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Opinión

La Historia sigue ahí

Esperemos que la racionalidad y la responsabilidad se impongan tanto en La Casa Blanca como en la Ciudad Prohibida porque el futuro de todos depende de ello

El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al presidente chino, Xi Jinping
El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al presidente chino, Xi Jinping EP

La reciente visita de la presidenta de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, a Taiwan, y la airada reacción de China, que ha interpretado su presencia en la isla como una deliberada e intolerable provocación, ha creado un gran revuelo y han proliferado los análisis sobre la oportunidad de este gesto de apoyo a la pequeña república que Pekín ve como una provincia rebelde. Sin duda, el momento escogido por la diplomacia estadounidense para esta operación no ha sido el mejor, con el Congreso del Partido Comunista que debe reelegir a Xi Ping para un tercer e insólito mandato a celebrar en otoño, lo que le hace especialmente inclinado a mostrar firmeza y determinación. Tampoco resulta muy aconsejable abrir un nuevo frente de conflicto en plena guerra de Ucrania, incrementando así las tensiones de una escena internacional ya bastante difícil. Sin embargo, estas consideraciones tácticas no nos deben distraer de las enseñanzas que en el plano estratégico ofrecen los acontecimientos registrados en el mundo desde la caída del Muro de Berlín y la constatación de que el comunismo como sistema político, económico y filosófico ha fracasado estrepitosamente.

Una primera conclusión, sin duda descorazonadora, es que la idea de que la intensificación de vínculos comerciales, financieros y turísticos a nivel global evitaría confrontaciones políticas e ideológicas y estabilizaría las relaciones entre el Occidente democrático y las grandes potencias de régimen autoritario, China y Rusia, no ha funcionado. En el caso chino, Estados Unidos favoreció la incorporación del gigante asiático a la Organización Mundial de Comercio, su plena imbricación en las cadenas de producción globales, su adquisición masiva de bonos de deuda norteamericana, la aceptación del principio "una sola China" reduciendo el reconocimiento formal de Taiwán al mínimo y su consideración como "socio estratégico". Se creyó, y así lo expresaron explícitamente sucesivos presidentes hasta la llegada de Donald Trump, que la creciente prosperidad de una China que combinase un régimen autoritario de partido único con una economía de mercado capitalista acabaría evolucionado hacia un sistema institucional más flexible, impulsado por una pujante clase media de nuevo cuño que demandaría más libertades políticas en consonancia con la multiplicación de contactos con el exterior y con la apertura a la Iniciativa privada en el terreno industrial y comercial en el interior. Por desgracia, este fenómeno no se ha producido y China ha aprovechado su enorme influencia en la economía global para fortalecerse militarmente, establecer una cadena de países en desarrollo bajo su esfera de control, aplastar los mecanismos democráticos singulares de Hong Kong, apretar el nudo en torno a Taiwan e intentar expandirse en el Mar del Sur desafiando a Japón. Lejos de comportarse de manera pacífica y cooperativa, el Partido Comunista de China ha emprendido un camino agresivo de sustitución de los Estados Unidos como primera potencia mundial. En el caso ruso, la confiada entrega de Europa al suministro de gas, así como la creación de una tupida red de lazos financieros y comerciales -recuérdese que Boris Johnson en su etapa de alcalde del Gran Londres se vanagloriaba de la entrada masiva de dinero de los oligarcas en el sector inmobiliario de la capital británica- tampoco ha servido para amansar al oso moscovita. Ha bastado que Ucrania manifestase aspiraciones atlantistas y europeístas para que Rusia se lanzase a sucesivas anexiones de territorio ucraniano de forma ilegal y violenta, utilizando sin ningún escrúpulo la dependencia energética europea de sus hidrocarburos como arma de chantaje.

La perspectiva de un gendarme mundial de carácter antidemocrático ajeno a los valores que triunfaron sobre los dos totalitarismos del siglo XX, el nazismo y el estalinismo, aparece muy poco halagüeña

Una segunda lección de nuestro pasado reciente es que el paso del orden bipolar, peligroso, pero estable, vigente entre 1945 y 1989, a una nueva organización global capaz de garantizar la paz, el crecimiento y la armonía entre las naciones, no se ha producido todavía de manera satisfactoria. Por el contrario, parece que nos aproximamos más a un caos hobbesiano que a una tranquilidad kantiana. Tanto la senda hacia un hegemon chino que reemplace al norteamericano, como la caída en una multipolaridad turbulenta, resultan tan inviables como alarmantes. La perspectiva de un gendarme mundial de carácter antidemocrático ajeno a los valores que triunfaron sobre los dos totalitarismos del siglo XX, el nazismo y el estalinismo, aparece muy poco halagüeña y un planeta permanentemente sacudido por choques de intereses nacionales sin un poder moderador que los arbitre y sin un conjunto de reglas que los atempere, genera temor en cualquier conciencia civilizada.

El respeto a los derechos humanos, el libre comercio regido por el juego limpio, la solidaridad internacional, la resolución pacífica de los conflictos y la cooperación constructiva entre los Estados

Una visión sensata de la realidad actual conduce a la certeza de que la gravedad y el alcance de los problemas a los que se enfrenta la humanidad en los terrenos económico, financiero, tecnológico, sanitario, geopolítico y medioambiental, exigen una estructura supranacional basada en el rigor científico, el respeto a los derechos humanos, el libre comercio regido por el juego limpio, la solidaridad internacional, la resolución pacífica de los conflictos y la cooperación constructiva entre los Estados. Este planteamiento no será realizable sin una colaboración leal y respetuosa entre las dos principales potencias globales, la ya establecida y la emergente. Por supuesto, la enorme distancia entre dos culturas políticas y dos tradiciones históricas, una inspirada en el confucianismo y otra en el liberalismo, que se traducen en sistemas políticos y sociales muy distintos, no hace fácil la interacción, pero la alternativa plasmada en el combate permanente y en la rivalidad intransigente, sólo puede transitar hacia el empobrecimiento general y el riesgo real de un enfrentamiento armado de capacidad destructiva pavorosa. Esperemos que la racionalidad y la responsabilidad se impongan tanto en La Casa Blanca como en la Ciudad Prohibida porque el futuro de todos depende de ello. La Historia no ha alcanzado su fin ni lo alcanzará nunca, la Historia sigue fluyendo y lo hará en una u otra dirección según sean los aciertos o los errores de los líderes a los que hemos confiado nuestro destino. La crisis de los misiles soviéticos en Cuba nos hizo ver la trascendencia del factor humano en los dilemas de vida o muerte. La guerra de Ucrania nos ha recordado la imperiosa necesidad de prevenir antes que curar. Ojalá el ruido de sables en Taiwan sea la señal para que las aguas de la relación entre Estados Unidos y China, que hoy bajan agitadas por la visceralidad y la pasión, regresen al cauce de la inteligencia y la serenidad.

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  • A
    Alexander

    "La Historia no ha acabado ni se acabará nunca"...al menos mientras existan los seres humanos; esa frase es muy cierta, aunque esté en contradicción con lo que afirmó Francis Fukuyama.
    Dejando aparte las reflexiones filosóficas, opino que el equilibrio geoestratégico mundial, para las próximas décadas, debería estar basado en un acuerdo entre las tres mayores potencias militares del planeta (es decir, EEUU, Rusia y China) porque el estallido de un conflicto nuclear entre ellas significaría la probable extinción de la Humanidad. EEUU debería ir haciéndose a la idea de que no puede seguir siendo el "hegemon" mundial y tiene que compartir poder con Rusia, con China y, más adelante, con la India.
    China no representa una amenaza militar para EEUU ni para Europa, entre otras razones porque depende de las exportaciones a esos dos mercados y porque el pueblo chino nunca ha sido un pueblo agresor; lo que sería muy conveniente es que China se convirtiera en un estado democrático, que solucionara sus conflictos territoriales de forma pacífica. Por otra parte, Rusia no sería ninguna amenaza para el mundo occidental (al cual debería pertenecer por su cultura y por su religión) si los Gobiernos de EEUU dejaran de hostigarla y si se le permitiera tener libre acceso a los mares navegables (Mar Negro, Mar Mediterráneo y Mar Báltico); también sería necesario respetar sus zonas de influencia en el Cáucaso y en Ucrania oriental.
    El mundo occidental (formado actualmente por América del Norte, Reino Unido, la Unión Europea y Oceanía) debería crear un gran bloque económico, sin aranceles aduaneros, al que se podrían incorporar paises como Japón, Corea del Sur, Israel, Rusia y los paises de América Latina; en ampliaciones posteriores China y la India también podrían integrarse en ese bloque económico.
    La supervivencia de la Humanidad requiere que no se produzca ni un Armagedón nuclear ni un Apocalipsis climático, por eso es necesario que las grandes potencias militares y económicas del planeta actúen de forma coordinada.

  • K
    KVLT

    Un par de apuntes más. China también ha aprovechado su poderío económico para imponer una censura férrea en Occidente, que va desde el Holywood decadente hasta las redes sociales, pasando por los Netflixes de turno (y por supuesto nuestro corrupto peridismo patrio: no en vano la dictadura china es nuestro principal socio comercial extracomunitario). Así Pekín puede permitirse borrar al Tíbet de la Historia, hacer desaparecer a tenistas, artistas y empresarios, castrar químicamente a etnias enteras en los campos de concentración de Xianjiang (no lejos de donde Disney filmaba la versión en vivo de Mulán, cuyo guión eso sí sufrió importantes modificaciones para no ofender a los tiranos), comerciar con órganos de prisineros políticos (Falung Gong), o soltar un virus que ha matado a millones y millones de personas en todo el mundo sin que nadie les tosa -- de hecho el más mínimo carraspeo es tomado como una provocación intolerable.
    Y otro: no ha habido una "confiada entrega de Europa al suministro de gas" ruso, no. Lo que ha habido ha sido una traición criminal de los gobernantes de la Unión, que llevan décadas jubilándose muy lucrativamente en consejos de administración de compañías energéticas estatales rusas (Rosneft, Gazprom, Zarubezhneft, Sibur...) y convirtiéndose así en lobbistas de la dependencia europea de Moscú e inspiradores (a sueldo ruso) de la absurda política energética comunitaria de los últimos lustros (no al petróleo, no al carbón, no al fracking, no a la nuclear, no a los molinos de viento, no a todo lo que no sea convertirse en la pvtita del Kremlin que es el que paga): esa misma que ahora nos explota en las narices y nos condena a un invierno gélido. ¿Van a asumir alguna responsabilidad personajes como Schröder, Fillon, Aho, Lipponen, Schüssel, Kern y tantos otros, o va a haber que darles la razón a quienes acusan a la UE de ser un tinglado oscurantista y antidemocrático? (Más: https://es.finance.yahoo.com/fotos/politicos-europeos-trabajando-empresas-rusas-154545926)

    • T
      Talleyrand

      buen analisis que complementa el tambien excelente de Alejo.
      Tras la caida del muro nos creimos lo del fin de la Historia y nos tragamos el cuento de Francis Fukuyama enterito.
      Nos autoengañamos con los bajos precios de produccion de China y la energia barata rusa.
      El mundo sigue siendo el mismo de la epoca de Ciro el Grande, de Alejandro, de Cesar, de Felipe II y de Isabel de Inglaterra. E incluso estamos a un paso de dictaduras de nuevo cuño, totalitarias de otra forma por supuesto y apoyadas por la enorme herramienta que son las redes sociales y el control facial.
      Si , desgraciadamente el modelo mundial propuesto por Orwell en 1984 se parece demasiado a lo que estamos ya viendo, incluidas las telepantallas por supuesto, ahora llamadas smart phones.

      Lasopciones estan mas abiertas que nunca y no son precisamente optimistas.

  • V
    vallecas

    D. Alejo, Usted cambia la intensidad de su discurso de un modo, digamos, irracional. Podría ser el clima o sus horas de sueño.
    En la visita de Pelosi yo veo un "no me gusta lo que estáis haciendo y estoy dispuesto a denunciarlo públicamente"
    Podría ser el apoyo a Putín, Irán (con éstos usted no tiene duda) o cualquier otro asunto. El final de su articulo me provoca una sonrisa.