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Opinión

Independencia e impotencia

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, durante el acto político celebrado este sábado en un parque de la localidad francesa de Perpiñán
Desde que el 29 de octubre del 2017 Carles Puigdemont huyera a Bélgica, nunca había estado tan cerca de su Girona natal como el pasado sábado. El acto de Perpiñán tenía todo el simbolismo que el independentismo de la vía “ho tornarem a fer” supo imprimirle. Una reunión de una institución sin validez legal o estatutaria: el consell de la república; vídeos de otros supuestos 'represaliados' por el Estado español, el onmipresente enemigo necesario para seguir manteniendo cohesionado el movimiento; un Puigdemont en traje de President y con la victoria del acta de eurodiputado bajo el brazo; un lugar paradigmático para el exilio español, Perpiñan, donde la oposición democrática y las ansias de libertad desembocaban durante el franquismo. Un acto cargado de simbolismo, pero sobre todo de impotencia.

La impotencia y la nostalgia fueron onmipresentes en el evento independentista, sin haberlas invitado. Se colaron en cada proclama, en cada grito, en cada afirmación. El gobierno, consejeros, diputados, alcaldes, cargos orgánicos y públicos se reunieron en Perpiñan para evidenciar que, a pesar de tener todo el poder, no tienen la capacidad de ejecutar lo que proclaman, lo que gritan, lo que afirman. Por ello, necesitan volcar toda la carga en la comunicación del simbolismo. Así lo reconoce Laurent Habib en su libro “La comunicación transformativa”, cuando la política pierde la capacidad de incidencia real, accionan la palanca de la comunicación vacía, de la sobreactuación, para intentar esconder que no pueden hacer aquello que han prometido.

Los convocantes, todos ellos con poder institucional, enardecieron a las masas con meras soflamas, sin un plan establecido, sin una hoja de ruta

“Ya estamos en el momento”, “la lucha definitiva” “preparar el embate para la ruptura”...Si realmente ellos mismos creyeran sus propias palabras no utilizarían conceptos tan fuertes para llevar a cabo un proceso independentista. En su lugar, activarían un discurso ilusionante, aquel que llevó al movimiento de un 30 por ciento de los votos a un casi un cincuenta. Los convocantes, todos ellos con poder institucional, enardecieron a las masas con soflamas de libertad, sin un plan establecido, sin una hoja de ruta, como si se tratara de  un acto de deshago, de reafirmación, un team building de esos que hacen las empresas para intentar motivar a los empleados, pero sin cambiar un ápice la cultura organizativa que hace que las cosas no funcionen.

Simbolismo sin acción real, incitación a la acción sin plan, elecciones sin fecha, franquismo sin república, gobierno sin mayoría parlamentaria, Perpiñan sin dictadura, independentismo sin unidad... Este podría ser el resumen del epílogo de una de las operaciones políticas más fracasadas de los últimos años. Pero todavía quedan páginas por escribir, sobre todo, porque los dos actores principales han elegido caminos divergentes y contradictorios entre sí y ambos con un único objetivo: la independencia no, ser la marca electoral referente en Cataluña.

La engañifa de Sánchez

Mientras en Francia, Puigdemont trataba de mantener vivo su liderazgo, en España ERC está dispuesta a virar el barco, a asumir la derrota de la vía unilateral y pagar el coste de un diálogo que no llevará a ninguna solución real a corto o medio plazo. La reunión en Moncloa era el mensaje, el mismo que el ex president, vacío legal mediante, desacreditó desde el escenario de Perpiñan, en palabras de Ponsatí: “No nos dejemos engañar por mesas que solo sirven para que Sánchez gane tiempo”. Clara Ponsatí lo verbalizó, pero ese era el objetivo del encuentro puigdemoniano, porque cuando acusas de mentir al resto, parece que puedes esconder tus propias mentiras y organizar actos con mucho simbolismo, donde solo queda impotencia.

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