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Opinión

Esa maldición olímpica

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

Que te toque la lotería puede ser una desgracia. Los estudios que han seguido a los agraciados con grandes premios han descubierto que un porcentaje sorprendentemente alto de ellos acaba en la ruina, en condiciones económicas peores que las que tenía originalmente, y agobiado por graves problemas familiares y sociales. Algo parecido le ocurre a muchos deportistas al acabar su carrera: personas sin la preparación adecuada se encuentran de repente con una gran suma de dinero que no saben cómo administrar, rodeados de aprovechados y aduladores que acuden como abejas al panal.

La analogía con el destino de algunas naciones es evidente. Para muchos países en desarrollo el descubrimiento de petróleo u otras riquezas en su territorio no ha supuesto más progreso y bienestar para sus ciudadanos. Muy al contrario, ha tenido un efecto perverso sobre su cultura política. ¿Cuándo se jodió Venezuela, aquella democracia iberoamericana modélica? Tal vez comenzó a joderse en 1976, cuando Carlos Andrés Pérez nacionalizó la industria petrolera: los dólares entraron a chorro en el país, corrompiéndolo todo.

A los barceloneses nos tocó la lotería en 1986, año en el que España entraba en la Comunidad Europea y en el que Juan Antonio Samaranch pronunció aquella frase histórica: “À la ville de… Barcelona!”. Se abrió entonces una larga etapa de prosperidad para la hasta entonces mediocre ciudad mediterránea. La clase dirigente y la ciudadanía se conjuró para organizar “los mejores Juegos de la Historia”. Barcelona inició una transformación urbana asombrosa y se colocó por méritos propios entre las mejores ciudades del mundo para vivir, divertirse y hacer negocios. El auge de Barcelona coincidió con el de su emblema deportivo, el FC Barcelona, que en los años noventa pasó de ser un club segundón a enamorar a los aficionados de todo el mundo con un estilo espectacular.

Todos los gastos pagados

El éxito provocó un cambio en la psicología de los barceloneses. El modelo de ciudadano laborioso, prudente y vestido con sobriedad fue poco a poco reemplazado por un metrosexual demasiado confiado en sí mismo y vestido de moderno, de hippie o de ambas cosas. Los peores rasgos históricos de nuestra cultura comenzaron a manifestarse con fuerza. Se cumplió en nosotros aquella profecía que Francesc Pujols hizo de los catalanes en 1918: “(…) a los catalanes, todos sus gastos, donde vayan, les serán pagados (...) y se les ofrecerá el hotel, el más preciado regalo que se le pueda hacer a un catalán cuando viaja. Al fin y al cabo, y pensándolo bien, más valdrá ser catalán que millonario”. 

Comienzan a manifestarse con fuerza los problemas que el crecimiento económico y el encanto de la ciudad habían tapado durante años: la desigualdad social

La clase dirigente que lideró la transformación de Barcelona ha sido substituida por políticos sin oficio y activistas fanáticos. Las élites económicas han dimitido. Comienzan a manifestarse con fuerza los problemas que el crecimiento económico y el encanto de la ciudad habían tapado durante años: la desigualdad social, la creciente inseguridad, la inmigración descontrolada, la corrupción y los errores urbanísticos. El monumento en recuerdo de Samaranch, al que tanto le debemos, ha sido retirado del Ayuntamiento por arribistas y charlatanes, ante la indiferencia y pasotismo de la ciudadanía.

El procés separatista ha pillado a Barcelona completamente desorientada y sin un proyecto propio. La pinza formada por el nacionalismo y la extrema izquierda ha ido poco a poco atenazando a la ciudad y amenaza con convertirla en una sombra de lo que fue. Unos quieren convertir a Barcelona en la capital de la ratafía, y otros en un campo de refugiados. Ojalá la decadencia de Barcelona lleve en su interior el germen de un futuro renacimiento de la ciudad, como aquel éxito olímpico llevaba en su interior el germen de la decadencia.

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