Opinión

Kosovo y la Cataluña de Sánchez

La clave en el proyecto globalista es ceder la soberanía nacional a la agenda de entidades supranacionales que no velan por los intereses de las naciones ni sus ciudadanos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Europa Press

Tras la implosión de la URSS, los conflictos étnicos afloraron de forma sangrienta en las guerras de los Balcanes. La última fue la guerra de Kosovo, región de Serbia que buscaba la independencia del país cristiano ortodoxo, pues cuestiones históricas y migratorias habían provocado que alcanzase un 95% de población musulmana de origen albanés.

El 11 de junio de 1999 finalizaba la guerra tras 78 días de bombardeos de la OTAN contra Serbia sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU y bajo esa cuestionable y difusa carta blanca que son los Derechos Humanos para ataques militares. La consecuencia de aquel terrible bombardeo fue que en el 2008 Kosovo declaró su independencia de forma unilateral. La OTAN no sólo había bombardeado a población civil y medios de comunicación, sino que sus intereses para hacerse con el control de una región estratégica de influencia rusa, aprovechando su debilidad, llevó a reconocer la independencia de Kosovo por EE.UU. y la mayoría de países de la UE al mismo tiempo que allí se instalaba la mayor base de la OTAN en el extranjero.

Un peligroso precedente contra los intereses de España por las pretensiones secesionistas de Cataluña y la región vasca. Por eso España no reconoció la independencia de Kosovo, porque aunque el Gobierno aquí nunca funciona, a veces el Estado sí. De aquellos polvos, estos lodos. Este verano las autoridades de la provincia serbia de Kosovo iniciaron una oleada de hostilidades contra la población de etnia serbia que habita el norte de la región. En los últimos días los serbokosovares han levantado barricadas y el Gobierno serbio dirige a su Ejército a la zona para proteger a dicha minoría con el apoyo de Rusia, que no adolece de la misma debilidad que en 1999. El gobierno regional de Kosovo ha pedido que intervenga la OTAN (que lidera la KFOR) contra los serbokosovares mientras exige ser candidato en 2023 a ingresar en la Unión Europea, especialmente tras la guerra en Ucrania.

El terrible ataque de la OTAN a Serbia hace 24 años vuelve como el fantasma de las navidades ortodoxas pasadas

La oscuridad de la guerra vuelve a una zona que aún tiene visibles los rastros de la devastación de la última. El terrible ataque de la OTAN a Serbia hace 24 años vuelve como el fantasma de las navidades ortodoxas pasadas. La situación es conscientemente delicada en medio de la —no declarada— guerra con Rusia. El papel de España ha de ser claro y negarse de forma rotunda a que la Unión Europea acepte la candidatura de Kosovo a ingresar como país soberano. El problema es que el Gobierno español está a las puertas de aceptar un referéndum en Cataluña. Con la autoridad moral de quien gobierna con los secesionistas, la credibilidad de España como Estado queda prácticamente anulada en la comunidad internacional. Además, el Gobierno no ha defendido los intereses de España en ninguna de las situaciones críticas de los últimos años, por acotar un periodo.

La declaración de mayor gravedad de Pedro Sánchez sobre el referéndum en Cataluña fue su apelación al globalismo: "En estos cuatro años, que hemos vivido una pandemia y ahora una guerra en las puertas de Europa, la respuesta es una mayor integración de la soberanía en Europa. Creo que el independentismo va contra los tiempos. Las sociedades contemporáneas avanzan a compartir la soberanía, cada vez de forma más acusada y más acelerada". La disolución de la nación interesa a la metrópoli y la Unión Europea para controlar un país fundamental como España.

Un patético nacionalismo burocrático europeísta que se fortalece atacando todo vestigio de patriotismo, pues éste se sustenta en una realidad más profunda que no necesita presupuesto público para existir

La clave en el proyecto globalista es ceder la soberanía nacional a la agenda de entidades supranacionales que no velan por los intereses de las naciones ni sus ciudadanos, sino por los de las élites que los controlan vendidas al mejor postor, lobbies o país tercero. Este sistema necesita fragmentar, diluir y hacer desaparecer la nación fuerte, España. Necesita naciones creadas, débiles, sin control interno de sus dirigentes. Ahora se invoca a la Unión Europea y a la OTAN como un dogma casi religioso para que todo ciudadano someta sus propios intereses a los de dichas organizaciones creyendo que son los suyos sin permitir ver que el mundo ha cambiado. El nuevo bien mayor. Un patético nacionalismo burocrático europeísta que se fortalece atacando todo vestigio de patriotismo, pues éste se sustenta en una realidad más profunda que no necesita presupuesto público para existir.

La Unión Europea, envuelta en el primer gran escándalo de corrupción, el Qatargate, lleva años adoptando medidas estratégicas que benefician los intereses de Marruecos, socio preferente de EE.UU. Es recomendable cuestionar la soberanía que se cede en favor de organizaciones cuyos intereses difieren a los nuestros, como sucede en el caso de Kosovo. Pero más aún hay que cuestionar a organizaciones que defienden los intereses de países terceros con intereses en abierta disputa a los nuestros.

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