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Opinión

El ingreso mínimo vital y la transición al comunismo

Irene Montero y Pablo Iglesias en una imagen de archivo.

Si una cosa hay que reconocerle a Pablo Iglesias es su perseverancia a prueba de bomba en la persecución de sus fines. Un partido y un líder que desde su avasalladora irrupción en el Congreso en 2015 con 71 escaños no ha dejado de retroceder convocatoria tras convocatoria hasta sus 35 actuales, ha sabido paradójicamente entrar en el Gobierno con cuatro carteras y una influencia notable en su ejecutoria. La habilidad de transmutar los fracasos en éxitos demuestra una adaptabilidad realmente sorprendente mediante el uso persistente de las tácticas marxistas de manual para tomar el poder valiéndose de atajos. En nuestro contexto español actual, y salvando todas las distancias, a Sánchez le correspondería el papel de Kerensky y al terrateniente de Galapagar el de su tan admirado Lenin.

Frente a semejante depredador, ágil e implacable, el cándido dúo Casado-Arrimadas no parece que sea un valladar demasiado sólido. Otra cosa es Abascal, que es bastante más rocoso, pero al que una campaña feroz de demonización tiene por ahora bastante neutralizado y al que determinados excesos verbales y gestuales de algunos de sus colaboradores y ciertos patinazos en las redes de entusiastas espontáneos entre sus bases dificultan emerger como alternativa creíble. Es una lástima porque sus propuestas económicas para hacer frente a la crisis generada por la pandemia destacan por su claridad y sensatez comparadas con la confusión mental y la indefinición del resto de la oposición.

No pocos analistas han destacado en estos últimos tiempos el peligro que se cierne sobre España de evolucionar, velozmente arrastrada por el coronavirus, de una Monarquía democrática y parlamentaria a una república popular bolivariana. Desde luego, este es el plan de Podemos y empieza a resultar inquietante lo poco que lo disimula. Un instrumento muy eficaz para avanzar en su siniestro diseño es el famoso Ingreso Mínimo Vital. El paso previo a la transformación de un sistema productivo de mercado en otro colectivizado de planificación estatal es la destrucción del tejido empresarial, de los trabajadores autónomos y de las profesiones liberales, los tres motores de la libertad económica.

Centenares de miles de empresas pequeñas y medianas y de autónomos desaparecen y quedan prisioneros de por vida de la dádiva que el Leviatán comunista les otorga a cambio de su libertad

Las grandes corporaciones industriales y financieras, al ser un número pequeño, son más fáciles de controlar vía nacionalizaciones, una de las medidas, por cierto, que el osado penene de la Complutense intentó llevar a cabo al inicio de la catástrofe vírica. Para este propósito, es decir, la reducción de los autónomos a dependientes, el cierre de las PYMES y la mutación de los profesionales liberales en funcionarios del Estado o en residentes en campo de concentración, el programa de Iglesias es diáfano. En lugar de garantizar la supervivencia de las empresas y de los autoempleados aliviándoles fiscalmente y asegurándoles sus ingresos durante la crisis, facilitando así que una vez recuperada la normalidad vuelvan al trabajo con renovada pujanza, los ahoga a impuestos y ofrece una paga a cargo del presupuesto a aquellos a los que su estrategia deja a la intemperie. Centenares de miles de empresas pequeñas y medianas y de autónomos desaparecen y quedan prisioneros de por vida de la dádiva que el Leviatán comunista les otorga a cambio de su libertad. Dado que esta operación implica un endeudamiento público ingente, el sector privado se agosta y la etapa siguiente es el default, el corralito, la hiperinflación y la miseria generalizada. Eso sí, el chalé con jardín del Guía Supremo se convierte en un palacio suntuoso desde el que el Secretario General del partido único pueda regir cómodamente los destinos del pueblo.

Barreras democráticas

Es evidente que este es el sueño húmedo de la pareja rectora de Podemos y que, con la colaboración activa de Pedro Sánchez, están desarrollando sin pausa y prescindiendo atrevidamente del sigilo. Sin embargo, a diferencia de sus modelos leninista, maoísta, castrista y chavista, en la España de 2020 existen formidables obstáculos para que su febril designio culmine con éxito. Estas barreras entre la democracia y el totalitarismo que Pablo e Irene se afanan en derribar son demasiado altas y sólidas para sus fuerzas, por mucho empeño que le pongan. En primer lugar, está la Unión Europea, que ya se enfrentó a la experiencia de la Grecia de Tsipras y Varoufakis. Hoy el motero ministro de Economía es consultor internacional y el revolucionario primer ministro se ha desvanecido en la nada. La Hélade está gobernada de nuevo por el centro-derecha y es uno de los países que ha manejado la pandemia con mejores resultados.

En segundo lugar, nuestra sociedad dispone de una clase media amplísima que, tras décadas de duro trabajo, ha acumulado unos modestos ahorros y un pequeño patrimonio inmobiliario y que ha interiorizado con convicción la cultura del emprendimiento, de la iniciativa individual, de la innovación y de la competitividad. Es prácticamente imposible que millones de nuestros conciudadanos acepten mansamente renunciar a su condición de personas libres para someterse a las imposiciones ideológicas de un iluminado revanchista y rebosante de rencor.

La lástima es que, tal como sucedió en Grecia, la huella que imprimirá en nuestra prosperidad, nuestra calidad institucional y nuestra moral colectiva, esta etapa de predominio de una utopía tiránica será profunda y muy destructiva. La labor de recuperación se prefigura titánica, pero habrá que acometerla tan pronto ambos patógenos, el Covid-19 y Pablo Iglesias, sean tan sólo una pesadilla superada diluyéndose en el olvido.

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