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Opinión

La mascarilla mental

Vivimos simultáneamente en el país que peor ha gestionado el impacto de la pandemia y en un ejemplo mundial de resiliencia

Gente pasea por la calle con mascarilla

En un mundo de simulacros, las narrativas cada vez tienen menos relación con los hechos. O es que los hechos son sustituidos sin más por las narrativas. Hace unos días un conocido politólogo, investigador sobre "populismos de derechas", publicaba una foto embozado tras una mascarilla y aclaraba que se la pone, mayormente, para molestar a los fachas y para que no le hablen. Poco después veíamos a un ex ministro reconvertido en analista vírico posar con la correspondiente mascarilla mientras le inoculaban la quinta, sexta o vigésima dosis de la vacuna. Sabemos que desde hace tiempo la mascarilla es, además de una imposición arbitraria -que ahora nos levantan graciosamente porque vienen las elecciones, o por el arcano motivo que toque- un puro artefacto de señalización: unos creen que señaliza compromiso cívico, progresismo, apoyo a la sanidad pública o vaya usted a saber qué monomanía; otros, que lo que identifica en muchos casos es algún tipo de neurosis política o trastorno histriónico de la personalidad.

El virus, como todo en estos tiempos, es una cuestión ideológica, o más bien posicional. No es ya que no haya un análisis compartido de la realidad, precondición de la vida en comunidad: es que parece que no hay ni realidad que compartir. Vivimos simultáneamente en el país que peor ha gestionado el impacto de la pandemia y en un ejemplo mundial de resiliencia. La mascarilla no sirve para nada a estas alturas, si no es directamente perjudicial; pero, aunque el poder nos haya otorgado la gracia de quitarnos el trapajo de la cara, si viaja usted en transporte público estos días verá muchos viajeros que no se han dado por enterados, porque en su mundo sigue campando a sus anchas un virus que para otra parte de la población ya no existe.

La mascarilla pasó de ser de derechas a ser de izquierdas; como de derechas era la teoría "conspirativa" sobre el origen en laboratorio del virus

Los papeles de esta farsa no siempre estuvieron repartidos de la misma manera. Ya conocen ustedes la historia: cuando las mascarillas podían haber amortiguado, siquiera marginalmente, el impacto inicial del virus, nos reíamos de quienes las usaban; luego nos enzarzamos en tragicómicas discusiones sobre los tipos, las certificaciones y el espíritu mismo o ánima de los tapabocas -las mascarillas "insolidarias"-; y finalmente, nos las han metido a la fuerza cuando ya sólo sirven para pasear miasmas y roña de semanas, y a mayor gloria de hipocondríacos, neuróticos políticos y exhibicionistas de la virtud. La mascarilla pasó de ser de derechas a ser de izquierdas; como de derechas era la teoría "conspirativa" sobre el origen en laboratorio del virus -¡ay, aquel "racismo anti chino" de los primeros tiempos!- que cualquier día de estos veremos consagrada como verdad oficial, protegida por factchequeadores y custodios de la opinión correcta.

No obstante, y a pesar de que las narrativas y las batallitas de la competencia entre élites permeen hasta cierto punto a la población, y más en el anómalo contexto de una pandemia, un porcentaje significativo de los ciudadanos sigue inmune al influjo de las neurosis políticas. Gracias a Dios no todo el mundo es politólogo ni ex ministro, y la inmensa mayoría del personal no vive para acumular credenciales en la carrera de ratas de estatus de la professional-managerial class. Por cierto que la aún capa social media -cabreada, desconectada, despolitizada, casi des-socializada- puede decantar el próximo ciclo electoral: presten ustedes atención a los mensajes en clave que circularán desde los rincones más insospechados. Como fuere, sondeo tras sondeo se certifica que la gente está desconectando del espectáculo político: cada vez se presta menos a atención a los medios y a sus ciclos de "información", y se concede menos credibilidad a los traficantes de relatos. Por poner un ejemplo, hay programas de infotainment que han perdido cerca de medio millón de espectadores en el último año. Si tenemos que agarrarnos a alguna buena señal, alguna esperanza en un tiempo poco generoso con ellas, podemos empezar por ahí.

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  • V
    vallecas

    Lo que a usted le parece resiliencia a mi me parece aborregamiento, idiotización y mansedumbre.

    • N
      NormaDin

      A mí simplemente el residuo último de la digestión.