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Opinión

La imaginación carbónica de Iglesias

Iglesias, antes de su reunión con Sánchez

Iba a asaltar los cielos, pero su carrera mengua en la proporción en que reduce su presencia en el Congreso. Iba a ser un ejemplo ético, y se fue a un chalet de Galapagar con una salus para cuidar a su prole. Dice la prensa del corazón que se paga a 100 euros la noche. Iba a regenerar la vida política, pero tras laminar a los fundadores de Podemos gobierna hoy la formación -o lo que de ella queda-, en compañía de unos cuantos irredentos que cuentan con el visto bueno de su compañera, la que dijo aquello de que el próximo líder del partido sería una mujer, una lideresa. ¡Ay que risa, tía Felisa! Iba a cambiar la Constitución, pero la leyó hasta el agotamiento en un debate electoral que vimos en la televisión. Iba a acabar con los desahucios, y ahí siguen. Iba a cambiar ayuntamientos y autonomías, pero su capacidad de influencia es cercana al vacío. Iba a ejercer de líder fuerte y con las ideas claras, pero hoy es un hombre temeroso, con la mirada miedosa, incierta.

Se ha convertido en alguien que cada vez que cruza un semáforo ve la cara de Errejón, cuando el monito paseante se pone en rojo y avisa de que si cruzas igual te lleva un autobús. O Errejón. O el PSOE. O los andaluces, hartos ya del numerito de quiero ser ministro aunque sea de Marina. Y todo con tal de no volver a dar clases en la Universidad, que hay muchos gastos en casa y una buena hipoteca por pagar.

Si lo que a su núcleo duro les dijo ayer nada más dejar La Moncloa es lo mismo que todos sabemos y no pasa nada, es que ese mismo grupito de incautos sabe lo mismo de política que él. Un desastre. Hoy Pablo Iglesias es un pobre hombre -¿me estaré explicando bien?-, que se arrastra por los pasillos de La Moncloa mientras suplica: Pedro dame algo, dame algo que más triste que la derrota es que además de que lo sea lo parezca. Este comunista reciclado por la realidad y el fracaso no quiere desaparecer, aunque Unidas Podemos termine cabiendo en un zaquizamí. Cree que tiene fuerza, se lo repite cada día, pero ignora que en la mirada de los otros es nadie. Nadie fue el nombre de Odiseo para cegar al cíclope Polifemo, y nadie, muy poca cosa, es el que ayer te quitó la cartera en La Moncloa y todas tus ínfulas de poder. Ay, Pablo, Pablo, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Serrat te podría contar y cantar estos versos, a ver si con música terminas aclarándote.

No hay ni un solo caso en la historia reciente de España en que una reunión entre socialistas y comunistas no haya terminado como el rosario de la aurora

En lo político, hoy por hoy eres muy poca cosa, tan poca que ayer salió a la prensa Adriana Lastra, que Ábalos está para lo gordo, para decir a los periodistas que desde el 28-A y especialmente desde el 26-M sigues sin enterarte de nada. Vale, como eso de que hay veces en que hemos de aceptar pulpo como animal de compañía. Venga, Pablo, vale, aceptemos que un gobierno de coalición es lo mismo que uno de lo cooperación. ¡Ay que risa tía Felisa! Al final va a ser verdad lo que mi compañera Victoria Prego repite una y otra vez desde la radio:

-Este muchacho no sabe de política.

Por eso me viene bien el título de este artículo, que lo robo del último libro de Andrés Trapiello, “Baroja y yo” (Ediciones Ipso), en el que se habla de un escritor llamado Aquilino Luque que no era de fiar y del que había que coger sus juicios con prudencia, “pues era de imaginación carbónica, como el sifón”. La imaginación carbónica de Iglesias hace que se vea dentro del Gobierno, pero no es seguro. Si lo fuera que pregunte a la señora Lastra qué es eso de que cooperación no es lo mismo que coalición. Su imaginación de sifón hace que vea espejismo y pretenda que un partido que fue el último de los cuatro grandes pueda imponer su programa aunque sea de forma proporcional, como asegura que le ha dicho a Sánchez. Iglesias quiere un cuarto del consejo de ministros y Pedro Sánchez quiere sus votos y a cambio lo sujetará para que no le pase lo que a Echenique junto a Heidi.

Sánchez tiene memoria, y si no alguien le habrá contado cómo terminó aquel invento del comunista Paco Frutos con Almunia, aquella cosa llamada “Casa Común” de la izquierda. No hay ni un solo caso en la historia reciente de España en que una reunión entre socialistas y comunistas no termine como el rosario de la aurora. Por eso Sánchez no tiene prisa. Se parece cada día más a Rajoy. No moverse, no hacer nada. Esperar. La presión para los demás, mientras se apodera de él un ataque de risa con el último invento semántico de Iván Redondo. Qué gracia tiene esto del gobierno de cooperación.

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