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Opinión

Illa debería dimitir por participar en el banquete de Pedro J.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa.

A Pedro J. Ramírez se le podrá atribuir en adelante el mérito de haber puesto de acuerdo a todos los españoles, cosa que no es fácil, pues ni siquiera Rafael Nadal ha sido capaz de lograrlo. Pero es difícil contener el malestar al apreciar la última decisión del editor de El Español.

Resulta que este lunes decidió mantener la fiesta de entrega de los premios anuales de ese periódico, pese a ese asunto tan nimio que es la pandemia de covid-19, el que ha obligado a establecer restricciones en todas las actividades sociales y laborales; y a posponer de forma indefinida todo tipo de proyectos. Y el que ha implicado la cancelación de las fiestas nocturnas y los botellones que no se organizan desde ciertas esferas. Porque hay botellones que todavía se consienten, como los que sientan sobre una misma mesa a 150 invitados y tienen photocall.

Podría decirse que lo prudente hubiera sido suspender la celebración, pero claro, eso hubiera implicado una menor exposición mediática; y ya se sabe que en este país hay novios que han decidido mantener sus bodas pese a que existe la posibilidad de que el virus se cargue a alguno de los invitados. Son los que piensan, como Pedro J., o al menos así lo demuestra, que sus celebraciones son más importantes que 'lo del resto'.

Dicho esto, cada persona tiene la capacidad de asistir o de quedarse en casa; y, apunten, todos estos representantes políticos y empresariales hicieron ayer lo contrario. Por cierto, contraviniendo la recomendación de los propios gobiernos central y autonómicos: Salvador Illa, Margarita Robles, Juan Carlos Campo, José Manuel Rodríguez Uribes, Pablo Casado, Inés Arrimadas, Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez Almeida, Fernando López Miras, Emiliano García Page, Dolores Delgado, Teodoro García Egea, Cuca Gamarra, Ana Pastor, Cristina Álvarez, Florentino Pérez (sin mascarilla en algunas fotos), Antonio Coimbra...

Ellos mandan; el resto calla

Todos son culpables y todos han demostrado una actitud impresentable al prestarse a participar de ese acto unas horas después de que Pedro Sánchez anunciara su intención de establecer un estado de alarma -con toque de queda- para el próximo medio año. Ahora bien, mención especial merece Salvador Illa, la máxima autoridad sanitaria del país, quien debería dimitir de inmediato por participar en el convite.

También debería hacerlo Francina Armengol, la presidenta de Baleares, a la que la semana pasada pillaron en un bar de madrugada. Pero no lo ha hecho ni lo hará, por lo que habrá que conformarse con su petición de disculpas por el “malentendido”. Porque alegó que en ese momento estaba trabajando y que lo suyo no tenía nada que ver con el ocio. Y tuvimos que creerlo...

Recapitulemos: mientras las autoridades piden a todo el país que se relacionen con el mínimo número de personas posible, que renuncien a la vida nocturna, que no abran sus negocios a partir de las 10, las 11 o las 12 de la noche; o que no asistan al sepelio de sus familiares por precaución, acuden sin miramientos a la entrega de premios de un editor de periódicos que hace no mucho clamaba contra la irresponsabilidad de los otros. Y ojo, es evidente que la situación del virus en España está descontrolada por la indisciplina de un pueblo abotargado. El primero, el que firma esto. Pero cuando se ostentan ciertos galones convendría extremar las precauciones, pues los ciudadanos podrían tener la sensación de que alguien se está riendo en su cara.

Cuando se ostentan ciertos galones convendría extremar las precauciones, pues los ciudadanos podrían tener la sensación de que alguien se está riendo en su cara.

Se ha dicho en estas columnas desde hace meses: si hay dos gremios que saldrán perjudicados de esta crisis -sea cuando sea cuando termine- serán la política y los medios de comunicación, pues las dosis de incompetencia, hipocresía y complicidad mutua que han demostrado son insostenibles. El acto de este lunes tuvo casi un componente poético: mientras la gente de a pie se apresuraba a encerrarse en casa para que no le multaran, quienes habían redactado las normas y quienes las habían reproducido en sus cabeceras brindaban con champán y se entregaban galardones.

De la boca de unos cuantos ha salido en muchas ocasiones la palabra “regeneración”, por no hablar de ese término tan vaciado como es el de la “ética”. Desde luego, si creyeran en alguno de los dos conceptos no habrían asistido a esa fiesta. Y si la máxima autoridad sanitaria de este país conservara todavía cierta dignidad moral, dimitiría de inmediato.

Por cierto, y si los españoles no estuvieran anestesiados, les exigirían explicaciones. O les conducirían hacia la puerta de salida.

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