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Opinión

La justicia visceral

El Chicle, asesino confeso de Diana Quer

Estas Navidades recordamos en mi familia cómo nuestros padres nos privaban de juguetes cuando de pequeños hacíamos algo mal. Nosotros, como respuesta, nos atrincherábamos en el pasillo de casa, justo enfrente del altillo donde se guardaban las muñecas y los juegos, rogando a mi madre cada vez que pasaba, con un taburete y unos pucheros como moneda de chantaje emocional, para lograr que los bajara y nos levantara el castigo de no poder jugar. Nos iba alentando con un “ya veremos”. A ello, se sumaba la obsesión por mantener el orden en una casa con seis niños, con lo que solo triunfábamos en uno de cada treinta intentos.

No entendíamos por qué lo hacían. Ni una cosa ni la otra entendíamos. Pero sí aprendimos a buscar un atajo hasta lograr nuestro objetivo: jugar. Claro que, con este paseo a nuestra infancia desde la perspectiva de la vida adulta, nos pusimos más del lado de nuestros padres que de esos niños caprichosos, y saltamos de generación hasta llegar a un sobrino mío que ha cogido la costumbre de poner de coletilla a sus ‘lo siento’ un ‘de qué sirve pedir perdón, si lo volveré a hacer’.

España es uno de los países más seguros del mundo, y también uno de los lugares con mayor población encarcelada, un 32% más que la media de la Unión Europea

 

En este mes que acaba hemos acumulado noticias cada semana donde la opinión pública ansiaba castigos y penas para todos como respuesta a corrupción, crímenes y demás posibles delitos. Desde la detención del asesino de Diana Quer, al rechazo de excarcelación de algunos miembros del Gobierno catalán, la resolución del juicio al caso Palau, el resurgir del juicio de la ‘Gürtel’ o sobre la posible detención de Carles Puigdemont. No es mi intención poner todos estos casos a la misma altura. Quizá algunos de esos procesos no sean de su interés, otros los considere una injusticia o poco democráticos y muchos otros pensarán que la justicia es blanda, lenta y poco efectiva. Incluso haya puesto a debate el mantener la prisión permanente para algunos de ellos.

España es considerado uno de los países más seguros del mundo. A su vez, es también uno de los lugares con mayor población encarcelada, a día de hoy con más de 61.000 reclusos, según datos de Eurostat, un 32% más que la media de la Unión Europea. De todos los que acaban su condena, más de la mitad no consiguen la reinserción social. Pero más allá de la falta de igualdad de oportunidades cuando vuelvan a estar puestos en libertad, también me preocupa saber si la altura moral que se le exige al preso es la que logra alcanzar estando allí dentro para estar ‘rehabilitado’ y volver a la sociedad. 

Sigo sin saber cuál es la forma de diluir las carencias éticas de algunas personas. De qué sirve pedir perdón si lo puedes volver a hacer

Si esperan de mí sentar cátedra sobre cómo reconducir conductas poco éticas, se han equivocado de persona. Gracias a Dios, no poseo la verdad absoluta, y nada de todo esto lo tengo claro. No sé si lo que nos falta es una opinión más fundamentada sobre los mecanismos de la justicia. Tampoco creo que se deban disolver los centros penitenciarios. El castigo, bien proporcionado, es educativo. Pero aislar al individuo no creo que sea el mejor, o al menos el único camino para reconducir una conducta negativa. Entre otras, pienso que el condenado no volverá a cometer el delito por miedo a volver a ser privado de su libertad. Eso quiere decir que teme por su independencia y no por la de la víctima, y dudo si contribuye a evitar que entienda que no puede hacer lo que hizo.

La libertad es compleja y tiene muchas capas. Pero no sé hasta qué punto la opinión pública puede volverse tiránica cuando reclama justicia. Como ese padre que censura tus placeres y diversiones para conseguir de ti una rectitud moral, pero sin haber trabajado nuestra capacidad de reflexión. Sigo sin saber cuál es la forma de diluir las carencias éticas de algunas personas. Quizá hayas marcado límites a la libertad del delincuente o el asesino o lo que sea que hayas hecho mal, pero a lo mejor el problema siga conviviendo entre nosotros. De qué sirve pedir perdón si lo puedes volver a hacer. 

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