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Opinión

Hombres y políticos

Pasqual Maragall y su mujer Diana Garrigosa

He vuelto estos días a la biografía de Pasqual Maragall que escribieron Mercedes Vilanova y Esther Tusquets, y que sufrió la amputación de la familia del biografiado. Como supimos por Arcadi Espada, el contenido censurado reproducía fragmentos de unas memorias inéditas del padre de Pasqual, Jordi, que evocaban su feliz escaqueo de la guerra civil. Los tiernos, lujuriosos veranos en el Sant Gervasi de la época, que aún lo fueron más después de la liberación, tal es la palabra que emplea. La poda no mató por completo el interés de la obra. La locuacidad de Pasqual y la vehemencia de su mujer, Diana Garrigosa, dejan pasajes ciertamente llamativos.

Respecto al Estatut, por ejemplo, Pasqual admite (el libro es anterior a la sentencia del Tribunal Constitucional) que "la madre del cordero y la esencia del proyecto es cambiar la Constitución sin tocarla". Y continúa: "Si yo digo esto en público, me dirán: 'En tal caso, el TC se lo tiene que cargar', por lo tanto no lo digo". Pasqual siempre ha tenido algo de Cruyff. Es Diana, no obstante, quien se desabrocha por completo. Así, de Pau, hermano de Pasqual muerto por sobredosis en mayo del 94, dice que "se creyó más listo de lo que era"; de Xavier Roig, jefe del gabinete de Pasqual en el Ayuntamiento de Barcelona, que "era un misógino total"; de su hermana Airy: "Tengo muchas cosas que reprocharle porque yo la he ayudado mucho [y a ella] no le gusta ayudar". Más que los reproches en sí, no obstante, sigue sorprendiendo el tono de confidencia (incluso de insolencia) de todos y cada uno de sus entrecomillados.

Si para Pujol, la confesión de su fraude no ha tenido más peaje que verse demediado, es precisamente por el crédito que siguen otorgándole los Montillas de la vida

Pero si traigo aquí Pasqual Maragall. El hombre y el político, no es por los Maragall, sino por José Montilla, una de las voces secundarias en el relato de Vilanova y Tusquets, y al que Diana tilda de "traidor" en uno de sus desahogos. Más concretamente, por el modo laudatorio como aquél se refiere a Pujol. Casi se le puede oír, arrastrando las palabras como cadenas: "Hay un hilo conductor [refiriéndose a su gobierno y los de Pujol y Maragall] que no es mérito exclusivo de Pujol, pero que él hubiera podido dinamitar y no lo hizo, que es trabajar por la unidad civil del pueblo de Cataluña".

El propio Montilla da prueba de la existencia de ese hilo conductor (y de su rendición a los postulados de Pujol) en este otro párrafo: "España y Cataluña son realidades distintas. Cataluña es un país más homogéneo, pese a ser una sociedad plural, y es más fácil de cohesionar que el conjunto de España". Una afirmación levantada, tal que algunas iglesias góticas, sobre cimientos ruinosos: "El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...]. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad".

Pixelar la memoria de Montilla exigiría la supresión de otras dos o tres páginas, que se añadirían a las 20 que ordenaron suprimir los Maragall. No me resisto a la metáfora: Cataluña como un libro que fuera adelgazando al paso de la vergüenza. Mas pecaría de optimismo. Si para Pujol, la confesión de su fraude no ha tenido más peaje que verse demediado (ya saben: hay que separar al hombre del político), es precisamente por el crédito que siguen otorgándole los Montillas de la vida.

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