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Opinión

Como ser un héroe catalán por 190 euros

Carles Puigdemont, en el aeropuerto de Copenhague.

Carles Puigdemont retorna a su casoplón en Waterloo. Loor y más loor al fugado, exclaman los suyos. Y, como no podía ser de otra forma, los héroes del independentismo acudirán a recibirlo poco menos que como a Nuestro Señor en Jerusalén. Pagando, ¿eh?, pagando.

El precio del heroísmo: ciento noventa euros

Siempre he sostenido que el proceso separatista ha sido extremadamente útil para los fabricantes del sector textil catalán. La cantidad de camisetas que se ha llegado a vender en la correspondiente jornada histórica es astronómica. Este año parece ser que, según la ANC, tocará ir vestiditos de color coral, pues es el de las asas de las urnas de plástico compradas a los chinos empleadas en el pseudo referéndum. Ya no saben que inventar.

Otros sectores como el de la automoción, léanse autocares, que antes se dedicaba al Inserso y ahora a trasladar amables ancianitas a gritar libertad para los presos, también deben haber tocado mullat, que decimos en catalán, vulgo pasta. Porque en estas cuestiones de la república catalana y las adhesiones públicas, se está comprobando que, si no movilizas a la comarca carlistona, pinchas fijo. De ahí que la familia Matamala de la que el hijo mayor, Jami, es el acompañante de Puigdemont en su vida peripatética por Europa, haya organizado la comitiva que deberá ir a saludar al líder vencedor de dragones, jueces españoles y malvados botiflers. Los autocares saldrán desde Girona, bressol del independentismo, que la llaman. Pueden ustedes ir directamente a la librería Les Voltes, propiedad de dicha familia, o entrar en su web y pagar allí el estipendo: 190 pavinis por viaje de ida y vuelta y noche en Bruselas. No se dice si habrá bocata de mortadela, porque es de esperar que cada uno se lleve sus propias viandas y vituallas, que la pasta se reserva para pagar fianzas millonarias.

Pueden imaginarse el heroísmo que se vivirá en esos autocares repletos – o no – de enfervorecidos e hiperventilados separatistas. Nada de cantar el “Para ser conductor de primera, acelera, acelera” o mucho menos la siempre socorrida canción de “La cabra”. Solo canciones de Lluís Llach, Els Segadors, y, si acaso, alguna de Núria Feliu, solo para los coneisseurs. Ya les dije ayer, a propósito de la universidad de verano del Institut Nova Història, que hay un calendario de fiestas, festejos y actividades socio recreativas para separatistas este verano muy, muy intenso. Hay que llenar los ocios del personal, no sea que a alguien le dé por pensar y llegue a la conclusión de que todo esto no es más que una inmensa tomadura de pelo que ni sirve para ganar la independencia ni para nada que no sea llenar el pebetero de incienso a los que huyeron cobardemente mientras otros de sus conmilitones se iban de cabeza al trullo.

Igual que los autocares que acudían al Palmar de Troya a ver milagros, lo de los asistentes a la cosa del sábado en Waterloo tiene tintes casi telúricos. ¿Esperarán ver a su Mesías caminar sobre las aguas? ¿Caminarán los cojos? No creo que vean los ciegos u oigan los sordos, porque no los hay peores que aquellos que no quieren ver ni oír nada más que la confirmación de sus prejuicios.

Su Señoría, que instruye la causa de la presunta financiación irregular de los Convergentes, lo ha dejado clarito por si las dudas: el PDeCAT es un mero continuador de CDC

El programa es denso, mazacote y dado a éxtasis estáticos varios: el sábado a las cuatro de la tarde, acto, no sabemos si de desagravio, en el que sudar copiosamente, gritar, enfurecerse con el juez Llarena, el Gobierno de España –da igual el que sea, antes fue el de Rajoy y ahora el de Sánchez-, gritos contra el Borbón, que es cosa socorrida, y hala, a cenar mejillones con patatas fritas. Todos a dormir y el domingo de vuelta a casita, que llueve.

Y uno, malicioso por naturaleza, piensa ¿no tendrá todo esto algo que ver con que el juez José de la Mata haya imputado tanto a la extinta Convergencia como al PDeCAT en el asunto del tres por cinto?

Meros continuadores de la firma Pujol y Familia

Su Señoría, que instruye la causa de la presunta financiación irregular de los Convergentes, lo ha dejado clarito por si las dudas: el PDeCAT es un mero continuador de CDC. Vaya por Dios. Claro está que para el separatismo de ultra derecha que encarnan Puigdemont y su Crida nada de esto tiene la menor importancia. Es pública y notoria la injerencia malévola de la Audiencia Nacional en ese límpido mar de honradez que supone el separatismo convergente. Pero el togado afirma que en el caso conocido popularmente como el del tres por ciento, que es mucho más que ese mísero porcentaje, lo adelantamos, la compleja organización que montó presuntamente el partido de los Pujol, Prenafeta, Alavedra y otros –todos, por cierto, confesos de corrupción– continuó con las nuevas siglas.

Habla el magistrado de una formidable red para financiar ilegalmente al partido nacionalista catalán mediante donaciones a fundaciones ligadas con el mismo, léanse la conocida CatDem o Fórum Barcelona, señalando la forzosa connivencia con empresarios y altos cargos políticos. Delitos como presuntos tráficos de influencias, soborno, blanqueo de capitales, en fin, lo que se esperaba de honrados patriotas que ya en la década de los ochenta se reivindicaban con eslóganes tales como “Primero, los de casa, vota Convergencia” y, lógicamente, si primero son los de casa, todo pa' la saca que diría el clásico.

La cortina de humo que ha supuesto el quilombo del separatismo se disipa ante la evidencia. Tapar la corrupción que iba a salir un día u otro con una enorme bandera, he ahí el ardid trilero. Es un viejo chivo expiatorio en regímenes totalitarios y no debería extrañarnos. Lo curioso es que nadie desde el gobierno de la nación haya dicho ni mú a lo largo de estas décadas en las que Pujol obró y dejó obrar a su antojo a quienes, presuntamente, se lucraban bajo la más miserable excusa que existe, la del patriotismo.

No se salvan ni Felipe González, ni José María Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy ni ahora Pedro Sánchez. Y que no se nos diga que tanto PP como PSOE han metido el cazo, porque esto no va de a ver quien ha robado más, si los tuyos o los míos. Esto va de organizar a gran escala un sistema de expolio de las arcas públicas mediante una ingeniería financiera dedicada al beneficio de determinados partidos políticos y determinadas personas.

Lo que veremos en Waterloo no es más que la españolísima escena de la plebe llevando en andas a Fernando VII gritando el horrible "¡Vivan las caenas!"

Ese es el problema real. La corrupción ha sido tan generalizada que quien no ponía la mano quedaba como un tonto. La cura que precisa España en el momento presente, en el que incluso se quiere investigar al Rey Emérito por esos mismos supuestos, o es de caballo o no sirve para nada. Cuando la gente se pregunta, con toda razón, como se ha llegado en Cataluña hasta el momento presente, deben reflexionar acerca de esa corrupción, ese yo no te miro si tu no me miras, esa dejación de la sagrada obligación que deben tener todos los que se dedican a la cosa pública.

Claro que a los que van a entonar los mantras separatistas en Waterloo todo eso les importa un higo. Pero cuidado, que no saben lo que hacen. Son tan españoles, pobrecitos, que prefieren que, si han de robarles, lo haga uno de los suyos. Y si lo pillan en un renuncio, con decir lo de más roban los otros, se quedan tan panchos. ¿Es o no es español eso tan lorquiano de los tuyos y los míos?

Lo que veremos en Waterloo no es más que la españolísima escena de la plebe llevando en andas a Fernando VII gritando el horrible “¡Vivan las caenas!”. Es algo tan vergonzosamente nuestro, tan tristemente nuestro, que quienes pagan ciento noventa euros para sentirse unos héroes liberadores forman parte, ignorándolo, de esas mismas cadenas. Así como Monsieur Jordan hablaba en prosa sin saberlo, los ocupantes de los autocares con destino Puigdemont son tanto o más españoles que el resto de sus conciudadanos. Qué lástima que vayan a imitar a los estraperlistas y no a Daoíz y Velarde, que también eran españoles.

Por ciento noventa pavos no se puede pedir más.

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