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Opinión

Liberales o conservadores, no las dos cosas

Albert Rivera y Pablo Casado

Aunque sea un término habitualmente usado por la derecha para autodefinirse, lo cierto es que en España es muy difícil ser liberal/conservador. Una cosa o la otra, pero difícilmente las dos a la vez. La historia deja siempre su huella en la vida de los pueblos y a poco que se rasque, ahí sale. Mientras que las élites de otros países vecinos construyeron aquellas democracias parlamentarias a partir de sus firmes creencias en la libertad individual, ideológica, política y económica, las clases dirigentes en España nunca fueron partidarias de tamañas rarezas. Aquí siempre fueron más de tradiciones, religión obligatoria, control social, autoritarismo político y mantenimiento de las diferencias de clase. Todo evoluciona, por supuesto, pero los posos siempre quedan y en cuanto remueves, vuelven a enturbiar el vino.

Ahora que mucho se habla de memoria histórica, convendría recordar que, antes de la que tanto nos ocupa, en España hubo otras dos guerras civiles (tres si contamos la de los Matiners) en las que los liberales españoles estuvieron en un lado y los conservadores en el otro; matándose. En total se estima que aquellas luchas terribles entre la tradición absolutista y católica de los conservadores y la modernidad laica y constitucional de los liberales nos costaron más de 200.000 muertos.

Cuando los conservadores defienden ahora el derecho de los poderosos a hacer su santa voluntad, para empezar en materia económica y empresarial, no están defendiendo la causa liberal, por mucho que la invoquen. Estos nuevos liberales de boca creen en la libertad del dinero pero desconfían de todas las demás. Se les nota enseguida; solo fíjense en cuando pasan del elegante discurso de menos impuestos y más libertad económica al íntimo y reaccionario enfado que les brota en cuando se les habla de diversidad idiomática, religiosa, cultural o sexual, de libertad de expresión, del aborto (en tiempos aún bien recordables fue incluso el divorcio causa de sus iras). Se coronan cuando se despeñan con la vena hinchada contra la falta de valores, que sin titubeo alguno, confunden con no compartir los suyos. Son los de siempre, sus valores y ellos mismos. Siempre a remolque de cualquier cambio. De liberales, ni un gramo. Por eso la democracia en España no se construyó de la mano de los conservadores que, con honrosas excepciones, opusieron contra ella una resistencia activa.

La izquierda democrática, acomplejada por su falta de épica revolucionaria se plegó a ceder la primogenitura moral del progresismo a la izquierda colectivista

Sin embargo hay que reconocer que si hasta los más reaccionarios encuentran ahora oportunidad de presentarse públicamente como adalides liberales no solo es por su habilidad para aprovechar la perversión del lenguaje que nos asola en general, sino también porque la izquierda democrática, acomplejada por su falta de épica revolucionaria (el relato que se dice ahora) se plegó a ceder la primogenitura moral del progresismo a la izquierda colectivista, profunda enemiga de los valores de libertad individual pero que, como cualquier otra creencia religiosa, resultaba inasequible al desaliento, incluso al que debería haberle causado los inocultables y terribles desastres humanos y económicos que el comunismo causó sin excepción allí donde puso en marcha sus delirios.

Contra toda lógica, ese absurdo complejo de inferioridad de los socialdemócratas, les animó a tratar de confundirse con la izquierda que se autodenominaba auténtica y les hizo olvidar a líderes como Fernando de los Ríos, que a la pregunta que le hizo Lenin en Petrogrado ¿libertad, para qué? respondió decentemente: “libertad para ser libres” antes de volver espantado a España. La izquierda democrática hizo mal. No debió perder de vista esos líderes, esos momentos, ni los orígenes y los principios que compartía y comparte con el liberalismo: una sociedad democrática con un mercado abierto y, a la vez, protegido de los abusos de los poderosos pero, sobre todo, la igualdad entre las personas y su libertad para pensar y actuar sin estar presas de las cadenas de la tradición, pero tampoco de las de ningún destino histórico de clase.

La defensa del derecho a la diferencia y a la libre elección de la vida que cada cual prefiera, independientemente del grupo, raza, religión, país o clase social al que pueda pertenecer es lo que tienen en común todos los liberales, los que hay en la izquierda y los que hay en la derecha. Y eso es, precisamente lo que les diferencia tanto de la izquierda colectivista, que asigna tareas revolucionarias a cada cual, como de los que se dicen liberales/conservadores, pero a los que no les gusta ni un pelo la libertad de las personas, solo la del dinero.

Aunque en España no haya un partido con ese nombre, el pensamiento liberal existe y sobre todo existe un sentimiento de tolerancia más generalizado de lo que los estereotipos nos pretenden hacer ver. Quizás ahí haya una oportunidad para que los sentimientos liberales vayan impregnando la vida política, tal vez mezclados pero desde luego no revueltos con quienes recelan de la libertad de los demás, a derecha e izquierda.

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