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Opinión

La ley obligará al Rey a firmar el indulto

¿Cómo queda el jefe del Estado que el 3 de octubre de 2017 a las nueve de la noche salió a parar aquel disparate?

El rey Felipe VI y Pedro Sánchez.
El rey Felipe VI y Pedro Sánchez. EFE

Mi patriotismo, y ustedes perdonen que empiece así; mi sentimiento de pertenencia a una comunidad, a España, se ha mantenido siempre firme. Lo ha hecho con sosiego, sin aspavientos y necesidad de que se me hinchara el pecho cada vez que suena la música nacional. Siempre he creído estar cerca de esa idea, que las izquierdas perdedoras y las derechas victoriosas de antes, durante y después de la Guerra Civil, escondieron con verdadero interés. Me refiero al llamado patriotismo constitucional que iluminó a Chaves Nogales, Clara Campoamor o Salvador de Madariaga y a otros tantos que conformaron la llamada Tercera España.

Estos y otros que no cito ahora no estuvieron en la equidistancia y sí, como dice Trapiello, en el sitio de la ecuanimidad y siempre al lado de las buenas causas, vinieran de un lado o del otro.  A eso apelo hoy. Se pudo y se puede ser español sin necesidad de ir envuelto en la bandera de España. Y se puede seguir siéndolo sin la urgencia que tienen algunos, en el otro lado, de denostar nuestros símbolos y convenciones.

Aznar y Bush

Mi apego al llamado patriotismo constitucional del que formo parte se ha mantenido sólido incluso en los momentos en que ha habido gobiernos sospechosos y desabridos. Cuando Aznar hablaba en nombre de los españoles y echaba su aliento al cogote de George Bush antes de la guerra contra Irak; cuando nos decía estar seguro de la existencia de armas de destrucción masiva; cuando sus intereses electorales le obligaron a mirar a ETA sabiendo que lo del 11-M tenía el marchamo del terrorismo yihadista. Incluso en esos momentos, y ya ven lo que estoy recordando, sentí que el Gobierno de España era mi gobierno. 

El día que Zapatero la lió con el Estatut

Cuando a consecuencia de la desgracia de los atentados y los mayúsculos errores de Aznar llegó a la presidencia de forma inopinada José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando se dispuso a cumplir aquello que antes le había dicho a Pascual Maragall en noviembre de 2003. Fue en el Palau San Jordi, y ante 16.000 personas: "Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán". Después de esto, Zapatero llegó a Moncloa y lo que pasó ya lo sabemos los que vivimos aquel tiempo ominoso. Incluso, y ya fue difícil soportarlo, cuando dijo siendo ya presidente de España que España era un concepto discutido y discutible, incluso en aquel momento seguí pensando -quizá sea mejor escribir sintiendo- que aquel Gobierno distraído, destartalado y ágrafo era también mi gobierno.

Rajoy, previsible y superado

Pero qué razón tenía Ramón Gaya cuando nos dijo que en la vida si no se va a peor se va a mejor. Eso pensamos cuando llegó Rajoy con unas cuantas, pocas, ideas claras. Pero aquello duró poco. Previsible, aburrido, superado y cobarde, así fue aquel registrador de la propiedad cuando salió de la presidencia un día de whisky y ausencias. Incluso en ese momento en el que el jefe del Gobierno de España se comportaba como un concejal de pueblo el día del patrón, sentí que ese Gobierno también era el mío. Y ya era sentir. Rajoy me recordaba aquello que dijo Stendhal, que todo el que se suicida se suicida por falta de imaginación. Suicidio político, claro. Al día siguiente, y con los compañeros de viaje que se echó Sánchez,  ya supimos que el pulso de España entraba en la senda de la atonía.

Y en esto, hace ya tres años largos largos, llegó Pedro Sánchez. En tres años ha cambiado al PSOE, lo ha hecho desaparecer como por ensalmo, y se ha fabricado un partido a su imagen y semejanza. Ahora se dispone a indultar a los políticos catalanes golpistas. Lo que va ocurrir más pronto que tarde. Hay quien cree que el daño electoral que pueda hacer semejante movimiento ya está descontado, y que, en todo caso, ese daño será reparado en forma de votos en Cataluña.

Volverán a hacerlo

Sánchez no va a indultar sólo a unos presos que siguen diciendo ho tornarem a fer, que hasta en catalán se entiende bien. Indultando a los presos indulta también al delito cometido que pasará a tener una tipificación menor. Y eso me hace considerar a este Gobierno algo ajeno a mí por primera vez desde que tengo memoria. Sí, eso es, un cuerpo de naturaleza discutida y discutible.

Se extrañan de porqué en el 4-M decenas de miles de votantes que fueron del PSOE en otras contiendas han votado al PP. O a Ayuso por ser más precisos. Y se seguirán extrañando cuando, una vez consumado el indulto, los efectos se vuelvan a notar en toda España. No habrá forma de explicar a los españoles las razones por las que unos tipos que intentaron romper España, y que anuncian que lo volverán a hacer, merezcan el perdón del Gobierno y, de paso, la humillación que habrá de soportar el Rey. Del Gobierno, sí, pero no de muchos españoles. Y, claro, yo no soy quien para hablar en nombre de ellos, que eso ya lo sé, sólo intuyo y atisbo algo que noto y creo que va a pasar.

Felipe VI, del discurso del 3 de octubre al indulto

El Rey no tiene más remedio que sostener que este Gobierno que le obligará a desdecirse de aquel histórico discurso es su gobierno. Los demás no tenemos semejante obligación. No debe ser fácil tener una corona. Es el Gobierno de España, desde luego, pero no puede ser el de cientos de miles de españoles que inermes y atónitos tendrán que aceptar el indulto de aquellos que intentaron e intentarán derribar la casa común. No, oigan, no, este Gobierno es el que es, pero no es el mío.

Y entre los españoles que no entenderán ese indulto está, debe estar,  Felipe VI. ¿Cómo queda el Rey, el jefe del Estado que el 3 de octubre de 2017 a las nueve de la noche salió a parar aquel disparate? Decía el Rey por la televisión que los presos que serán indultados vulneraron de forma sistemática las normas aprobadas de forma legal demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Pues bien,  sucederá que será el Rey, el propio Felipe VI el que se vea obligado por la ley a otorgar el indulto porque la Constitución le obliga y le da la voluntad de “ejercer el derecho de gracia con arreglo a la ley” tras la propuesta del Consejo de Ministros.

Que sabias suenan hoy las palabras del “salvaje” Gabriel Rufián a Pedro Sánchez: "No creo en tu voluntad, creo en tu necesidad". Lamentablemente, muchos creemos en las dos facultades de las que habla el de Esquerra. También en su voluntad. Sin duda, la más penosa, la más dolorosa.    

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