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Opinión

La insoportable soledad de Carmena

La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.

La alcaldesa de Madrid está sola. No han pasado ni dos años desde que empuñase el bastón de mando en el Palacio de Cibeles y el otrora bien avenido grupo de contestatarios salidos del 15-M y de la izquierda radical madrileña se encuentra fragmentado y a la gresca. Los entusiastas “sí, se puede” de los primeros días se han apagado. Los ha sustituido la gravedad de la política cotidiana que, en una ciudad tan grande y en la que se maneja un presupuesto tan gigantesco, es una política especialmente azarosa y llena de bajíos en los que encallar fácilmente.

Madrid iguala en población a países como Uruguay y supera a otros como Eslovenia. Produce más que ninguna otra ciudad de España y alberga dentro de sus límites a más de la mitad de las empresas del IBEX 35. Pero esa no ha sido la causa que ha terminado fundiendo los plomos al Gobierno municipal, sino la conformación misma de ese Gobierno. 

Si echamos el reloj para atrás y nos ponemos en la primavera de 2015 el panorama era muy diferente. La táctica que Podemos escogió para enfrentar las municipales fue la de las confluencias: partidos y colectivos a la izquierda del PSOE a los que se sumaban gentes del más variado pelaje a quienes no se les miraba la matrícula porque lo importante era el ruido que se pudiese hacer durante los meses previos a las elecciones. A todo ese pastel le colocaban a modo de guinda un cabeza de cartel vistoso y a prueba de exclusivas.

En un fortín del PP como Madrid, Carmena no desentonaba, no asustaba a las abuelitas porque, entre otras cosas, ella misma era también una abuelita

En Madrid la guinda fue Manuela Carmena, una jueza jubilada, no muy conocida por el público pero metida en años y con una trayectoria profesional intachable. En un fortín del PP como Madrid no desentonaba, no asustaba a las abuelitas porque, entre otras cosas, ella misma era también una abuelita.

Al final sucedió que la abuelita llegó al poder por una carambola. Esperanza Aguirre se quedó a un puñado de votos de la mayoría absoluta y, como consecuencia ineluctable de lo anterior, no pudo ser alcaldesa, que era la base de operaciones que Aguirre había elegido para intentar el asalto a la presidencia del Gobierno una vez Mariano se la hubiese pegado en diciembre. No pasó ni una cosa ni la otra. En política, como en la vida, si algo puede salir mal, saldrá mal.

Con los apoyos del PSOE se constituyó el llamado “Gobierno del cambio”. Y cambio hubo, especialmente en las vidas de muchos de sus concejales, que pasaron del desempleo o el subempleo a embolsarse salarios dignos de un alto ejecutivo de multinacional más todos los avíos de un cargo público: despachos, secretarias, coches oficiales y ujieres serviciales.

Los conflictos, como galernas cantábricas, fueron impactando uno tras otro contra el dique de la alcaldía

Pero los revoltosos de Ahora Madrid no estaban ahí por el dinero. Estaban para cambiar las cosas. Y fue en ese punto exacto donde empezaron a aflorar los conflictos que, como galernas cantábricas, fueron impactando uno tras otro contra el dique de la alcaldía. Hubo unos cuantos, todos debidamente amplificados por la prensa: la paralización de la operación Chamartín, el culebrón del edificio España, el ridículo aquel de la memoria histórica, la antológica perroflautada de los titiriteros en Carnaval o la cabalgata de 2016, en la que la concejala de Cultura paseó Castellana abajo a los Reyes Magos vestidos con cortinas de ducha. 

Lo que se veía desde fuera no era más que el síntoma de una enfermedad que ya corroía el interior de la formación. Con el problema añadido de que Ahora Madrid no es propiamente una formación, un partido político en sentido estricto. Es lo que en términos podemíticos se conoce como una confluencia, tanto de intereses como de ideologías y hasta de maneras de entender la política. 

La alcaldesa, neófita en este oficio, pasó más de un año cediendo ante el sector radical hasta que a mediados del año pasado se hartó

La alcaldesa, neófita en este oficio, pasó más de un año cediendo ante el sector radical hasta que a mediados del año pasado se hartó. La pista definitiva se la dieron las elecciones generales de junio, cuando comprobó que el voto a Podemos en la capital había caído notablemente en comparación con el que su confluencia había cosechado tan solo trece meses atrás. Una parte del descalabro se debió sin duda a los deméritos de Pablo Iglesias y su empecinamiento garzonita, pero la otra le correspondía a ella.

El “giro moderado” de Carmena, que hizo respirar aliviado al madrileño de a pie harto de los excesos ideológicos de sus jóvenes bolcheviques, fracturó del todo al ya frágil equipo de Gobierno. Y en esas están ahora mismo. Intercambiando puñaladas y velando armas para cuando haya que ponerse a confeccionar las listas dentro de cosa de año y medio.

Las confluencias sirvieron para lo que sirvieron pero hoy son más un problema que una solución

Para entonces Ahora Madrid será ya un recuerdo de otra época, lejana y necesariamente más feliz. Las confluencias sirvieron para lo que sirvieron pero hoy son más un problema que una solución. Eso sí, junto con las confluencias se evaporará también la magia y la edad de la inocencia que fueron precisamente las que les llevaron en volandas hasta la poltrona. Esto y el más que previsible batacazo es algo que deberían ir descontando ya.   

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