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Opinión

La mala educación

Cayetana Álvarez de Toledo (PP), Aitor Esteban (PNV), Iván Espinosa de los Monteros (Vox) e Irene Montero (Unidas Podemos), antes del debate electoral a siete en RTVE.

Aitor Esteban se negó a estrechar la mano de Iván Espinosa de Los Monteros al finalizar el debate de portavoces del otro día. No se trataba de un pronto -una mala tarde la tiene cualquiera- sino de la rabia agazapada en el seno del separatismo vasco, ese odio visceral hacia los españoles. El portavoz de Vox le recordó los orígenes de su partido, citándole a ese orate machista, clasista y racista llamado Sabino Arana. Y como sea que los del PNV no gustan de que les lleve nadie la contraria, como totalitarios que son, pecó de descortés. Es lo de menos en quien que se abraza con Otegui igual que antes con Idígoras o que tiene en Arzallus el paradigma de complacencia con los asesinos etarras.

Llama la atención esa descortesía, antesala del desprecio, paso previo para deshumanizar al adversario convirtiéndolo en untermenschen, en subhombres. Y a alguien que no forma parte de nuestra especie, lógicamente, se le puede no dar la mano e incluso cosas peores. Ahora bien, que los modositos burgueses de Pedralbes, compañeros de cosmovisión del PNV, se muestren públicamente maleducados y gruñones como una anciana tieta tan podrida de millones como ahíta de gente que la quiera, eso sí que es toda una novedad. Ahí tienen a la señora Nogueras, que va por ahí calificando de ratas a policías y jueces sin que por eso deje de brillar refulgentemente esa dentadura que Dios le dio y que algún eficientísimo protésico dental abrillanta. La dentadura, claro, porque la lengua está impregnada del rencor que las señoras convergentes atesoran para escupírselo a la cara bien a su servicio, bien a los españoles.

Y qué decir de Laura Borrás, que el otro día mantuvo un absurdo rifi rafe con Susana Griso acerca del apellido de nuestra compañera, pronunciándolo Grisú, como el amenazante gas de las minas, ante las protestas de Susana, que aducía, y bien que ella debe saberlo, que se pronuncia Griso. Borrás es un espécimen político ciertamente curioso. Pasea de manera más bien triste aquello que Boni de Castellane definía como la metafísica de la insolencia, pero sin metafísica, quedándose en una simple insolente del montón, sin mayor pena ni gloria que el de la vulgaridad de sus expresiones.

Ay, señora Borrás, el problema de ustedes, los supremacistas, no es que sean unos mal educados. Es que son unos ineducados

La veíamos en La Sexta Noche refunfuñando ante otro compañero nuestro, Iñaki, que contestaba a las furibundas invectivas de la señora con paciencia franciscana y educación exquisita. La Borrás, encendida, decía que no la habían dejado hablar lo suficiente, que se la discriminaba, que todos habían tenido más tiempo que ella. Siendo como era un debate, todo estaba minutado escrupulosamente, pero la tal Borrás, acostumbrada a las arengas que suele largar en TV3 sin que nadie le diga ni pío, tan largas como confusas y mendaces, se sentía vejada por esa España que, según acabó mascullando, siempre llega tarde a todas partes. Llegó en su ira jupiterina a decirle a Iñaki que no pretendiera darle clases de educación. Ay, señora Borrás, el problema de ustedes, los supremacistas, no es que sean unos mal educados. Es que son unos ineducados, careciendo de la más elemental noción de respeto hacia el prójimo.

Niñas y niños mimados que han hecho, hasta ahora, lo que les ha venido en gana sin que nadie les soltase un soplamocos. Por eso, los del PNV hacen con sus manos cosas de truchimán y usted hace lo propio con su demagogia de suflé deshinchado que, para más inri, le ha preparado su cocinera.

 Ya lo ven, cosas de burguesitos.

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