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Opinión

El independentismo violento y la izquierda pirotécnica

La alcaldesa de Barcelona Ada Colau (D), habla con el primer teniente alcalde, Gerardo Pisarello

No es que a él le haga falta, pero a los que todavía no leen los artículos que escribe en Vozpópuli -levantando acta casi a diario de lo que acontece en la Cataluña del procés- les voy a contar quién es Miquel Giménez. Bueno, se lo va a contar él mismo. Hace un par de años se definió en El Mundo como un “mal catalán para los que han hecho de la estelada un modus vivendi y del odio subvencionado una manera de ocultar sus felonías, sus vicios privados”. “Como mal catalán -escribía Miquel- provengo del ideario anarquista y me pasé muchos años militando en el PSC, sí, aquel partido al que le pintaban botifler en las persianas de sus agrupaciones o le quemaban la caseta de la Rambla el día de Sant Jordi”.

Así es Miquel Giménez, periodista, escritor con nueve libros publicados, un resistente que podría decirse que sigue siendo de izquierdas -de aquella izquierda que tenía claras sus prioridades- aunque quizás él no lo sepa, o lo haya olvidado a fuerza de observar el acelerado declive de los principales intérpretes de este concepto abstracto. Miquel ha escrito esta semana un artículo de los que hay que guardar para releer cada cierto tiempo: “¿Qué se creían ustedes?”, lleva por título, y arranca así: “Se acabaron los tiempos de mirar hacia otro lado, de fingir que nadie sabe nada, de poner carita de circunstancias cuando se acosa a un no nacionalista. Porque todos esos progres de salón son tanto o más culpables que los nacional-separatistas de lo que pasa en Cataluña. Son ellos quienes han blanqueado el sepulcro supremacista y violento en el que pretenden meternos a la mayoría de catalanes que no comulgamos con su fanatismo racista y, ahora tenemos la última prueba, violento”.

Violento, sí, por mucho que desde esa progresía de salón se intente desfigurar la realidad y presentar las detenciones ordenadas por la Audiencia Nacional como una operación de criminalización del independentismo en vísperas de la sentencia del Tribunal Supremo. “Hacen como en Turquía”, ha dicho el abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye. Como operación “irresponsable” de la Guardia Civil ha calificado los hechos Jaume Asens, portavoz de los comunes en el Congreso.

Dos varas de medir: si las detenciones y registros se hubieran llevado a cabo en algún lugar de Euskadi, solo Bildu estaría hablando de operación para criminalizar al independentismo

Algunos medios también se entregaron con entusiasmo a la siembra de dudas: “El material violento de la operación Judas contra los CDR: pirotecnia y una urna del 1-O”, era el titular de un digital por lo común comprensivo con el soberanismo. Ridiculiza, que algo queda, debieron pensar. TV3, en su venenosa línea habitual: “Operación policial contra el independentismo” (sic). ¿Contra todo el independentismo? Y atentos a esta frase: “La prudencia nos aconseja esperar a conocer con mayor detalle el caso antes de definirlo como una intentona terrorista o un montaje estatal” (Editorial de La Vanguardia; martes 24). La equidistancia está servida, señor conde.

Cuarteles, alta tensión

Ácido sulfúrico, parafina, polvo de aluminio, termita ya mezclada, cloratita. Precursores necesarios para la fabricación de explosivos, prohibidos o sometidos a estricto control y enumerados en un protocolo de la Unión Europea. Planos de un cuartel de la Guardia Civil, torres de alta tensión como probables objetivos de fácil acceso. “Pirotecnia”. “Operación irresponsable”. Hay que estar muy ciego o ser muy imbécil para tirarse a la piscina así; para infravalorar la capacidad de autodefensa del Estado.

Esto va en serio señores. Si en lugar de en Sabadell o en Santa Perpètua de Mogoda las detenciones y registros se hubieran llevado a cabo en algún lugar de Euskadi, solo Bildu estaría hablando de operación para criminalizar al independentismo. Se ve que incautar polvo de aluminio y cloratita en un oscuro almacén de Mollet del Vallès es un golpe desproporcionado contra la pacífica “revolución de las sonrisas”; no así hacerlo en un caserío de Eibar; eso son palabras mayores. Si yo fuera vasco me cabrearía.

La Guardia Civil ha grabado durante año y medio a los detenidos. El teniente fiscal de la Audiencia Nacional, Miguel Ángel Carballo, tiene la “certeza” de que pensaban ejecutar una batería de acciones de carácter violento de forma inminente, “entre el aniversario del referéndum ilegal de autodeterminación del 1 de octubre y el anuncio de la sentencia del juicio del procés”. ¿Alguien cree que Guardia Civil y Fiscalía no se han atado bien los machos antes de tocar a rebato?; ¿a alguien se le pasa por la cabeza que un juez con fama de amarrategui, como Manuel García-Castellón, iba a ordenar registros y arrestos si no tuviera algo más que sospechas sobre la gravedad de lo que se avecinaba? ¿Pirotecnia?; ¿montaje estatal?, señor conde.

Los únicos fuegos de artificio son los de una izquierda que sigue ofreciendo cobertura a los que un día decidieron montar una infame operación de distracción para ocultar sus tropelías

Regresemos a Miquel Giménez: “Ya va siendo hora de que las cosas se digan alto y claro: Cataluña está en manos de unos golpistas peligrosos que no van a dejar de insistir en su locura y recurrirán a lo que sea con tal de conseguir sus fines”.  “A lo que sea”, señor conde. Sí, digámoslo claro: los antecedentes históricos no presagian nada bueno. No sería esta la primera ocasión en la que el supremacismo catalán contempla la violencia como herramienta política. Hay otros, pero el antecedente más próximo es el de Terra Lliure, organización terrorista que inició su actividad ya con Franco muerto (gran aportación la de los gudaris con barretina a la consolidación de la democracia) y que, después de más de un centenar de atentados y cinco víctimas mortales, se disolvió cuando alguien desde el pujolismo tuvo a bien llamar al orden a los cabecillas.

No, esto no es ninguna broma. Van en serio, muy en serio. Los únicos fuegos de artificio son los de una izquierda patética e incapaz de aportar soluciones, que no ha visto un obrero desde el estreno de Novecento, y que sigue ofreciendo insólita cobertura al caciquismo político de los que un día decidieron montar una infame operación de distracción para ocultar sus tropelías y ponerse a salvo de la acción de la justicia. Una izquierda irresponsable cuyo frívolo populismo está a dos minutos de asumir, en la Europa del siglo XXI, el papel de padrino populista de esta versión cutre de la violencia política.

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