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Opinión

De problemas eternos y soluciones equivocadas

De problemas eternos y soluciones equivocadas

Vaya por delante: la reforma sobre los nombramientos al Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) propuesta por el gobierno de Pedro Sánchez me parece una mala idea. Es una chapuza partidista que vulnera la legislación europea sobre la materia y es probablemente inconstitucional. Este artículo no va sobre esta reforma, y todo lo que voy a decir a continuación no es una justificación de que el Congreso deba sacarla adelante. Este artículo va sobre cómo Pedro Sánchez tiene razón.

El problema de fondo en el CGPJ es conocido: el sistema de nombramientos actuales es una chapuza que politiza la administración de la justicia en España, y debe ser reformado. Exigir una supermayoría en el Congreso para los 12 vocales judiciales tiene sentido, pero que estos vocales sigan en el cargo con plenos poderes una vez ha terminado su mandato no lo es. El CGPJ ahora mismo está controlado por el PP, que no tiene nada remotamente parecido a una mayoría en el congreso y que tiene todos los incentivos del mundo para no escoger nuevos vocales. Los populares no quieren proteger a la justicia de la politización del PSOE y Podemos, sino proteger su poder político sobre la justicia.

Pedro Sánchez, entonces, tiene razón en intentar volar el sistema de nombramientos del CGPJ por los aires, porque es la respuesta más racional a una maniobra también completamente racional de volar por los aires su renovación. Esta es una pelea, no obstante, donde todo el mundo está siguiendo la letra de la ley mientras ignora completamente el espíritu de esta. Es una batalla peligrosa y estúpida, y más aún durante una pandemia, pero esto es lo que sucede cuando tienes una ley del CGPJ mal diseñada y dos partidos haciendo todo lo posible por ignorar el problema de fondo, que es la falta de medios y falta de independencia del poder judicial en España.

Un sistema donde los vocales salen del Parlamento puede renovar una cuarta parte de estos cada tres años, con mandatos de doce

La parte de todo este debate que más deprimente me resulta, sin embargo, es que todo el mundo sabe perfectamente no sólo cuál es el problema que debemos solucionar, sino también la solución. Hay muchísimas formas distintas de crear una ley sobre el CGPJ que garantice la independencia de este, con y sin designaciones parlamentarias, y cualquier jurista o politólogo ahí fuera te puede diseñar un sistema perfectamente aceptable.

Un sistema donde los jueces escojan a los vocales internamente tendrá sesgo conservador (por mucho que insista el PP, los miembros de la carrera judicial no son representativos del votante medio en España), pero esto puede solucionarse creando un sistema de votación que prime la representación de los perdedores. Un sistema donde los vocales salen del Parlamento puede renovar una cuarta parte de estos cada tres años, con mandatos de doce; esto exigiría una pequeña reforma constitucional, pero no es algo inalcanzable.

Pedro Sánchez sabe que esto es así, porque el tipo estaba defendiendo esta clase de cosas hace dos días, cuando estaba en la oposición. Pero en el poder, ante la posibilidad de solucionar un problema obvio y fácilmente reformable, ha hecho lo que la clase política española siempre parece hacer, una santa chapuza.

Las dudas del Gobierno

El secreto a voces de España es que muchos de nuestros males siguen un patrón similar: son problemas obvios, con soluciones técnicas conocidas y en absoluto misteriosas de los que hablamos constantemente, pero que nunca nadie se molesta en arreglar cuando llega al poder. Sabemos que los políticos entienden que existen, porque cuando están en la oposición hablan de ellos todo el santo rato, pero en el momento que llegan al Gobierno o bien les entran las dudas, o bien se las arreglan para ofrecer y a menudo aprobar una solución chapucera que deja las cosas a medias.

No es una lista misteriosa, porque son las cosas de las que llevamos hablando sin cesar desde hace no años sino décadas. Estos días un amigo de la universidad compartía por redes sociales una copia hecha polvo de una revista que sacamos en la facultad, allá por 1997. Los tres temas que destacábamos en portada eran la precariedad laboral, el acceso a la vivienda y el estado autonómico (concretamente, otra reforma educativa). Han pasado 23 años, y estoy bastante seguro de que las fechas y cifras han cambiado, pero los problemas y sus soluciones no han variado demasiado.

En España sabemos que tenemos problemas con la financiación autonómica, el mercado laboral, la viabilidad del sistema de pensiones, la planificación de infraestructuras, corrupción, y una miríada de temas semejantes, pero parecemos incapaces de hacer cambios substantivos en estos temas ni aunque sea accidentalmente. El único que llegamos a solucionar medio bien fue la reforma de las pensiones (con Zapatero, nada menos), pero todo Dios se ha dedicado a empeorar el sistema desde entonces.

Debería acabar el artículo con una de esas llamadas a los políticos a “ser valientes”, o “hacer lo correcto” o “escuchar a los expertos” para sacar las reformas adelante, o una combinación de los tres

Ahora supongo que debería acabar el artículo con una de esas llamadas a los políticos a “ser valientes”, o “hacer lo correcto” o “escuchar a los expertos” para sacar las reformas adelante, o una combinación de los tres. No lo haré, porque la forma más rápida de disuadir a un político de que haga algo es pedirle valentía; son criaturas aversas al riesgo. La verdad, estoy más confuso que otra cosa.

España es un país que, por un lado, tiene la maldición de sufrir muchos problemas económicos e institucionales por todos lados, pero tiene también la bendición de que muchos de estos problemas parecen tener soluciones quizás no obvias o sencillas, pero no intratables.

Tenemos un sistema constitucional que le da al Ejecutivo muchísimo poder (hasta el punto de ser casi una dictadura electiva cuando alguien tiene mayoría absoluta) y un electorado que supongo que quiere que alguien arregle los problemas del país, porque tener menos paro, un sistema autonómico que no sea un galimatías, vivienda barata, menos corrupción y menos obras estúpidas seguramente sea bastante popular. Sin embargo, aquí nadie parece estar por la labor de hacer nada.

En la reforma del CGPJ, Pedro Sánchez al menos tiene la excusa de un ventajismo político infame (es un decir), pero en muchos otros temas los partidos o no arreglan nada o presentan reformas raquíticas una y otra vez, sin cambiar nada de fondo. No sé si es cortedad de miras, cobardía, estupidez o una combinación de todos esos factores, pero el partido político que llegue al poder y por una vez decida arreglar algo quizás incluso sea capaz de ganar elecciones. A la gente le gusta que les arreglen cosas.

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