Opinión

Las tosecitas de Europa

La UE es esa mujer que ha sido bellísima y que ahora, anciana pero todavía fuerte, se ha acostumbrado a que otros vengan a sacarle las castañas del fuego

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Hace ya unos cuantos inviernos, Daniel Baremboim ofreció, en su faceta de pianista, un concierto en el Palau de la Musica catalana de Barcelona. Con un programa de pequeñas joyas escogidas entre lo mejor del impresionismo francés, el maestro pasaba de Ravel a Satie con la delicadeza y la sabiduría propias de una de las figuras más importantes de la escena musical en los últimos cincuenta años. Solo, sentado frente al piano colocado en mitad del escenario, abierto el teclado hacia el lado impar de las butacas de platea, la suavidad de las piezas requería de los espectadores un silencio sepulcral y una audición recogida y cómplice. Justo lo que no tuvieron, porque, a tenor de las toses, estornudos y gemidos que salían del patio de butacas, parecía que estaba ocupado íntegramente por pacientes aquejados con bronquitis terminal a punto de abandonar este mundo. La situación llegó a tal punto de tensión, con las toses ahogando completamente el sonido del Stenway, que Daniel Baremboim interrumpió el concierto, se giró encolerizado hacia el público y en su perfecto español rioplatense nos pegó a todos, enfermos estruendosos y desesperados silenciosos como yo, la bronca de nuestras vidas. Tras explicar cómo podían reducirse los decibelios ahogándolos con un pañuelo, nos comunicó que se iba al camerino unos minutos hasta que se muriera quien se tuviera que morir y pudiéramos seguir en paz sin más estertores que lo impidieran. Dicho lo cual, desapareció de escena.

Y allí nos quedamos todos mirando el piano en mitad del escenario. La bronca justificadísima  del maestro dejó al público sumido en el desconcierto y el bochorno. La incomodidad general se cortaba con cuchillo. Algunos espectadores especialmente sensibles no pudieron soportarlo y se fueron. Tras un cuarto de hora que se hizo eterno, el maestro Baremboim, aún con el brillo del lógico enfado en su rostro, volvió al piano y siguió con el recital. No se oyó hasta el final del magnífico concierto, quizás mejorado por las emociones vividas, ni el vuelo de una mosca. Se hizo el milagro, todos los aquejados por la bronquitis se curaron de su dolencia instantáneamente.

Los grandes del establishment europeo no están acostumbrados a que les echen la bronca en directo y se traslucía en todos los rostros una enorme distancia interior y una rabia sorda. Quién se cree que es éste, se les veía pensar.

La anécdota me vino de nuevo a la mente al ver cómo la audiencia VIP de la Conferencia de Seguridad de Munich reaccionaba en el estrecho espacio de sus butacas al discurso del vicepresidente norteamericano. Civiles y militares de alta graduación, con espontánea unanimidad,  se revolvían incómodos ante las palabras del joven Vance. Los que se atrevieron a aplaudir en algún momento dejaron de hacerlo rápidamente cuando, tras un giro casi imperceptible de su cabeza, veían que se quedaban solos. Los grandes del establishment europeo no están acostumbrados a que les echen la bronca en directo y se traslucía en todos los rostros una enorme distancia interior y una rabia sorda. Quién se cree que es éste, se les veía pensar. La respuesta, de tan obvia, no se les pasaba por la mente. Es el que paga.
Es una pena que, distraídos en pensamientos semejantes y con los filtros previos activados, no escucharan friamente y sin prejuicios lo que el amigo americano venía a decirnos. Porque en el discurso de Vance, aunque no les gustara el tono propio del que manda y sabe que manda, brillaban verdades incómodas. Los mayores peligros para Europa vienen por sus propias decisiones y por sus puertas abiertas a una  inmigración sin control que se nos ha ido de las manos y se acelera a cada año que pasa sin que sepamos o queramos encauzarla. Europa es esa mujer que ha sido bellísima y que ahora, anciana pero todavía fuerte, se ha acostumbrado a que otros vengan a sacarle las castañas del fuego. Lo que ahora ocurre es que, cuando le dicen que se levante del sillón y asuma su parte de la carga, se revuelve y se desconcierta, como el público tosedor del Palau.

Resulta abochornante que, de repente, se pueda desbloquear el gasto de defensa en los países socios de la OTAN  lo que, hasta la relección de Trump, se negaban en rotundo a ni tan siquiera contemplar. Si podemos ahora también podíamos antes, y de haberlo hecho a tiempo, no seríamos ahora ninguneados, con razón, por el que hasta el momento ha firmado los cheques. No es cómodo escucharlo ni tiene por qué caernos bien el portador de las malas noticias, pero sí hay algo muy refrescante en ser tratados como adultos. Europa deberá en el futuro ocuparse en primera persona de su seguridad y defenderse de los ataques y amenazas que reciba por sus propios medios, sin esperar a que vengan los Estados Unidos a salvarnos pero respetando al mismo tiempo nuestra opinión, porque las dos cosas a la vez no pueden ser. Como se dice en Cataluña, qui paga, mana. Quien paga, manda.

En un momento de su discurso se refirió al pueblo europeo. “El pueblo, contrariamente a lo que se dice en Davos, es inteligente. No se consideran, no nos consideramos, animales domesticados o engranajes intercambiables de la economía mundial. Y no es de extrañar que no quieran que sus dirigentes los zarandeen o los ignoren sin piedad”

Vance, con el desparpajo de su juventud y del que viene desde abajo con mucho esfuerzo, se lo dijo muy claro en Munich a las élites que dicen representarnos. En un momento de su discurso se refirió al pueblo europeo. “El pueblo, contrariamente a lo que se dice en Davos, es inteligente. No se consideran, no nos consideramos, animales domesticados o engranajes intercambiables de la economía mundial. Y no es de extrañar que no quieran que sus dirigentes los zarandeen o los ignoren sin piedad”. Una parte de la ciudadanía europea no estaba en tan importante foro porque algunos partidos, de izquierda y de derecha, no habían sido invitados. Y al dejarlos fuera, dejaban también fuera a su electorado. En otro momento, cerca del final, intentó relajar el ambiente con algo de humor. Si ellos han tenido que tragar durante años las turras insoportables de Greta Thurnberg, dijo,  nosotros podríamos soportar unos pocos meses de Elon Musk. No se ríó nadie. Los ilustres espectadores estaban deseando que la bronca acabara para poder salir de allí. Pena de ocasión perdida.
Poco podemos esperar de nuestra clase dirigente. Christoph Heusgen, el presidente de la Conferencia de Seguridad, subió al escenario para despedir las jornadas. De repente, y tras mencionar el discurso del vicepresidente americano, se puso a llorar. Un hombre hecho y derecho a lágrima viva como un monumento a la vergüenza ajena.  El ejemplo perfecto de la blandura de Europa. Este mismo Heusgen se reía hace unos años cuando Trump advertía a Alemania de la imprudencia de depender del gas ruso. De la risa al llanto, como los niños. Con lo que hemos sido.

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