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Opinión

Iglesias y el sentimentalismo tóxico

La política en Twitter ha adquirido un carácter casi místico, medieval, caricaturesco

Iglesias defiende a los Bukaneros y critica que la Policía y los jueces son más duros contra la gente de izquierdas
Pablo Iglesias. Europa Press

No podemos disociar la política actual de la imagen de un lodazal sentimental. Esta adaptación del líder carismático al ámbito digital ha generado un tipo de 'carisma' que rompe con la política sobria, equidistante y leve. Los espacios públicos en línea están ahora siendo asumidos lentamente por conflictos sentimentales, pesados. Como dijo Italo Calvino, “lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, rabiosa y atronadora, pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de automóviles herrumbrosos”. Esta vitalidad de nuestra política es un conflicto propio de una sociedad hobesiana, feudal, de combatientes desesperados por ser vistos como héroes míticos.

Nos preguntamos cómo esta política pasivo-agresiva puede obtener la complicidad de muchos ciudadanos. Una constatación se hace evidente: una parte de la población defiende o justifica la violencia

El carácter grave, la pesadez de la política en redes y el poco respeto a los contra-argumentos y al adversario es un buen termómetro de la calidad de nuestros políticos. Tenemos unos queridos políticos que creen más en el poder que en la democracia (y en el beneficio personal que pueda sacar de ese poder). Los líderes más amados y odiados se convierten en las redes en una especie de genios con visión, coraje y fuerza, lo que les confiere una virtud y un magnetismo extraordinarios. El líder carismático transforma el caos de las redes en una narrativa sobre la que ejerce el control. Apuntando a la 'provocación' de que Vox celebre un mitin en un barrio obrero, Pablo Iglesias ha pretendido legitimar la violencia y la radicalización, mediante una filosofía completamente reactiva. Muchos nos preguntamos cómo esta política pasivo-agresiva puede obtener la complicidad de muchos ciudadanos. Una constatación se hace evidente: hay una importante parte de la población que defiende o justifica la violencia.

La gran mayoría de la energía del conflicto político en redes sociales se fundamenta en batallas intercambiables de guerrilleros que se enfrentan entre sí. Es un submundo frenético y darwiniano en el que todos están siempre preparados para luchar cuerpo a cuerpo, reuniéndose en torno a otros que cabalgan bajo viejos estandartes o eslóganes como el antifascismo, la burguesía, el comunismo o cualquier fantasma político. No hay mayor honor para un guerrillero que ser reconocido por los líderes por los que lucha. Hay una dinámica de enfrentamiento, pero también de lealtades muy fuertes hacia el líder. Y aquí es donde encontramos un punto de parodia o comicidad, pues la baja calidad moral de estos líderes, que son el ‘golem’ de los movimientos que abanderan, la estética hecha carne, la personificación de la ira y la soberbia, no merece en ningún caso, el amor y la lealtad que los caballeros armados les profesan.

Todo se mueve tan rápidamente que no podemos percibir su consistencia sino tan solo sus efectos; la gravedad y pesadez del clima de opinión, y el conflicto

La fidelidad de este guerrero es, a veces, premiada por el líder. También la deslealtad es castigada con comportamientos punitivos como tweets con errores interesados, gaslighting, bloqueos, silenciamientos… Las lealtades pueden cambiar a través de traiciones políticas y las lealtades de las audiencias pueden desaparecer ante cambios de estrategia repentinos en el tablero. Las refriegas de alto perfil son aquellas en las que los líderes están involucrados directamente. A menudo, estos líderes ejercen la función de figura moralizante, de superego de las masas que representan. Todo se mueve tan rápidamente que no podemos percibir su consistencia sino tan solo sus efectos; la gravedad y pesadez del clima de opinión, y el conflicto. Lo único que perdura es el conflicto.

La política en Twitter ha adquirido un carácter casi místico, medieval, caricaturesco. La gran mayoría de los líderes que dominan Twitter se mueven bien en la dinámica del conflicto. Crean una identidad política sofisticada, dotada de diferentes ideas e imputs. Estas identidades son como una vasta mitología que tiene la capacidad de cristalizar conceptos y asociaciones que no siempre responden a una lógica interna. Se utiliza constantemente la excusa de la provocación para coaccionar a los votantes arrastrándolos a un pantano emocional. Cuando no tienen un conflicto real, inventan uno imaginario. La duda es cuántos conflictos imaginarios podremos soportar en un mes de campaña electoral.

Munición para la causa partidista

Es poco probable que se consiga nada bueno permitiendo al sentimentalismo desbordarse hacia la esfera de las políticas públicas en forma tan exagerada, bajo la excusa de la provocación del adversario. Los políticos como Iglesias pretenden encarnar el bien a pesar de que representan un tipo de política que es tóxica, como bien definió Luca Costantini. Su sentimentalismo es autoindulgente, anima a las personas a sumergirse en el cálido baño de las emociones convenciéndolas de que están siendo generosas al hacerlo. El patrón estándar de conflicto es deprimentemente predecible. Toda crítica al enemigo sirve de munición para la causa partidista, y el “vienen a por nosotros” actúa como motor que incrementa el grado de intensidad del conflicto. Se hace creer a los votantes que están luchando por ideas elevadas por el bien de la sociedad contra una oposición deshonrosa y corrompida, cuando en realidad están siendo manipulados.

No hay que minusvalorar el poder de seducción o manipulación de las emociones de este lodazal sentimental. Al igual que en la Antigüedad los héroes eran atormentados por sus temperamentos incontrolables, estos políticos heroicos suelen acabar arrastrando a sus votantes hacia este tipo de pozo temperamental y pasional. Solo la levedad en el debate público podría atenuar el estilo exagerado y violento en redes sociales, ese aire entre navajero y sentimental que conduce al barbarismo.

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