Opinión

Irene Montero nos pone al borde de un ataque de nervios

Puede incluso que lleguemos a votar mal en las próximas convocatorias electorales y prescindamos de su liderazgo al frente de Igualdad.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en el Congreso, en una imagen de archivo.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, en el Congreso, en una imagen de archivo EFE/ Juan Carlos Hidalgo.

Hay personas que nacen con el destino marcado. Seres cuyas altas capacidades les hacen dignos de llegar a los puestos de mayor responsabilidad sin que sus currículums aparentemente lo justifiquen. Pongamos por ejemplo a nuestra nunca bien ponderada ministra de igualdad, doña Irene Montero. De todos es sabido, puesto que ella misma se encarga de recordárnoslo frecuentemente, que sacó su carrera de Psicología con más de un 9 de media, cosa que debió hacer muy felices a sus orgullosos padres y nos llena ahora de regocijo a todos nosotros. No sabemos cómo hubiera sido su desempeño profesional en tan delicado campo porque no le dio tiempo a llegar a ejercerlo, pero no me cabe duda de que habría resuelto eficazmente los casos más complicados se habría labrado una justa fama y merecido prestigio en su carrera profesional.

Antes de que la política la arrebatara para sí, como el Señor a sus elegidos, la señora Montero tuvo tiempo de poner un pie, el único, en el mercado laboral real. Aunque durante un tiempo este dato no apareciera en su currículum colgado en 2020 en el portal de transparencia del Gobierno de España, nuestra ministra estuvo trabajando como cajera en un supermercado de la cadena alemana Saturn situado en San Sebastián de los Reyes. Como bien sabemos todos los que hacemos la compra, pocos trabajos más tensos y más necesitados de precisión que ese. Cobrar a cliente tras cliente de manera rápida y exacta mientras se va formando una cola que se remueve impaciente requiere muy buena cabeza y gran habilidad, y sinceramente no entiendo que tal experiencia laboral no se hiciera constar como merece, porque a mí me parece que de todos los méritos que adornan a Irene Montero, este es el mayor y el que más puede haberla ayudado en su siguiente trabajo como ministra del Reino de España.

Cuando se cuenta en el banquillo con una señora que ha sacado buenas notas en la carrera aunque jamás la haya ejercido hay que promocionarla a lo más alto sí o sí

Sé que hay malpensados por ahí, todos ellos fachas de la peor calaña, que consideran que el hecho de que su ascenso meteórico en el partido en el que milita y que la llevó posteriormente al ministerio de cabeza coincidiera casualmente en el tiempo con su relación personal con el líder supremo de Podemos no era algo estrictamente casual, pero aquí estoy yo para desmentirlo rotundamente. De la misma forma que el paso de Tania Sánchez de las primeras filas del Hemiciclo al gallinero bien oculta detrás de una columna no tuvo nada que ver con el cese de su relación personal con Iglesias, Montero accedió a lo más alto de su organización por méritos propios. Cuando se cuenta en el banquillo con una señora que ha sacado buenas notas en la carrera aunque jamás la haya ejercido hay que promocionarla a lo más alto sí o sí, y Honi soit qui mal y pense.

Una vez en el Ministerio, las esperanzas colectivas en el fichaje de esta Messi del panorama político patrio no se han visto defraudadas. Dispuesta a salvarnos a todas las mujeres de la agresividad sin límite de todos los hombres sin excepción, la señora Montero ha conseguido que su ley del sí es sí se apruebe en el Congreso con un articulado en el que se bajan las consecuencias penales de algunos de sus tipos. Más de 130 delincuentes sexuales se han beneficiado ya de la rebaja de las penas pero eso no significa que la ley esté mal redactada, sino que los jueces, como bien señaló su secretaria de Estado de Igualdad Ángela Rodríguez Pam, “fórmense. Señores jueces, fórmense” no están bien preparados para aplicarla como es debido.

Los delitos de violencia sexual cometidos por menores se hayan disparado en un 169 por ciento estando ella al mando del Ministerio

Yo la aplaudo y considero también que el hecho de que este mes de diciembre sea el peor mes en violencia machista desde que empezaron los registros en 2003 es una pura casualidad, como también lo es que los delitos de violencia sexual cometidos por menores se hayan disparado en un 169 por ciento estando ella al mando del Ministerio. Tormentas perfectas de las que la señora Montero no tiene absolutamente ninguna culpa, ya que bien sabemos todos que, como Mary Poppins, ella es prácticamente perfecta y lo de la autocrítica es cosa de reaccionarios.
Vengo aquí pues a reivindicar a esta figura insigne del mujerío patrio en la que todas debemos mirarnos, y a declarar además mi convencimiento de que las acusaciones de su exescolta, probablemente mujer poco formada en nuevos feminismos, aquellas en las que denunciaba que se la utilizaba entre otras labores ajenas a sus funciones para cosas tan peregrinas como llegar antes de hora al trabajo para poner en marcha el coche y tener así el habitáculo calentito para cuando subiera a él Irene Montero no pasaban de fantasías y eran absolutamente falsas. El hecho de que Podemos llegara a un acuerdo extrajudicial con ella para no tener que llegar a juicio no deja de ser otra consecuencia de tener una judicatura llena de jueces heteropatriarcales. A saber si en sede judicial daban por buenas las pruebas de la denunciante y le daban la razón.

Y así estamos todas, quejándonos en vez de estar agradecidas a esta mujer preclara y al borde de un ataque de nervios nosotras, que no ella. Puede incluso que lleguemos a votar mal en las próximas convocatorias electorales y prescindamos de su liderazgo al frente de igualdad. Y es que, como diría mi madre, que mala es la envidia, Irene.

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