Debo a la catedral de Notre Dame de París, entre muchísimas cosas más, el descubrimiento de un verbo nuevo: abobinar. Ya sé, ya sé que no está en el diccionario pero algún día tendrán que ponerlo, caramba, como ponen tantas cosas más que no tienen tanta gracia.
Les cuento la historia porque tiene su miga. Cuando, en aquella terrible tarde de abril de 2019, Notre Dame empezó a arder por donde se queman casi siempre las catedrales –el techo–, yo me llevé un disgusto espantoso. Era lunes. Dos días después se reunía mi Logia, que se llama Arte Real (el nombre medieval de la arquitectura) y estábamos todos igual, hechos polvo. Los masones nos pasamos la vida estudiando los símbolos; su lenguaje, su fuerza, su importancia en la vida, y Notre Dame era uno de los más poderosos del mundo: un emblema irresistible de Europa, de la historia humana, de la creatividad del hombre, de la pervivencia tangible de la memoria, y todo eso es independiente de que cada cual tenga creencias religiosas o no. Además, los albañiles y canteros que construyeron aquel templo, en el siglo XII, se llamaban en francés maçons, es decir masones, que significa precisamente eso, albañil. Eran, por así decir, nuestros abuelos más remotos, que idearon un edificio que, en su época, fue una auténtica revolución tecnológica y artística. Cómo no íbamos a estar disgustados.
Yo me ofrecí para escribir en Facebook, en la página de Arte Real, un “post” muy emotivo sobre el desastre. Me dijeron que sí y lo hice. La foto era muy dramática y muy bonita, con la célebre aguja de Viollet-le-Duc ardiendo como una antorcha. Y el texto era muy acongojado. Por eso me sorprendió tanto la reacción de los lectores. Muchos de ellos; no dos ni tres, sino bastantes más, comentaron cosas como estas: cueva de Satán. Madriguera del diablo. Nido de serpientes. Es el infierno de Dios el que le ha pegado fuego. Que se queme con todos los paganos dentro. Cosas así.
“Esa cueva de demonios es una abobinación. Y ustedes, los masones, son herejes, ateos, réprovos (sic), seres abobinables que se quemarán en el infierno por toda la eternidad”
Yo, naturalmente, no entendía nada. Al principio pensé que se trataba de pirados ateos de extrema izquierda, pero no, no: todos aquellos lectores tenían nombres y apellidos más o menos exóticos, pero todos en lengua española. Y todos eran, o parecían ser, creyentes, había que suponer que cristianos. ¿Cómo era posible que hubiese cristianos que se alegrasen tan ferozmente del incendio de uno de los templos más importantes y más bellos del mundo?
Ahí fue cuando apareció aquella señora. Recuerdo bien su nombre y su procedencia, pero prefiero no anotarlos aquí. Lo primero que dijo fue: “A esos malnacidos el Señor los abobina”. Yo parpadeé: ¿Cómo? ¿Qué dice que les hace? Traté de dialogar con ella, de ser cortés, de hacerla razonar, pero no hubo forma: “Esa cueva de demonios es una abobinación. Y ustedes, los masones, son herejes, ateos, réprovos (sic), seres abobinables que se quemarán en el infierno por toda la eternidad”.
Creo que la explicación ya la han adivinado ustedes. Toda aquella tropa de fanáticos con querencias piromaníacas procedía de diversos países de América y todos pertenecían a la secta evangélica, que en esa parte del mundo está creciendo como la espuma: sin ellos, Trump no habría sido elegido presidente, por ejemplo. Los evangélicos, al menos en los países iberoamericanos, se distinguen por su fanatismo, por su odio hacia todo lo que no comulgue con sus creencias… y, en muchísimos casos, por su ignorancia. Esto no es casual sino premeditado. Es mucho más fácil mantener sujetos y en estado de ebullición a personas que apenas saben leer y escribir; y que, cuando lo hacen, leen nada más que lo que se les manda (porque todo lo demás es “abobinación”) y repiten como loros lo que les dicen en sus reuniones.
Aquella señora, que era una hidra de muchísimo cuidado, pretendía decir “abominar”, término que sin duda había oído gritar al pastor de su congregación para señalar algo malo; le gustó la palabra y la agregó a su arsenal de insultos. Pero, o bien el pastor tenía catarro, o simplemente ella la entendió mal y la convirtió en ese maravilloso “abobinar” que le quita al concepto toda su truculencia bíblica y lo convierte en algo muy tierno. Y muy poco réprovo.
El arzobispo de París, Laurent Ulrich, que iba vestido como para hacer de payasito en un cumpleaños infantil (¿a quién se le ocurrió encargar a un loco como Castelbajac el vestuario del clero en semejante día?) pero que impresionó a todos llamando a las enormes puertas del templo con medievales golpes de su báculo
Recordaba a esta abobinable (en este caso, sinónimo de adorable; seamos generosos) mujer hace unas noches, al ver el impresionante espectáculo de la reapertura de Notre Dame después de cinco años y medio de una fastuosa restauración. La catedral entera, limpia por fin de ocho siglos de humo de velas, resplandecía, llena de luz. La impresionante música, interpretada por genios de la talla de Dudamel, Lang Lang, Yo-Yo Ma o Buniatishvili. El impecable coro de niños traviesos, que es como tienen que ser los niños, porque ves a los críos que cantan –también maravillosamente– en Westminster y parece que los acaban de descongelar. El arzobispo de París, Laurent Ulrich, que iba vestido como para hacer de payasito en un cumpleaños infantil (¿a quién se le ocurrió encargar a un loco como Castelbajac el vestuario del clero en semejante día?) pero que impresionó a todos llamando a las enormes puertas del templo con medievales golpes de su báculo.
Ah, los invitados. Bueno, ahí hubo de todo. La lista seguramente la hizo el presidente Macron, que no se distingue precisamente por su astucia. Trump, que por una vez se comportó con educación y no trató de convertirse en el centro de atención de la fiesta. Zelenski, muy bien. Algunos reyes y grandes duques (Mónaco, Bélgica, Luxemburgo, por ahí seguido). Salma Hayek, cuyo marido es francés. Nadie pareció advertir que invitar a Elon Musk era como invitar al oso Yogui o a Gollum, pero allí estaba, mirándolo todo con ojos asombradizos.
Yo eché de menos a los reyes Felipe y Letizia, más que nada porque habrían disfrutado mucho con la maravillosa ceremonia, pero no tanto a Pedro Sánchez, que se aburre con estas cosas. En realidad el único que se quejó de la ausencia de Sánchez (y de cualquier representación oficial española) fue Feijóo, pero ese es el tipo de cosas que a mí me hacen sonreír: protestó por la ausencia de Sánchez como habría protestado también si hubiese ido, y la excusa ya se la buscarían, eso da igual. El caso es protestar. Qué tipo más previsible, caramba.
Si Mitterrand dejó una biblioteca maravillosa, Macron será el hombre que restauró Notre Dame y la dejó más hermosa que nunca desde que la construyeron. No está mal
Fue, eso desde luego, el gran triunfo de Emmanuel Macron. Como presidente de Francia, este hombre está bastante lejos de la altura que marcó la mayoría de sus predecesores, pero para el protocolo y las ceremonias es un absoluto genio. Así que este atildado y dubitativo caballero ya tiene “legado”, caramba, que cualquier día dimite e iba a resultar que lo único que había hecho era asistir a las cumbres de la UE. Pues no: si Mitterrand dejó una biblioteca maravillosa, Macron será el hombre que restauró Notre Dame y la dejó más hermosa que nunca desde que la construyeron. No está mal.
Ha sido maravilloso ver la ceremonia de la “resurrección” de la grandiosa catedral que tanta literatura, tanto arte y tanta música ha generado (desde Victor Hugo a Edith Piaf, pero el catálogo sería interminable), y que ha visto pasar bajo sus armoniosas torres ochocientos años de historia europea. Y ha sido una bocanada de aire fresco en medio de los tiempos amargos que vivimos, llenos de nubes negras que se aproximan y que amenazan la manera de entender el mundo que todos tenemos desde niños. Después de esto, puede decirse que hay Notre Dame para varios siglos más.
Y ahora sigámonos ocupándonos de las cosas verdaderamente importantes, como la última entrevista (previo pago de su importe, desde luego) que ha concedido a la prensa carroñera esa intachable, ejemplar y ¡honradísima! anciana que atiende por Bárbara Rey. Que es, como dice el DRAE, de esas personas que se arrollan, enrollan o devanan, generalmente alrededor de un carrete. Es decir, abobinable.
lepanto2012
13/12/2024 17:14
Yo, aparte de no extrañarme nada que ni dios escriba aqui debajo,,,, lo que siento es un completo desprecio popr alguien quie se dedica a lamentar que los reyes no se hayan rebajado a homenajear a una simbolo francés, la casa de los etarras , y no afeen el que el tipejo de la monlocoa no haya acudiso al funerao por las victimas ESPAÑOLAS de Valencia. HAY QUE SER MUY GILI PO LLAS
secreboiras
18/12/2024 20:16
Sabes el dicho "cuando el dedo señala la luna, el tonto queda mirando el dedo". La catedral es el dedo. "Nosotros ,los masones, miramos el dedo; no nos importa lo que señala".