Opinión

Los dioses y la muerte

No hay terrorismo católico pero sí terrorismo cristiano, de origen protestante, y desde luego terrorismo islamista

Imagen de la tragedia en Algeciras / Europa Press
Imagen de la tragedia en Algeciras EUROPA PRESS

Cuando Alberto Núñez Feijóo dice que hoy no existe terrorismo de origen católico está diciendo una verdad incuestionable. Una obviedad. Otra cosa es por qué se le ocurra decir eso, que luego lo veremos, pero lo que dice es cierto. Es como si afirmase que en 2023 hay en el mundo muchísimas más conexiones a internet que en el siglo XVI. Pues claro, hijo. Cualquiera se da cuenta.

Pero el problema es otro. Los dioses, los más importantes de los incontables dioses que ha inventado la humanidad al menos desde el Neolítico, tienen una característica en común: son celosos, exclusivistas y, con gran frecuencia, agresivos contra quienes no creen en ellos. Esto es incontrovertible en las religiones “del libro”, “reveladas” o monoteístas; no tanto en los sistemas politeístas (Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, muchos más) donde, quizá por puro sentido común, la gente iba adoptando a los dioses nuevos que llegaban de otros sitios, los colocaban en su hornacina y hala, a seguir viviendo.

Existen hoy unas 4.200 religiones vivas en el mundo. El número de las que han desaparecido es incalculable. En esa cifra están de acuerdo (cosa rara) la mayoría de los grandes expertos mundiales en la materia, desde los investigadores de la monumental Colección Schøyen (Oslo, Londres) hasta los del Pew Research Center (Washington), entre decenas más. Especialistas como Richard Dawkins o el desaparecido Christopher Hitchens coinciden en que las religiones, todas las religiones que existen y han existido, tienen un periodo vital que podría compararse con el de un ser humano: nacen, crecen, maduran, envejecen y, al final, mueren. Y, como pasa con la gente, su esperanza de vida es muy variable y depende de muchas cosas.

Según esto, la confesión católica sería hoy (conforme a los parámetros vitales de nuestro país; no hace falta irse más lejos) algo así como una señora de alrededor de 60 años, perfectamente viva y con aceptable salud pero ya en el declive de su existencia. Lo imposible es saber cuánto tiempo le queda. Las hay mucho más ancianas pero que se conservan muy bien (el judaísmo) y otras mucho más jóvenes y enérgicas, como el islam, el protestantismo en general y en particular el evangelicalismo, nacido en el siglo XVIII y que hoy está en plena expansión. Y en plena euforia.

Nada que haya existido en el mundo, nada en absoluto, ni guerras ni pestes ni catástrofes de cualquier clase, ha provocado tal derramamiento de sangre como la idea de Dios. De cualquiera de los dioses

Lo mismo que las personas, las religiones evolucionan, sobre todo las monoteístas. En su “juventud” suelen ser, como decía antes, excluyentes, intolerantes y violentas. Eso tiende a desaparecer en su madurez, aunque para ello es necesario que se produzcan en ellas determinados procesos culturales (en Europa, la Ilustración, por poner un ejemplo) que cambian no ya a las religiones sino a toda la sociedad. Su desaparición tiende a coincidir con drásticos cambios sociales y/o políticos, como pasó con los sistemas politeístas de Egipto y Grecia-Roma: se extinguieron cuando cayeron los imperios en que se sustentaban.

Pero hay algo tan incontrovertible como la fácil frase de Feijóo sobre el inexistente “terrorismo católico”: nada que haya existido en el mundo, nada en absoluto, ni guerras ni pestes ni catástrofes de cualquier clase, ha provocado tal mortandad, tal derramamiento de sangre en nuestro planeta como la idea de Dios. De cualquiera de los dioses.

Eso sigue sucediendo hoy. Ya no hay violencia de los católicos contra quienes no lo son, aunque la ha habido durante muchos siglos; ya no hay autos de fe, Inquisición, quemas de herejes ni episodios espeluznantes como aquel de la toma de Béziers, en 1209. La ciudad, en la que se habían refugiado numerosos albigenses, se había rendido a los católicos, que se disponían (cómo no) a degollar a los herejes. Pero ¿cómo distinguirlos de quienes no lo eran? El legado papal, Arnaud Amalric, dio con la solución perfecta: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”. Fueron asesinadas entre 10.000 y 20.000 personas, según las distintas fuentes.

No hay terrorismo ni violencia física de los católicos, pero desde luego que la hay de otras confesiones cristianas. Ahí se le fue la “pinza” a Feijóo, que metió a todos en el mismo saco. Y no caben. En EE UU, el llamado “Ejército de Dios” ha cometido crímenes contra clínicas en las que se practican interrupciones del embarazo y contra los propios pacientes, y no es el único grupo que hace eso. El atentado de Atlanta en 1996 fue obra de un fanático cristiano perteneciente al grupo racista y supremacista Identidad Cristiana. Hay decenas de grupos más, todos parecidos: Nación Aria, Asamblea de Soldados Cristianos, Patriotas Cristianos, Kingdom Identity Ministries y por ahí seguido hasta cansarnos.

En África es terrible. En la República Centroafricana, la milicia cristiana Anti-balaka ha asesinado, quemado o enterrado vivas a muchísimas mujeres acusadas de ser brujas. En Uganda, el Ejército de Resistencia del Señor (liderado por Joseph Kony) ha matado o secuestrado a alrededor de 70.000 niños; entran en las aldeas machete en mano y sus métodos no tienen nada que envidiar a las milicias islamistas de Boko Haram en Nigeria. Sí hay terrorismo cristiano. Y es devastador.

Las atrocidades que se dicen en el Libro de los musulmanes son muy semejantes a las que pueden leerse, por ejemplo, en el Levítico

Excepciones, dirá quizá alguno de ustedes; exotismos sin importancia. Sí, hombre. Que te pase a ti, a ver si te parecen exotismos.

No hay, pues, terrorismo católico (salvo que nos sigamos empeñando en calificar al IRA irlandés como un grupo esencialmente religioso; no lo era), pero sí terrorismo cristiano, de origen protestante, y desde luego terrorismo islamista. Pero afirmar esto así, sin más explicaciones, deja pensar que metemos en el mismo saco a todos los protestantes y a todos los musulmanes, lo cual es un disparate monumental.

No hay en el origen de ninguna de esas dos confesiones más incitaciones a la violencia y al asesinato que en la otra. El Corán y la Biblia incitan a la violencia, a la muerte y a la guerra con una intensidad muy parecida. Las atrocidades que se dicen en el Libro de los musulmanes son muy semejantes a las que pueden leerse, por ejemplo, en el Levítico. Es cierto que en los Evangelios cristianos es muy difícil encontrar frases de aliento hacia la violencia, pero el problema no son ni han sido nunca los textos; el problema son quienes los interpretan y los difunden, y algunos clérigos católicos de hace siglos (durante la “juventud” de esa confesión, como decía más arriba) no tienen nada que envidiar, en fanatismo y en sed de sangre, a algunos imanes y ayatolás de ahora mismo o de hace cincuenta años. La confesión musulmana es siete siglos más joven que las primeras cristianas. Según las teorías de los profesores de Wahington, Londres y Oslo, ahí está la madre del cordero.

El desquiciado que se lio a machetazos con un cura y asesinó a un sacristán en Algeciras no es síntoma de nada, creo yo; es un loco que oía voces y veía visiones (de esos había a patadas en la España del siglo XVI) y cuyo enfermizo fanatismo sobrevino y se alimentó gracias al inmenso poder de las tecnologías de comunicación actuales, que no tienen comparación con ninguna otra que haya conocido la humanidad.

Si quieren ustedes saber más, mucho más, casi todo, sobre el terrorismo de origen religioso en los últimos cien años, hay una obra indispensable: El siglo que acabó en sangre, de nuestro compañero de VozPópuli Óscar Sainz de la Maza, publicado por Sílex.

Pero ¿por qué dijo Feijóo aquello de que “no se verá a un católico o a un cristiano matar en nombre de su religión o sus creencias”? Pues eso es difícil saberlo. Quizá se le ocurrió así, sin más. Puede ser. Quizá lo calculó su equipo para pisarle un par de callos y afanarle dieciséis votos a los escuadristas de Vox, que, estos sí, inmediatamente han relacionado el crimen de Algeciras con todos los musulmanes y desde luego con la inmigración. Para eso están. Para asustar a la gente y encabronarla. No tienen otra utilidad.

Pero ahora estamos en campaña electoral. Me pregunto si alguna vez hemos dejado de estarlo y mi respuesta es que creo que no. En cualquier caso, ya lo sabemos: en campaña electoral hay que creerse lo que dicen los políticos (sean quienes sean) tanto como, de niños, nos creíamos lo que contaba aquel señor que abría las puertas de atrás de su furgoneta y nos vendía un jarabe mágico que lo mismo te hacía crecer el pelo que te curaba el asma o las hemorroides. Lo mejor es dejar que se nos cuelgue de la cara una leve sonrisa.

Y así hasta mayo… por lo menos. Casi era mejor con la Inquisición. Aquellos, por lo menos, descansaban de vez en cuando.