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Opinión

La Zelenski de Madrid

¿Se imagina a Ayuso con casco en caso de invasión?

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, responde a los medios a su salida de una reunión de la Junta Directiva Nacional

Los españoles tenemos el hábito de loar a una persona valiente aludiendo a la parte colgandera que tenemos los varones entre Pinto y Valdemoro, anatómicamente hablando. Hablo de los testículos, el escroto, las bolas, las pelotas, en fin, los cojones, y que me perdonen los que toman el té levantado el meñique al coger la taza. Del presidente ucraniano se ha dicho estos días ole tus cojones hasta la saciedad. Lo hemos dicho cuando se grabó en Kiev diciendo que no se iba; cuando rechazó el avioncito que los EEUU siempre tienen preparado para los cobardes; cuando firmó la solicitud de entrada en la Unión Europea; cuando le cantó las cuarenta al sátrapa ruso e instó a los ucranianos a luchar. En esos instantes, que justifican una carrera al servicio de tu patria, la gente de bien soltaba un ¡olé tus cojones!, de nuevo sea dicho con perdón y mirando al tendido de todes y todis.

Salvando las terribles circunstancias que concurren en Ucrania, cada vez que sale Ayuso y habla son legión quienes se levantan y dicen ¡ole tus cojones! Porque habla claro, tiene coraje, pone pasión en la política igual que el tabasco le da a la lechuga algo de vidilla y no teme enfrentarse al statu quo llámese comunismo con bótox o derecha acomplejada. Pero, especialmente, porque la presidenta es de las pocas personas con responsabilidades a la que puedes imaginarte colocándose un casco kevlar para marchar al frente a defender la libertad. Como el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, boxeador y de una valentía sin parangón. A Ayuso la veo haciendo lo mismo. A Colau, Belarra, Yolanda, Oltra, Irene, Díaz, Serra, a todo ese comunismo feminista de los grandes expresos europeos, no. Tampoco a Sánchez, Arrimadas, Aragonés – éstos son más de maletero -, o, ¡ay!, a Casado. Insistimos, a Ayuso, sí. Ella, es evidente, pelea en otro frente, el de la política, el del combate ideológico. Pero dispara con el fusil ametrallador de la palabra apoyado en la cadera, ráfaga tras ráfaga, y pobre del que se cruce en su línea de tiro. Su invocación a Rita Barberá ante Casado ha sido del mismo calibre que un cañoneo incesante. Su exigencia en expulsar a quienes la han difamado dentro del partido ha sonado como si la Santa Bárbara del aparato explotase como el Machichaco, por los cuatro costados. Sus alusiones directas, duras, en contra de la dirección de Casado eran implacables como un bombardeo de alfombra ordenado por Bomber Harris. Ayuso no hace prisioneros. No es una francotiradora. No es partidaria de emboscadas nocturnas y a traición. Ayuso responde a los aceituneros altivos, no desde las esquinas de los pasillos de Génova o desde despachos que huelen a cloaca, no, lo hace a campo abierto. Hay que tener mucha gallardía para plantar cara a la maquinaria de un partido como es el PP.

A Isabel Díaz Ayuso le da igual por una sencilla razón, la que comparte con Zelenski o Klitschko: sabe superar el miedo en favor de su sentido del deber. Y hace lo que toca, sin importarle las consecuencias, aunque puedan ser durísimas, tengan víctimas colaterales – su familia – o vea su nombre arrastrado en tertulias compuestas por miserables.

Quizás a alguno le parecerá que me he pasado en las comparaciones, pero a esas personas les ruego que cierren los ojos y hagan el ejercicio que proponía al inicio del artículo. ¿Se imaginan a Ayuso con casco, en el frente y defendiendo Madrid de un ataque? Si la respuesta es afirmativa no tengo más preguntas que hacer, señoría.

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