Opinión

SOL Y SOMBRA

¿Iker Jiménez, presidente?

Estados Unidos, Argentina y Ucrania ya tienen mandatarios que llegaron a la política desde espacios mediáticos

Entiendo que a muchos les suene inquietante ver estas tres palabras juntas: presidente Iker Jiménez. Algo parecido debieron sentir en otros países antes las candidaturas de Donald Trump, Javier Milei y Volodímir Zelenski. Todos ellos coinciden en haber triunfado en el mundo de la comunicación antes de ganar unas elecciones generales. ¿Podría ocurrir algo parecido en España? La verdad es que no me lo había planteado hasta que vi un espléndido gesto de Iker Jiménez en su programa, guardando un minuto de silencio junto a la bandera rojigualda por los dos guardias civiles asesinados en Barbate. Fue un momento que seguramente solo podía darse en Horizonte y que batió marcas de audiencia de esta temporada, con 596.000 espectadores y un 8.2% de cuota de pantalla.

En los días posteriores, la actitud de Iker Jiménez se ha visto engrandecida por contraste, debido a la miseria moral de los diputados de Junts, ERC, Bildu y Podemos que se ausentaron de sus escaños en el Congreso de los Diputados para evitar participar en el minuto de silencio que rendía la cámara a los agentes. Luego el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, con quien una de las viudas ya había marcado distancias, mostró su verdadera cara en el Congreso cuando le preguntaron por la disolución de OCON-Sur y se revolvió acusando a Alberto Nuñez Feijóo de su foto con el narcotraficante Marcial Dorado. ¿Tanto trabajo les cuesta a las élites políticas progresistas tratar con el mínimo respeto a dos guardias civiles caídos en acto de servicio?

Lo último que necesita España es una mayor fragmentación política pero hay situaciones límite donde los votantes prefieren la incógnita a seguir votando lo de siempre

En junio de 2012, la expresidenta del CIS Belén Barreiro publicó en El País una columna de política-ficción, titulada “Regreso del futuro”, donde fantaseaba con la posibilidad de que una mujer treintañera sin experiencia en la política institucional encabezase una plataforma ciudadana radical que terminase con el sistema bipartidista en España. Esa tesis resultó ser muy sólida, aunque doce años después toda la agitación que trajeron Podemos, Ada Colau y Yolanda Díaz parece haberse disuelto como un azucarillo en agua caliente. Al final de su artículo, Barreiro advertía de la existencia de una alternativa peor: que en vez de un Partido Radical progresista, la opción emergente fuese algo llamado Unidad Nacional. Lo que ella teme coincide en parte con el perfil de Vox, pero ante el estancamiento electoral del partido verde no sería extraño que alguien se animase a intentar ocupar un espacio político antisistema a la vez que antiprogresista.

Iker Jiménez en Moncloa

A pesar de las caricaturizaciones, los programas de Iker Jiménez tienen mucha más sustancia que nuestra media catódica cotidiana. Quien los vea puede comprobar que no se arruga en las defensas de las tesis que le convencen, sean estas geopolíticas, técnico-sanitarias o puramente culturales. Uno de los milagros recientes de la televisión es que la sección de libros malditos que realiza Juan Soto Ivars en el programa sube la audiencia del espacio en vez de bajarla, cuando la cantinela de los ejecutivos y expertos es que la literatura es veneno para el éxito de un programa. Por cosas como ésta es natural sospechar que los espectadores de Horizonte son más inquietos de lo que suponemos, además de que se parecen más a España que los asistentes a cualquier mitin de un partido político.

¿Qué recorrido como candidato podría tener Iker Jiménez? Es complicado de calcular, pero los actuales aspirantes a la Moncloa deberán bajar a la tierra, mostrar respeto por estructuras del Estado y esforzarse en solucionar los problemas de la gente común si no quieren encontrarse muy pronto frente a algún 'tapado' de fuera del sistema (alguien con el tirón y el carisma de Jiménez). Lo último que necesita España es una mayor fragmentación política pero hay situaciones límite donde los votantes prefieren arriesgar a seguir sufriendo lo de siempre.

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