El problema se ha cronificado a pesar de que hay un actor externo pero cercano que desea una solución rápida. Se trata de Turquía, donde leen la guerra de Siria en clave interna. Uno de los efectos que ha tenido este conflicto es que ha posibilitado el nacimiento del primer Estado kurdo de la historia, lo que ha dado ánimos tanto a los kurdos de Irak, que están haciendo la vida imposible a Bagdad, como a los de Turquía. En Irak disfrutan de mucha autonomía y una administración propia. No sucede lo mismo en Turquía, donde el Gobierno les combate desde hace años.

Erdogan ha desconectado su política exterior de la de la OTAN. Ha buscado (y encontrado) sus propios aliados en Oriente Medio y se ha metido en la guerra de Siria por su cuenta

Aquí EEUU se encuentra metido en un atolladero del que no sabe muy bien como salir. Eso le ha hecho cometer algunos errores de bulto, como separar el problema kurdo en Turquía y en Siria a pesar de sus innegables conexiones. Otro error ha sido priorizar la relación con Turquía a pesar de que está demostrando que no es un aliado muy de fiar. Erdogan ha desconectado su política exterior de la de la OTAN. Ha buscado (y encontrado) sus propios aliados en Oriente Medio y se ha metido en la guerra de Siria por su cuenta apostando por unos o por otros en función de sus intereses.

A nadie se le escapa que el Estado Islámico nunca hubiese podido desarrollarse del modo en el que lo hizo sin el cordón umbilical que le unía con la frontera turca. Por ahí pasaban nuevos reclutas, dinero y todo tipo de efectos desde armas y combustible hasta alimentos. No parece, en definitiva, un aliado muy recomendable. Pero, a pesar de eso y de que Erdogan flirtea con Rusia, con Irán, con Venezuela y con todo aquel que se diga un contrapoder de EEUU, Washington le ha seguido apoyando.

Trump parece persuadido de perseverar en esa política, que significa en la práctica poner fin al experimento de Rojava y que así finalice de una vez por todas la guerra civil, que va para diez años y ha costado la vida ya a medio millón de personas. Ese es el cálculo que han hecho en la Casa Blanca. Pero una cosa son los cálculos en la sala de mapas y otra cómo aterrizan sobre el terreno esos mismos cálculos.

Rojava no se va a rendir fácilmente. Dispone de un ejército experimentado y de la solidaridad de los kurdos que viven en Turquía y en Irak. En Siria, de hecho, sólo hay dos millones de kurdos, en Irak hay seis, en Irán doce y en Turquía veinte. Acabar por las malas con Rojava podría agitar un avispero y ya conocemos las consecuencias de agitar avisperos en esa zona del mundo.

Quizá Erdogan se esté metiendo en una trampa de la que luego no pueda salir. El país no marcha especialmente bien y está sufriendo reveses electorales como el de la alcaldía de Estambul, que perdió en junio. Tal vez por eso mismo esté tan motivado por esta campaña en Siria, que dentro de casa es fácil de vender porque el terrorismo kurdo ha ocasionado infinidad de víctimas dentro de Turquía en los últimos cuarenta años. Pero una vez dentro es posible que pase verdaderos apuros, los mismos que está teniendo para sofocar la rebelión kurda que estalló en el sureste del país en 2015. A estas alturas debería saber que la guerra de Siria es un agujero negro. Todo el que cae en él se le pierde de vista.

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