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Opinión

El invernadero

Arnaldo Otegi, en la entrevista en TV3

Durante muchos años el pujolismo cultivó en su invernadero particular un tipo de planta resistente, aparentemente bella, pero con el perfume hediondo del fascismo y de la muerte. Aquellas semillas de ayer dan sus amargos frutos ahora.

Arnaldo Otegui, terrorista, es entrevistado en TV3. Le preguntan acerca de si consideraba a Ernest Lluch persona dialogante. El etarra dice que sí, y ahí se queda la cosa. El entrevistador no ahonda en la contradicción que supone, si Otegui le considera dialogante, que ETA le descerrajase un tiro en la nuca. Todo es superficial, horriblemente superficial. El infierno está hecho de banalidad, de cosas pueriles, así como el crimen tiene ribetes de ordinariez suprema, de pueblerino irascible, de cateto con ínfulas. Lo más vil del asesino es que ni siquiera lo parece. De ahí la extremada perversidad de esa entrevista, que nos muestra a un señor vulgar y que, lo que son las cosas, fue preso político. Político. Como si ETA fuese algo más que una banda de criminales. Pueden deducir por ustedes mismos que, con esas premisas, la entrevista quedó muy blanqueadita, muy limpita, muy digerible de cara a los que no tienen ni idea de lo que sucedió en este país durante muchos años. ¿Para qué contrastar informaciones, si TV3 ya nos lo explica todo?, dicen los que consumen esa poderosa droga que es la televisión del régimen.

Es más, la actitud del que entrevistaba al terrorista por boca de sus amos procesistas ni siquiera puede calificarse de bajeza. Es pura estupidez de quien ni sabe ni quiere saber como se acciona un gatillo o un detonador. Es la nada intelectual y moral, es un vacío que las facultades de periodismo vomitan a diario sin el menor rubor, un vacío hecho de personas que carecen del menor espíritu crítico. Funcionarios del titular criados en el invernadero del Club Super Tres, los programas de Mikimoto, Bola de Drac y, también, los informativos que son pura propaganda un día y otro y otro. El imaginario ya estaba en sus venas y ellos ni siquiera lo intuyeron, así de poderoso es el abono que el pujolismo les proporcionó.

Las caras que vemos a diario en los medios catalanes son vegetales híbridos criados escrupulosamente por las hábiles manos del gran jardinero social Jordi Pujol

El entrevistador de Otegui, pues, no es flor pasajera. Las caras que vemos a diario en los medios catalanes son vegetales híbridos criados escrupulosamente por las hábiles manos del gran jardinero social Jordi Pujol. Sabía como nadie hacer trasplantes, injertos, regar cuando convenía y, especialmente y con singular y brutal precisión, arrancar las que consideraba malas hierbas. Sus esfuerzos se han visto abundantemente recompensados. Cataluña es, a día de hoy, un invernadero fétido repleto de vegetación exuberante y frondosa, casi selvática, con plantas carnívoras ansiosas por devorar todo lo que no sea reclamable como suyo. Plantas que devienen en enredaderas ominosas, capaces de enroscarse en las paredes y piedras de cualquier tipo de institución, asociación o colegio profesional.

Pujol sabía que en la aridez de la transición o plantaba las simientes de su Cataluña arcaica, feudal y totalitaria o no habría más oportunidades para los que, como el, creen en el supremacismo de la raza catalana. No tenía prisa. Sabedor de que todo lo que ha de crecer requiere su tiempo, esperó años y años. Pero nunca descuidó su objetivo principal: que el invernadero acabase por dar cosechas y cosechas de flores el mal, de putrefactas excrecencias con raíces sólidas y ansias trepadoras. Las consecuencias son bien visibles. De la Cataluña de aquel horrible Hipercor o del asesinato de Lluch, pasando por el salvaje crimen de la Casa Cuartel de Vic o todos los asesinados por la mano ensangrentada de la ETA, hemos llegado a ver como se entrevista con toda normalidad a Otegui y se le pregunta por una de las víctimas, como si él no tuviera nada que ver con el asunto.

Es el invernadero que posee su propio micro clima, su humedad y sus condiciones que nada tienen que ver con el mundo que se extiende más allá de sus límites. Esa es la única esperanza que nos resta a quienes no soportamos más la nauseabunda peste de tanta flor podrida, que se derriben los plásticos que nos aíslan de la realidad y que entre el viento vigorizador, arrasando los plantíos de tantas hórridas flores, reduciéndolas al polvo de la historia.

Ese día, que llegará tarde o temprano, veremos como el invernadero fue, en realidad, algo más que el laboratorio de unos orates. Era una cárcel hecha con barrotes de televisión y cerrojos de radio.

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