Opinión

Hamás y la clave iraní

Lanzamiento de un misil, en la escalada de tensión entre Israel y Hamás
Lanzamiento de un misil, en la escalada de tensión entre Israel y Hamás EFE

El reciente y brutal ataque de Hamás al territorio israelí lindante con la franja de Gaza ha suscitado numerosos análisis y especulaciones por parte de gobiernos occidentales, expertos y think tanks, en variados intentos por entender la motivación de una acción tan despiadada como inesperada, así como los efectos a medio y largo plazo de tan horrible suceso. Han abundado las consideraciones sobre el estrepitoso fallo de los servicios de inteligencia de Israel, la ausencia de una fuerza militar efectiva en la zona capaz de repeler la incursión islamista y de evitar la masacre y la prepotencia del equipo de Benjamín Netanyahu, convencido de que sus paquetes de ayuda económica, combinados con la vulnerabilidad de la Franja respecto a sus suministros de todo tipo de recursos básicos y con su aplastante superioridad militar sobre el papel, mantendrían a Hamás neutralizado. Como siempre, la falta de comprensión del enunciado de un problema ha impedido su resolución. Tampoco el examen de los antecedentes históricos del conflicto palestino-israelí desde 1948 hasta hoy, con las sucesivas guerras, intifadas e implicaciones diversas de países árabes durante las siete décadas transcurridas desde la creación del Estado de Israel han arrojado mucha luz sobre la actual y desgarradora crisis.

Hamás no es otra cosa que una filial del régimen iraní, que lo sostiene, lo paga y lo dirige como una parte más de su estructura

            La explicación de la aparentemente irracional decisión de Hamás de golpear por sorpresa de forma alevosa a un oponente tan poderoso y resuelto hay que buscarla en el foco más permanente, fanático e implacable del islamismo radical, que no es otro que la República Islámica de Irán y su régimen teocrático chiita. Las ingenuas declaraciones del Departamento de Estado norteamericano y del Servicio Exterior de la Unión Europea afirmando que no existe evidencia de una implicación de los ayatolás iranís en el ataque demuestra que en Washington y en Bruselas siguen sin enterarse de la película. Esta agresión, de una crueldad y ferocidad inusitadas, ha venido siendo preparada y planeada cuidadosamente desde hace por lo menos un año y hubiera sido imposible sin el impulso, la aquiescencia, el asesoramiento, la financiación y el apoyo logístico de Teherán. Hamás no es otra cosa que una filial del régimen iraní, que lo sostiene, lo paga y lo dirige como una parte más de su estructura. Es suficiente leer el tratamiento que sus medios de comunicación han dado y están dando al choque que se ha desencadenado entre Hamás e Israel desde el 7 de octubre para advertir la estrecha asociación entre Irán y sus satélites palestinos.

No hay que olvidar que la razón de ser del régimen de los ayatolás, consagrada en su Constitución, es el establecimiento de un califato universal inspirado en la interpretación más rigorista del Corán

            Los clérigos iranís atraviesan desde el asesinato de Mahsa Amini por la policía religiosa en septiembre de 2022 serias dificultades internas. Protestas, huelgas, ataques a instalaciones de la Guardia Revolucionaria y un creciente descontento de la población les han forzado a incrementar la represión, con más de setecientos muertos en las calles a manos de los esbirros del régimen, decenas de ejecuciones y decenas de miles de arrestados. La incansable actividad del Consejo Nacional de Resistencia de Irán, liderado por la carismática y valiente Maryam Rajavi, tanto fuera como dentro del país, representa una amenaza existencial para Alí Jamenei y su banda de cleptócratas y verdugos, que sólo se mantiene en el poder mediante la corrupción y el terror. Por otra parte, los acuerdos de Abraham y la cada vez más intensa aproximación entre Israel y Arabia Saudí trastornan la estrategia de la República Islámica basada en la confrontación entre el mundo islámico y Occidente bajo su hegemonía. No hay que olvidar que la razón de ser del régimen de los ayatolás, consagrada en su Constitución, es el establecimiento de un califato universal inspirado en la interpretación más rigorista del Corán. Su trayectoria de mentiras, engaños, fomento del terrorismo e intervenciones en todos los escenarios desestabilizadores, Siria, Irak, Líbano, Somalia, Yemen, así como su indisimulable propósito de disponer de armamento nuclear hubieran alertado hace tiempo a políticos sin la boba ingenuidad y el cortoplacismo de los Obama, Biden, Mogherini y Borrell de turno. Cuando uno piensa en los canjes de terroristas por rehenes aceptados por Estados Unidos y la Unión Europea y en la descongelación de miles de millones de dólares para aplacar a los ayatolás, sumas destinadas a continuación a armar a Hamás, Hezbollah y a las milicias chiitas repartidas por Oriente Medio, no puede dejar de sentir indignación por la pusilanimidad y la estupidez de los gobernantes que de forma tan incompetente alimentan y alientan a nuestro peor enemigo.

Ya es hora de que los gobiernos occidentales se convenzan de que es una pérdida de tiempo intentar contentar a la dictadura religiosa iraní con concesiones y sobornos

            Detrás de los escalofriantes acontecimientos ocurridos estos días pasados en el sur de Israel está la larga mano del Líder Supremo iraní y su entorno de islamistas irredentos y belicistas. Gracias al golpe traicionero infligido a Israel, han conseguido paralizar su acercamiento a los países árabes, dinamitar la posible entente con Arabia Saudita, galvanizar a las comunidades musulmanas en Europa, en el Golfo y en el norte de África y desviar la atención de sus propios ciudadanos hacia una cuestión exterior que les distraiga de la opresión y la pobreza que sufren. Hamás no ha sido más que un dócil instrumento al servicio de sus siniestros objetivos. Ya es hora de que los gobiernos occidentales se convenzan de que es una pérdida de tiempo intentar contentar a la dictadura religiosa iraní con concesiones y sobornos. Esta política débil y contraproducente sólo contribuye a envalentonar a los ayatolás y a consolidar su desprecio hacia un enemigo que perciben, con fundados motivos, como acobardado y decadente.