Tras meses de expectación, Mario Draghi presentó el pasado 9 de septiembre su informe “El futuro de la competitividad de Europa”. Para ser un hombre de pocas palabras, entregar un documento de casi 400 páginas podría parecer raro, pero al leerlo se explica el motivo: hay mucho trigo y poca paja. Sin duda, mucho trabajo detrás.
El Informe consta de seis apartados: una descripción inicial de la situación actual, los tres principales desafíos (el cierre del diferencial de innovación respecto a Estados Unidos, la compatibilización de descarbonización y competitividad y la mejora de la seguridad económica) y dos requisitos para lograrlo: más inversión y un refuerzo de la gobernanza europea.
El informe está muy bien escrito y contiene numerosas propuestas. El diagnóstico, en sí mismo, no es especialmente original: numerosos artículos e informes han venido destacando que la Unión Europea se está quedando atrás. Ni siquiera la cifra de las necesidades de inversión son novedosas. Donde el Informe Draghi resulta más relevante es en el contenido y detalle de las numerosas propuestas en distintos ámbitos, reflejadas sobre todo en la segunda parte (el grueso del informe) y que son más difíciles de sintetizar, pero es ahí donde reside su valor: en este tipo de documentos rara vez se pasa de las musas al teatro.
Resumir el Informe Draghi en que Europa necesita emitir 800.000 millones anuales de deuda conjunta es simplemente una forma de pereza intelectual
Por otro lado, la autoridad intelectual de Mario Draghi, respetado internacionalmente, da un peso específico considerable a este Informe. Draghi, poco dado a la hipérbole, no duda en señalar que estamos en “un momento existencial para la UE”, en el que, si Europa no consigue ser más productiva, “tendrá que elegir” entre ser líder en nuevas tecnologías, líder en responsabilidad climática o actor independiente en el escenario mundial (pero nunca todo a la vez), y además “no podrá financiar su modelo social”. No son mensajes gratuitos.
Es una lástima, sin embargo, que la mayor parte de la prensa, al hablar del Informe Draghi, se quede en las cifras y en la parte menos original del texto, o que políticos como el ministro de Economía alemán corran a negar cualquier posibilidad de deuda conjunta, sin antes estudiar y valorar el fondo de las muchas propuestas para mejorar la competitividad en distintos sectores y ámbitos horizontales. Resumir el Informe Draghi en que Europa necesita emitir 800.000 millones anuales de deuda conjunta es simplemente una forma de pereza intelectual. Draghi, por supuesto, nos recuerda lo evidente: que no se puede innovar y crecer sin inversión, y marca un objetivo. Lo que señala al mismo tiempo es cómo invertir bien y cómo regular mucho mejor para que la inversión sea efectiva.
Con respecto al problema del diferencial tecnológico, el Informe insiste en que en Europa no falta capacidad de innovación, pero muchas empresas innovadoras terminan yéndose porque fuera tienen más posibilidades de expansión. Para reducir el gap con EEUU se proponen diversas medidas financieras que promuevan la innovación disruptiva, medidas de excelencia académica, inversión en infraestructuras, más gasto conjunto en I+D, un ecosistema regulatorio más sencillo y claves para mejorar las habilidades de los trabajadores.
Incrementar la dependencia con China puede ser una forma de acelerar la descarbonización, pero hacerlo puede hundir sectores clave para la competitividad futura
Compatibilizar de forma adecuada descarbonización y competitividad es aún más difícil, ya que existen numerosos trade-offs. La descarbonización puede mejorar o deteriorar la competitividad, según como se plantee, pero está claro que las empresas europeas no pueden seguir soportando precios de la electricidad y del gas tan superiores a los de Estados Unidos, y que los combustibles fósiles sigan marcando el precio de la energía hasta 2030. Aquí se plantea un dilema: incrementar la dependencia con China puede ser una forma de acelerar la descarbonización, pero hacerlo puede hundir sectores clave para la competitividad futura. Definir dichos sectores “clave” no es tarea fácil, pero Draghi lo intenta con rigor. Además, propone reformar el mercado energético europeo para que los beneficios de la energía limpia se trasladen a los precios, apoyar la innovación y garantizar la competencia leal frente a otros bloques. La política industrial no es fácil de hacer, pero es inevitable si tus competidores la hacen. Lo que se trata es de hacerla bien, y no cada Estado miembro por su cuenta.
El tercer desafío es aumentar la seguridad económica. En un contexto geopolítico hostil, la UE se encuentra particularmente expuesta, con una elevada dependencia en materias primas fundamentales y en componentes tecnológicos. Por eso debe comportarse a efectos de política económica exterior como un solo bloque, fomentando acuerdos comerciales e inversión directa con países ricos en recursos, aumentando los stocks de determinadas materias primas y tecnologías críticas y creando asociaciones industriales para asegurar la cadena de suministro de tecnologías clave. También debe aprovechar que la dependencia es doble: China proporciona elementos clave a la UE, pero sin la UE jamás podría colocar toda su producción. Por último, resulta imprescindible aumentar la capacidad industrial de defensa europea, demasiado fragmentada.
Para lograr todos estos objetivos, Europa requerirá una inversión anual adicional de más de 800.000 millones de euros (casi el 5% del PIB europeo). Ello exige mejorar la financiación privada (y se detallan muchas medidas para ello, incluida la integración de los mercados europeos de capitales), pero eso no es suficiente: habrá que promover la financiación pública de proyectos conjuntos.
Cómo adaptarse a los nuevos tiempos
Sin duda uno de los apartados más interesantes del Informe es el referido a la simplificación de la regulación europea (páginas 317 a 327) “demasiado costosa para las pymes y contraproducente para los sectores digitales”. Draghi advierte que más de la mitad de las pymes europeas señalan como su mayor desafío “los obstáculos regulatorios y la carga administrativa”. La regulación europea es no solo lenta, sino además abrumadora y acumulativa, y no usa un análisis coste-beneficio estructurado y uniforme para todas las instituciones. El Informe hace numerosas propuestas de reforma, y además entran en detalles de cómo evitar que la trasposición de directivas acumule carga burocrática y en cómo adaptar la política de competencia europea a los nuevos tiempos.
En resumen, conviene dedicar tiempo a leer un informe verdaderamente interesante y complejo como el de Draghi y no caer en la tentación de confundir lo que es simplemente una condición necesaria para ganar competitividad (invertir mucho más) con la condición suficiente: crear un marco regulatorio y un entorno empresarial ágil, funcional y pragmático para aprovechar el enorme potencial de crecimiento, innovación y competitividad de la Unión Europea. El sabio Draghi nos está señalando la luna (y no duda en proponer para ello una radical reforma de las ineficiencias de la burocracia europea), pero los necios, por desgracia, insisten en seguir mirando el dedo.