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Opinión

Hace tres años de la nada

El Parlamento catalán desobedece al Tribunal Constitucional y aprueba sus "leyes de desconexión"

Aunque hay quien sitúa el origen de la fiebre lazi en la Diada del 2012 o incluso en los años de Pujol, el punto de inflexión tuvo lugar los días seis y siete de septiembre del 2017. En dos plenos, la mayoría separatista, saltándose a la Constitución, el Estatuto de Autonomía, la oposición e incluso a los letrados del parlament se lanzó a una piscina vacía. Era la revolución de las sonrisas que acabó con Barcelona ardiendo, miles de cascotes arrojados a la policía, el aeropuerto de El Prat invadido por las turbas, miles de empresas que se marcharon – incluida la Caixa que ahora se fusiona con Bankia, una ironía de la historia ciertamente curiosa – y con la intervención del estado, tímida, mediante un 155 y la convocatoria de unas elecciones autonómicas que aunque ganó Ciudadanos revalidó la mayoría de los insurrectos.

Se cumplen ahora tres años de aquella superchería. Digo esto porque siempre he sostenido que al nacionalismo catalán no le ha interesado jamás una Cataluña independiente, si entendemos esto como la responsabilidad de asumir un estado propio como lo que ello comporta. Se lo desgloso, porque sé que puede parecer increíble. A los neoconvergentes lo que les ha funcionado siempre es el papel de comisionistas, de salvavidas del gobierno que toque y garantizarse así una total impunidad para sus trapicheos, sin miedo a que nadie les inquiete. El nacionalismo que antes representaba Pujol y ahora Puigdemont o Torra lo único que pretende es una posición de privilegio frente al resto de España, que se les reconozca que tienen derecho a todo, que no han de contribuir más que con lo que quieran y, eso sí, que a la hora de disfrutar de los beneficios que representa España ellos estén en primera fila. Ninguna obligación, todas las ventajas. Esa es su meta. Una dictadura blanqueada.

En cuanto a Esquerra, es mucho más simple: aspiran a sustituir a los neo convergentes al frente del negoci y ocupar su papel. ¿De dónde creen ustedes que nace esa línea pactista entre los de Junqueras y Sánchez? ¿Por qué creen que el PDeCAT votará los presupuestos del gobierno mientras que los de Junts per Catalunya no lo harán? Todos intentan marcar perfil propio de cara a su electorado, porque se avecinan elecciones y nadie quiere quedar como un flojo en materia de la defensa del proceso. Lo real es que todos van a lo suyo. Triste, pero cierto. La suma de vulgaridades políticas que constituye la clase dirigente catalana solo se preocupa de las apariencias, de la propaganda, de quien dice la barbaridad más grande mientras Cataluña agoniza entre la pandemia y la ruina.

Tres años de aquello, tres años de parálisis, tres años en los que los constitucionalistas hemos comprobado que en Cataluña estamos solos y nada podemos esperar de nadie

Tercer aniversario de una abominación legal y política que no ha llevado a los que desean la independencia ni un milímetro más cerca de su objetivo. Tres años de bandazos, improvisación, desastre y crispación. De los altivos proclamadores de algo que sabían imposible resta que unos están más o menos en la cárcel, otros viven cómodamente en Bélgica o Suiza, los dos partidos que propiciaron la algarada están más enfrentados que nunca e incluso la neoconvergencia se halla fracturada. No han ganado nada ni ellos ni, naturalmente, el conjunto de los catalanes. Y si no fuera porque en Moncloa habita un ventajista que les da ciento y raya a todos ellos, estarían todavía peor. Sánchez les da carnaza, habla de mesas de diálogo, propone dulcificar las penas de sedición y rebelión, pero es evidente que nadie puede fiarse de lo que diga este individuo. Y quien lo haga, o es tonto o miente por interés.

Tres años de aquello, tres años de parálisis, tres años en los que los constitucionalistas hemos comprobado que en Cataluña estamos solos y nada podemos esperar de nadie. Tres años de vergüenza ajena, de lucha, de intentar rasgar la tela de araña que tan hábilmente tejieron quienes solo pretendían situarse por encima de los demás en su propio beneficio.

Tres años que la historia podría condensar en una sola frase: no sirvieron ni a los suyos ni al conjunto de la sociedad. Solo a sus bolsillos y a su vanidad. Terrible epitafio.

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