Cuando entonces era muy de ver con qué aceleración, de qué manera, cundía el antifranquismo, incluido el retrospectivo; cómo engrosaba sus filas al tiempo que enflaquecían las que sumaban quienes aún continuaban caminando por unas rutas imperiales en situación de abandono. Ganaba admiración la fuerza que, una vez muerto Franco, cobraba la oposición en la misma medida en que mermaban las expectativas políticas de los irreductibles que refractarios al aperturismo habían optado por recluirse en el bunker proclamando que defenderían con uñas y dientes las esencias de la revolución nacional sindicalista, siempre pendiente pese a las reclamaciones retóricas de los auténticos del José Antonio traicionado. Parecía como si el Régimen hubiera sido declarado a extinguir. Porque en sociología, como sucede en botánica con los árboles, hay instituciones de hoja perenne y de hoja caduca. Y en las instituciones articuladas por aquel Régimen se distinguían también las que nacidas con él, como el caso del Movimiento Nacional o la Organización Sindical, cuanto más proclamaban ser “por su propia naturaleza permanentes e inalterables”, más transparentaban el vértigo que les infundía la proximidad de su extinción y dejaban ver que tenían anillada una fecha de caducidad coincidente con la de la vida de quien las había implantado.
Veamos ahora que Manuel Azaña, cuya inteligencia tanto se ha ponderado, fracasó en su intento de cambiar las lealtades de las Fuerzas Armadas de la Monarquía de la Restauración a la II República y en ese fracaso quedó incoada la guerra civil del 36
Cualquier observador atento había comprobado el imposible del Leninismo sin Lenin, del Stalinismo sin Stalin, o del maoísmo sin Mao. Por eso, se abrigaba la esperanza de que tampoco sobreviviera el franquismo sin Franco. Además, de la mano de Javier Muguerza estábamos prevenidos por Ernst Bloch de que “la razón no puede prosperar sin esperanza, ni la esperanza expresarse sin razón” pero veíamos también tiranías prorrogadas, cuando contaban para sostenerse con el apoyo de la fuerza como era el caso de la monarquía alauita en el vecino Marruecos o de los Castro en Cuba. Algo de eso pudo imaginar Franco ante los alféreces provisionales convocados el 28 de mayo de 1962 en el Cerro de Garabitas cuando les prometió: “Todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro Ejército”. Veamos ahora que Manuel Azaña, cuya inteligencia tanto se ha ponderado, fracasó en su intento de cambiar las lealtades de las Fuerzas Armadas de la Monarquía de la Restauración a la II República y en ese fracaso quedó incoada la guerra civil del 36, mientras que el Rey Don Juan Carlos logró que las lealtades de las Fuerzas Armadas pasaran del franquismo a la democracia y en ese acierto se cifra que la transición culminara con éxito.
En cuanto a las instituciones de hoja perenne, como las Fuerzas Armadas, la Justicia o la Iglesia aceptemos que poseen un oscuro instinto corporativo que impulsa por adelantado a algunos de sus miembros a asumir posiciones de vanguardia en sintonía con los nuevos tiempos que se anunciaban y salvan así del juicio condenatorio al colectivo en el que se insertan, aunque ellos personalmente se quemen en el intento. Momento de recordar, sin aspavientos ni rencores, a los colegas que, después de haberse lucrado con el oportuno servicio al franquismo, acudieron a sumarse en favor de la concordia y la reconciliación y fueron aceptados, sin actitud refractaria alguna, salvo cuando alguna vez intentaron pasar la cuenta de tareas nunca cumplidas o pretendieron erigirse en concesionarios de patentes de demócratas a los pícaros del franquismo. Eran los que evocaban recuerdos de protestas y reclamaciones en favor de las libertades a los que en modo alguno se sumaron y a los que, alguna vez excepcional, solo quedó el recurso de decirles que si, que nos acordábamos de esas luchas pero que ellos no se habían alineado ahí sino en la acera contraria.
gavilan1960
15/01/2025 12:39
Reescribir la Historia no es posible. La transición política en España, de hecho, empezó en los años cincuenta, cuando en 1953, EE UU firmó los Pactos de Madrid. En los setenta se reafirmó y se le dio forma. En los cincuenta se permitió que socialistas, comunistas y sindicalistas de distinto signo fueran ocupando puestos de responsabilidad en las instituciones, incluso en aquellas que podían ser más sensibles como defensa y seguridad. A sabiendas del "régimen", se le permitió, como luego se demostró. La Administración, en general, se hizo permeable, trasversal a todas las sensibilidades políticas. A partir de esa época, Franco no participaba en enredos políticos, dejó todo en manos de los tecnócratas. A Franco, como era normal dadas sus vivencias, le obsesionaba el orden público, mejor dicho los desórdenes públicos. Su máxima preocupación era la normalidad, vida organizada que debían tener los españoles para reconstruir España. Ahí si había represión, no consentía el más mínimo atisbo de revolución o desorden. Ya habíamos tenido bastante. Cuando Franco murió, casi todo estaba consolidado, quedaba algún recalcitrante resistiendo en las instituciones, pero nada significativo, salvo la pachotada de Tejero, Milans del Bosh y otros. En los años cincuenta, el acceso a la formación y a la cultura fue muy amplio y sin cortapisas. Se empezaron a formar generaciones que luego movieron al país, sin pensar en política, salvo algunos alborotadores que eran detenidos cuando provocaban desordenes públicos, no por ideas políticas. No hay que ser ingenuos. De la noche a la mañana no se cambian situaciones tan complejas. No hay un botón para unificar conciencias en un momento. Quién fomentó el sectarismo fue Zapatero y, ahora Pedro Sánchez. Seguimos instalados en el frentismo y el resentimiento. El muro que tanto le gusta al PSOE de ahora.
andias04_
16/01/2025 21:20
Efectivamente, cuando no sabes gobernar: trabajar duro, reflexionar en el uso del dinero público, sólo te fijas en los agravios y reivindicaciones de algunos abuelos y te dedicas a crear murallas propagandísticas. Zapatero y Sánchez son dos políticos menos que mediocres que han distraído a los españoles de la labor de gobierno. Menos mal que tenemos un Estado descentralizado y se han contenido los daños.