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Opinión

La lección de la Eurocopa

Tener que vacunar aprisa y corriendo a la selección de fútbol para no hacer el ridículo tras el positivo de Busquets debería hacernos reflexionar sobre el culto en España a una “igualdad” mal entendida

Pedro Sánchez y Luis Rubiales, en una foto de archivo del Mundial de Rusia 2018

A principios de año, cuando llegaron a España los primeros lotes de vacunas contra la covid, la Eurocopa de fútbol era un futurible y surgieron los primeros brotes de talibanismo igualitario, ya saben, ese que dice que a la hora de hacer cola para vacunarse lo mismo es el Rey Felipe VI que quien esto escribe, empecé a sospechar que el papanatismo marca España nos acabaría pasando factura; que en algún momento caeríamos en la cuenta de que la igualdad -sacrosanto principio de toda democracia- llevada al extremo produce monstruos.

Vaya si los produce y vaya si nos ha pasado factura. En el momento más inoportuno y a los ojos del mundo. Como los jugadores de la selección de fútbol son menores de 30 años y no les tocaba vacunarse hasta agosto, pues hete ahí que les habíamos enviado a disputar la Eurocopa a pecho descubierto -a diferencia de belgas, ingleses o franceses-, que para eso fuimos La Furia antes que La Roja... hasta que llega un mal día y salta la noticia en toda Europa: El capitán, Sergio Busquets, se ha contagiado de la covid.

El resto, digno del chiste “van un español, un belga, un inglés y un francés...”, es por todos conocido: llamada aprisa y corriendo a los jugadores de la Sub-21 -ya de vacaciones- para disputar este martes el partido amistoso previsto contra Lituania; confinamiento y separación preventiva de los jugadores de la selección de Luis Enrique en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, suspensión de los entrenamientos hasta el viernes -siendo el primer partido oficial contra Suecia sólo tres días más tarde, el martes 15-; llamada a cinco jugadores extra “por sí acaso” hay contagio; y una vacunación de todos a toque de corneta que, en el mejor de los casos, no aportará inmunidad hasta que España juegue los octavos de final.

Hasta que les vacunen, a cruzar los dedos para que Busquets no haya esparcido el virus entre sus compañeros de la selección y descalifiquen a España por carecer de 13 jugadores disponibles para jugar partidos. Un despropósito

Hasta entonces, a cruzar los dedos para que Busquets -que venía contagiado de casa por un familiar cercano, según se ha sabido. Por suerte, el resto de sus compañeros ha dado negativo en las pruebas que se han realizado, sino tendríamos que haber añadiríamos una muesca más a la leyenda negra que nos acompaña por nuestra reconocida falta de organización y mala cabeza.

Un despropósito, otro más en nuestra historia que, como suele ocurrir, además no tiene padre... porque, no se lo pierdan, andan el Gobierno y la Federación de Fútbol a la greña para ver de quien es la culpa. Dice el equipo del presidente, Luis Rubiales, que hace más de un mes se pidió vacunar a los futbolistas y responde el Ejecutivo que no le consta. Y para añadir más escarnio al desaguisado resulta que a los mil integrantes del equipo olímpico que va a ir a los juegos de Tokio, incluidos directivos, sí han sido vacunados independientemente de sus edades... Bien. Progresamos adecuadamente.

”Así son las cosas y así se las hemos contado”, decía hace ya muchos años el veterano periodista Ernesto Sáenz de Buruaga al cierre de cada Telediario. Me da igual a estas alturas de quien es la culpa del desaguisado. Sólo se que sí la selección no llega a jugar por un brote habremos hecho un ridículo espantoso (otro) como país y no sobre el terreno de juego, el único lugar donde está justificado si el rival es mejor que tú.

Esto es lo que tiene la igualdad mal entendida y el talibanismo por el qué dirán que rodea tantos aspectos de la vida española; ese postureo que supone estirar los principios, en este caso el de igualdad, hasta el esperpento y más allá

Esto es lo que tiene una igualdad mal entendida y el talibanismo por el qué dirán que rodea tantos aspectos de nuestras vidas; ese postureo que supone estirar los principios, en este caso el de igualdad, hasta el esperpento y más allá. Cuando, en enero, llegaron las vacunas y Alberto Núñez Feijóo -No fue el único ni el PP el único partido- proclamaron a los cuatro vientos que los políticos, quienes dirigen el país, ojo al dato, deberían ser “los últimos” (sic) en vacunarse, ya me olí que esto no podía acabar bien.

De ahí que luego hayamos visto noticias extravagantes como aquella de la Reina Sofía llegando en séquito de dos o tres coches a un dispensario del distrito madrileño de Fuencarral-El Pardo a ponerse la vacuna cuando le tocaba (en las crónicas solo faltó el latiguillo “como una española más”, que durante muchos años acompañó sus actividades y las del Rey Juan Carlos I); o la noticia de su hijo, el Rey Felipe VI, acudiendo de incógnito un domingo al Wizink Center como un madrileño más...

¿De verdad nadie pensó que lo razonable -puesto que no hubo posado- hubiese sido que se las pusieran en el Palacio de La Zarzuela los servicios médicos de la Casa Real y nos habríamos ahorrado dinero en dos desplazamientos completamente inútiles? ¿De verdad no somos capaces de razonar que Felipe VI, el presidente, todo el Gobierno, y un listado -todo lo restringido que se quiera- de la cadena de mando del país, hubieron de ser vacunados hace meses para evitar un vacío de poder? Hablamos en serio cuando sostenemos que tanto da para el funcionamiento de España como país ver caer enfermos de covid al presidente del Gobierno, al capitán de la selección de fútbol que se juega la Eurocopa en unos días, que a una cajera de Mercadona o éste periodista?...poco nos pasa.

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