Opinión

¿Los inmigrantes son la solución?

La supuesta solución de la inmigración masiva no es más que un parche para salir del paso y maquillar las estadísticas

  • Inmigrantes rescatados -

«España necesita entre 250.000 y 300.000 trabajadores extranjeros al año para sostener su Estado del bienestar, de acuerdo con diversos organismos nacionales e internacionales». Esta afirmación, hecha desde el Gobierno, es repetida cada cierto tiempo por casi todos los partidos y medios de comunicación. Al parecer, si queremos pagar las pensiones y contrarrestar la caída de la natalidad, no podemos lograrlo sin recurrir a la inmigración masiva.

 

Lo justifican señalando el envejecimiento de la población y el hecho de que, pese al desempleo estructural que nos sitúa a la cabeza —o a la cola— de la Unión Europea, determinados sectores siguen demandando mano de obra. Para intentar solucionar tales deficiencias, los sucesivos Gobiernos del PSOE y del PP han decidido no controlar eficazmente las fronteras ni la estancia sin permiso en España, así como aplicar periódicamente regularizaciones extraordinarias de inmigrantes en situación irregular.

 

En esa línea, con el fin de agilizar la obtención del permiso de residencia y trabajo por parte de quienes llevan unos años en España, el Gobierno de Pedro Sánchez aprobó el pasado mes de noviembre una modificación del Reglamento de Extranjería. «El Gobierno estima que esta reforma permitirá regularizar su situación, de media, a unas 300.000 personas al año durante los próximos tres años», afirmaron desde la Moncloa. Es decir, que en lugar de utilizar selectivamente políticas de inmigración —o de otro tipo— para cada necesidad concreta y justificada de la economía, en lo que dura una legislatura buscan regularizar a más de un millón de inmigrantes irregulares sin cualificación conocida.

Implícitamente se nos lanza el mensaje de que los españoles —en especial los jóvenes— somos unos vagos acomodados y no queremos hacer determinadas labores ni tener hijos, no habiendo más remedio que llenar ese vacío con trabajadores y procreadores de otros países

 

Partiendo de esas cifras y teniendo en cuenta que los regularizados son solo una parte de los inmigrantes que llegan continuamente a España, podemos deducir la magnitud del impacto sobre el mercado de la vivienda y los servicios públicos, ambos ya de por sí saturados sin necesidad de que los habitantes sigan aumentando tan rápido en tan poco tiempo. Cantidad que deberá ser absorbida por un mercado de trabajo con millones de desempleados crónicos y con una competencia feroz para cobrar el salario mínimo —o algo que se le parezca— en condiciones ínfimas.

 

Pese a este grave panorama, implícitamente se nos lanza el mensaje de que los españoles —en especial los jóvenes— somos unos vagos acomodados y no queremos hacer determinadas labores ni tener hijos, no habiendo más remedio que llenar ese vacío con trabajadores y procreadores de otros países. Es decir, que los españoles somos el problema y los inmigrantes la solución, que nuestra sociedad muere de éxito y precisamos que otros hagan el trabajo sucio, como cuidar ancianos en cómodos turnos de 12 o 24 horas.

 

Ahí es donde está la trampa. Para empezar, ¿por qué en un país desarrollado como España es imprescindible que existan empleos de los que huyen sus ciudadanos? Si la justificación de las miserables condiciones de un puesto de trabajo es la baja productividad, ¿qué ganamos manteniendo servicios o empresas improductivas a base de atraer masivamente mano de obra barata y dispuesta a soportar lo insoportable? ¿En qué ayuda a una sociedad que haya miles de solicitantes por cada empleo precario que apenas da para subsistir? ¿Con qué motivo necesitamos perpetuar la competencia a la baja de los salarios, y por consiguiente una deficitaria recaudación pública?

Si cada año vienen cientos de miles de extranjeros sin planificación estatal alguna, ¿cómo va a bajar el precio de la vivienda? Y si no baja, ¿cómo van los jóvenes a emanciparse?

 

Y ahí no acaba la cosa. Con sueldos bajos y el coste del metro cuadrado disparado, ¿a qué viviendas podrán acceder tanto nuestros muchachos como los inmigrantes que no dejan de llegar? Si cada año vienen cientos de miles de extranjeros sin planificación estatal alguna, ¿cómo va a bajar el precio de la vivienda? Y si no baja, ¿cómo van los jóvenes a emanciparse? Y si no se emancipan, ¿cómo van a formar familias y a tener hijos? Y si no tienen hijos, ¿se traerán más extranjeros para que los tengan? ¿Y vuelta a empezar?

 

Todas estas preguntas reflejan que nuestros gobernantes no van a las causas de los problemas, sino que los asumen como inevitables y únicamente susceptibles de ser atenuados. No se quiere ver que la supuesta solución de la inmigración masiva no es más que un parche para salir del paso y maquillar las estadísticas —ocupación laboral, natalidad, crecimiento del PIB, etc.—; un ineficaz y contraproducente tratamiento paliativo, aplicado con la esperanza de que las consecuencias del hundimiento generacional se las coma el siguiente, a ser posible del partido rival. Presos de su propaganda —pero a salvo en sus lujosas viviendas—, no se atreven a afrontar la realidad de un país en el que los hijos ya llevan tiempo teniéndolo más difícil que sus padres.

 

Entre malos políticos, es mucho más fácil escudarse en unas cifras que aparentemente les dan la razón en vez de, por ejemplo, atender a los motivos por los cuales las explotaciones agrícolas y ganaderas son cada vez menos rentables, con fuertes desequilibrios entre los eslabones de la cadena alimentaria y con una competencia extranjera que se beneficia de acuerdos de libre comercio sin tener que ajustarse a nuestras regulaciones sanitarias y laborales. O de cuestionar un modelo productivo desindustrializado, muy orientado a servicios de escaso valor y fragmentado en multitud de pequeñas empresas poco productivas, que a su vez no pueden aportar grandes cantidades al Estado, como tampoco sus precarios trabajadores.

¡Españoles, despertad! Tenéis pocos hijos y nietos, y menos tendréis. No os conforméis con el cuento de que los jóvenes son individualistas. Vosotros también lo seríais si no tuviéseis otra opción

 

El cortoplacismo y la mediocridad fomentan que el gobernante prefiera limitarse a no obstaculizar la llegada continua de mano de obra barata —que protesta poco y de momento no vota—, y a crear relatos favorables mediante un ejército de asesores de comunicación. Las conciencias intranquilas se van apaciguando con jugosos cargos públicos, con numerosos anuncios de grandes reformas que nunca se materializan, y con la promesa de que, si se tiene éxito en las siguientes elecciones, se logrará reconducir la mala situación de España.

 

¡Españoles, despertad! Tenéis pocos hijos y nietos, y menos tendréis. No os conforméis con el cuento de que los jóvenes son individualistas. Vosotros también lo seríais si no tuviéseis otra opción, si en la soledad de vuestra habitación no os quedara más que escapar de la triste realidad, buscando refugio en libros, películas, series y videojuegos donde las opciones de construir un futuro, aunque ficticias, no son tan limitadas.

 

Y no culpéis a los inmigrantes. Buscan el pan donde pueden, como los españoles de antes y de ahora. Culpad a unos partidos que prefieren mirar hacia otro lado. Y de paso a vosotros mismos, pues con vuestra pasividad sostenéis la suya.

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