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Opinión

Los fascistas son ellos

Muchas sociedades siguen sucumbiendo a la atracción fatal de este ideario nacionalsocialista, que hoy se presenta con otros nombres como chavismo, sandinismo, peronismo o podemismo

Pablo Iglesias.
El candidato de Pablo Iglesias. Europa Press

Ciñéndonos estrictamente a su ideario económico, se puede afirmar que el nacionalsocialismo y el fascismo son variantes del socialismo. En lo económico ambos idearios son muy similares por lo que se dice del uno se puede aplicar al otro. Al igual que la socialdemocracia marxista o el comunismo, estos regímenes aspiran a liquidar el capitalismo y la filosofía del liberalismo individual que lo sustenta. Muchos, dentro y fuera de Alemania e Italia fueron seducidos por su doctrina social para privilegiar los derechos de los trabajadores sobre los del capital y supeditar el uso y control de la propiedad privada al interés de la colectividad (según lo defina el gobierno de la nación).

A pesar de las advertencias y evidencias en contra aportadas por economistas que habían vivido en primera persona el avance del nazismo, como Mises y Hayek, en la mayor parte de países europeos fructificó la idea de que era una variante del capitalismo. En aquella Europa cuyos centros intelectuales estaban dominados por el marxismo, el nacionalsocialismo se vio como el último intento de la burguesía para salvar el capitalismo de su inexorable derrota por el socialismo. Prueba de ello, se aducía, era que los nazis habían perseguido a socialistas y comunistas, así como el apoyo de grandes industriales y terratenientes al régimen de Hitler. En cuanto a lo primero cabe señalar que el führer atacaba cualquier grupo político o de otro tipo que pudiera entorpecer su poder, lo que no tiene por qué excluir que su programa económico fuera profundamente socialista. Lo segundo concuerda con el papel que la propiedad privada desempeña en su sistema, pudiendo ser tolerada y premiada cuando se utilice siguiendo sus orientaciones y confiscada en caso contrario o, simplemente, cuando se considere necesario por “razones de Estado”. La historiografía reciente del nacionalsocialismo no deja lugar a dudas sobre el anticapitalismo furibundo del régimen. En la última y aplaudida biografía de Hitler por Brendan Simms (Hitler: sólo el mundo bastaba), publicada en castellano este año, este anticapitalismo constituye la clave para entender el nazismo, según dicho autor. En palabras de Simms: “para Hitler, el principal enemigo a batir no era el comunismo ni la Unión Soviética sino el capitalismo anglosajón global y la judería internacional que lo alimentaba”.

Hitler y Musolini compartían la visión marxista de la sociedad como una lucha de clases, si bien sustituyendo las clases económicas de Marx por naciones y razas

Como los socialismos marxistas, y en contraposición al liberalismo, el fundamento filosófico del nacionalsocialismo es la subordinación del individuo a la colectividad. De hecho, Hitler y Musolini compartían la visión marxista de la sociedad como una lucha de clases, si bien sustituyendo las clases económicas de Marx por naciones y razas. Sus pilares económicos distintivos, como se ha dicho antes, son el control estatal de las relaciones laborales y de la propiedad privada, dirigiendo lo uno y lo otro a los usos decididos por el gobierno nacional. En cuanto a lo primero destaca en Alemania la influencia práctica de Robert Ley, inspirado por el fascismo italiano perfeccionó el sindicalismo vertical, que copiamos en España, y fue jefe supremo del mismo hasta la derrota de Alemania (fiel a Hitler hasta el final, terminó ahorcándose en su celda). El derecho laboral nacionalsocialista impedía de facto el despido de trabajadores y el cambio geográfico u ocupacional de los mismos debía ser aprobado por el comité nacional de empleo. Estableció salarios mínimos y encomendaba al gobierno el monto de las variaciones salariales. En cuanto a la propiedad privada, se podía expropiar o nacionalizar, o beneficiar, según el gobierno decidiera que fuera lo más conveniente para alcanzar su concepción del interés de la colectividad. Muchos mercados estaban sujetos a controles de precios e igualmente estaban topados los beneficios empresariales.

Esta filosofía económica, además de atentar contra libertades fundamentales del individuo, carcome la prosperidad de las sociedades en donde se implanta. Incluso la aparentemente bien intencionada sobreprotección de los trabajadores frente a los intereses del capital se vuelve contra ellos porque termina limitando severamente sus posibilidades de contratación y cronificando las situaciones de paro o la economía sumergida o ambas cosas a la vez. Acaso sea por su acendrado anticapitalismo o por los beneficios que reporta a la clase gobernante, muchas sociedades siguen sucumbiendo a la atracción fatal de este ideario nacionalsocialista, que hoy se presenta con otros nombres como chavismo, sandinismo, peronismo o podemismo.

Por todo lo anterior, a los que regurgitando espuma por la boca llaman nazis o fascistas a quienes sostienen la superioridad de las políticas económicas liberales, hoy aún más necesarias que ayer, se les puede responder con todo rigor que los fascistas son ellos. Y, cabe añadir, no sólo en lo económico.

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