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Opinión

Mientras haya bares

Cerca de 40.000 bares podrían no abrir sus puertas si se levanta el confinamiento.

"Un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo es un cadáver", escribió Juan Tallón en aquel libro Mientras haya bares, un volumen de crónicas publicado por Círculo de Tiza hace ya unos años. 

Cuando toca la hora del aperitivo de los domingos y no puedo invitar a mi padre, el Gran gran capitán, me siento desterrada en un mundo en el que sólo abren los Mercadona. Si no es en un bar, ni el fútbol ni el periódico de los domingos son los mismos. Esa piscina de grasa en la última página del tabloide o el colchonero llorón que se queja por un penalti a nuestro favor. 

Un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto

Pienso en bares y aparecen mis amigos: Il Giardinetto con Leti, María y Marina, el Docamar con Concha, La Tienta con Luis Enrique y con Madueño. También el bar Leandro de la calle Londres con Lucas, Gerardo, Maxi y Tano -aunque hace ya mucho que no repetimos-,  Los Gatos con María José, el Diurno con Anapé, El Alabardero con Óscar, también César con los de Rubí, EL Gijón con Vitorio, El Capote con Pereira, El Alberche con Juan Carlos o el Waniku con Cristina y Haydée.

Por recordar, vienen a mi mente la Cervecería Alemana con Peyró, el bar Pueblo con Javi Ors, Ana La Santa con Gustavo, el Living in London con Cuesta , El perro y la Galleta con Emilia,  el Luchana 23 con Melca, Blanca y Pablo, la Torre del Oro con Arturo y Eslava, La pecera con Antonio, Galán, Gerardo y Jeosm,  El filete ruso de Conde Duque con Fran, Gonzalo y Fermín y hasta El Penicilino, de Valladolid, aunque yo siempre fui más de El largo adiós y La española... que cuando besa, besa de verdad.

Sin bares, la vida cuelga de la ele de un lunes perpetuo. El daño que no se ve, pero que también es daño, como dice Alsina

Las palabras de Tallón que hablan de un pueblo incapaz de reunirse se me trepan a los zapatos cuando cruzo las calles repletas de negocios cerrados: ferreterías clausuradas, lencerías jurásicas o peluquerías sin clientes. Se me antojan lugares saqueados, desprovistos de cualquier atributo. Es como si la vida colgara de la ele de un lunes perpetuoEl daño que no se ve, pero que también es daño, como dijo Alsina en su monólogo de este jueves. La nostalgia es burguesa, como los ascensores, pero aparece. Y hay que entenderse con ella. 

Cerca de 40.000 bares no podrán abrir sus puertas después de que amaine la crisis sanitaria ocasionada por el Coronavirus. ¿Dónde vamos a reunirnos? El bar es el lugar de lo repetitivo y lo inesperado. La felicidad no radica en beber, sino en hacerlo más o menos juntos. Que cada quien suelte su homilía. Que el tiempo pase sin demasiado decoro. Que la Liga sea nuestra y venga, por Dios, Mbappe o que Guti vuelva al centro del campo. Que no estemos todos tan muertos como para no poder juntarnos, alguna otra vez, ante una cerveza y un plato de aceitunas. 

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