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Opinión

La derecha y los mártires del ideal

Santiago Abascal y Pablo Casado en el Congreso

Aunque no lo parezca, hay vida en el centroderecha español, la vegetación en el páramo, que diría Julián Marías; una floresta más o menos tupida de personas e instituciones capaces y con vocación, pero abandonados a su buena suerte. En La hora de España, el libro coordinado por José María Marco y Jorge Martín Frías, se ofrece un buen elenco de personas, aunque no estén en él todos los que son. Ese libro sirve como demostración de que, sí, existe vida; una afirmación que la realidad completa: existe, pero al margen de los partidos (salvo en contadas excepciones).

Tienen algunos líderes de la derecha la pobre convicción de que las ideas no mueven la política. Esto, claro, es radicalmente falso. Basta observar la realidad de los últimos años. Las ocurrencias, las excentricidades no han movido la política, pero las ideas articuladas, arropadas e interiorizadas en el marco de una estrategia política, han fraguado la actual situación de la sociedad española. Véanse las ideas en torno al género o con respecto al pasado de nuestro país, por poner ejemplos evidentes, y cómo han transformado por completo percepciones y sensibilidades. Ideas articuladas, arropadas y empleadas por los partidos correspondientes para operar un cambio de sensibilidad en la sociedad, beneficiadas, además, por el vacío que encontraban en frente.

En esa vida que existe hay un gran esfuerzo por nutrir el desnutrido mundo de las ideas de la derecha española, y existe, además, con la esperanza de que aparezca una suerte de demiurgo, ese personaje platónico que transformaba las ideas en realidad tangible, capaz de tomarlas y arcillarlas hasta convertirlas en acción política. Quienes están protagonizando ese esfuerzo (no es cosa de dar nombres), demuestran con su empeño -y algunos, dejándose por el camino algo más que el esfuerzo- dos cosas: la primera, que la esperanza pertinaz es constitutiva del liberalismo conservador y puede más que su natural predisposición a la derrota y la segunda, que no les importa el peso de las dinámicas históricas. Porque la derecha siempre ha tenido un problema con su mundo de las ideas y aunque haya podido haber algunos rompimientos de gloria que conceden a esta teoría su excepción, no han dejado de ser eso, resplandores temporales.

“Es imposible que una máquina autónoma, sin ayuda de algún agente externo, transfiera calor de un cuerpo a otro más caliente”

Ese esfuerzo, esa vida que existe, es vida aislada o, en el mejor de los casos, precariamente unida por lazos personales, pero en ningún caso organizada. Cada uno aporta lo que cree poder aportar y las ideas que lanzan, aunque tengan la fuerza que da la convicción de la predicación en el desierto, llevan consigo la esterilidad de lo que cae sobre roca.

Rudolf Clausius escribió que “es imposible que una máquina autónoma, sin ayuda de algún agente externo, transfiera calor de un cuerpo a otro más caliente”. Es como definió la Segunda Ley de la Termodinámica y debería ser una definición que tuvieran bien presente los que hoy están al frente del centroderecha español: que no serán capaces de transmitir a la sociedad un proyecto de acción política claro sin ayuda de un “agente externo”, en este caso, ese mundo de las ideas que en otro tiempo giró en su rededor, capaz de transferir calor de un cuerpo, o un partido, a otro cuerpo, o una sociedad.

El espacio liberal-conservador

Resulta especialmente llamativo este abandono, que se mantenga justo cuando los dos partidos, PP y Vox, se han abonado a eso que se llama la batalla de las ideas. Llamativo porque, dejando a un lado que de tanto repetir lo de la batalla, ha acabado por tomar hechuras de lugar común, parece de lógica básica pensar que, para poder darla, lo primero sea tener ideas. Y los partidos no son cuerpos intelectuales y no deben serlo, pero sí deben contar con personas y espacios capaces de tomar esas ideas que se formulan en su particular mundo y hacerlas asequibles para la política tangible.

No se trata de hacer quijotadas (que tienen su momento y su sentido), ni de retoricismos sin estrategia, ni mucho menos de engrosar la lista de mártires del ideal (que tienen aún más sentido, cuando se dan las circunstancias), sino de ser -¡oh, coincidencias!- inteligente y ser capaz de organizar ese mundo que hoy está vivo pero renquea, sin un puente que haga posible el camino que va desde la idea hasta la acción política concreta. El partido, el líder capaz de tenderlo, será el que realmente lidere el espacio liberal-conservador, estará sirviendo a España y, al fin, habrá hecho de la batalla de las ideas algo más que un latiguillo.

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