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Opinión

¿Qué están haciendo con Barcelona?

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante su discurso en la cena de bienvenida al Mobile World Congress (MWC)

El lunes pasado tuvo que meterse a bombero el presidente de Telefónica para aplacar las llamas de un incendio que se declaró hace ya dos años y que no amaina. El Mobile World Congress (MWC), en lugar de ser motivo de orgullo y celebración, se ha convertido desde la llegada de Ada Colau a la alcaldía en ocasión privilegiada para airear conflictos y disputas políticas.

Nada más lejos de la voluntad de GSMA, los organizadores de este congreso, el más importante del mundo para el sector de la telefonía móvil. El MWC es un evento de alcance mundial en el que se dan cita los principales ejecutivos de los fabricantes de equipos móviles y de las operadoras telefónicas. Pocas industrias hay más dinámicas en nuestro tiempo que esta. El teléfono móvil da forma a nuestro mundo, pasamos más tiempo con él que con nuestros hijos y eso se traduce en dinero. La telefonía móvil mueve miles de millones de euros anualmente, una buena parte de los cuales se va en investigación, mercadotecnia y empleos cualificados. Si no es la gallina de los huevos de oro se le parece bastante.

El congreso, que aúna feria de muestras tradicional con lanzamiento de nuevos productos y conferencias de expertos internacionales, tardó muchos años en recalar en Barcelona. Antes había pasado por Cannes, por Berlín y por Lisboa. En 2007, veinte años después de su creación, aterrizó en Barcelona convirtiendo así a la Ciudad Condal en la capital mundial de la telefonía móvil.

En estos dos años de funambulismo Barcelona ha entrado en un letargo profundo, provocado, curiosamente, por los que dicen quererla más"

Muchos de los teléfonos que han marcado los diez últimos años fueron presentados en Barcelona. Terminales míticos como el Motorola RAZR, el Sony Xperia X10 o varias generaciones de la celebrada gama Samsung Galaxy vieron su primera luz junto a las Ramblas. Quiso además el destino que la irrupción de los hoy omnipresentes Smartphones coincidiese en el tiempo con el MWC ya establecido en Barcelona. Una casualidad que hizo crecer el valor de esta feria hasta convertirla en una de las más famosas y deseadas del mundo.

Pero eso no es todo. El MWC necesita cien mil metros cuadrados de exposición para dar cabida a las más de dos mil empresas que exponen sus novedades. Muchas ferias tienen ese espacio, pero sólo unas pocas son las elegidas para albergar eventos como este, cubiertos en directo por cuatro mil periodistas llegados de todo el mundo, y unos cien mil visitantes cada edición que llenan aviones, hoteles y restaurantes. El impacto del MWC se calcula en unos 500 millones de euros anuales. Un regalo caído del cielo que lo mismo que vino se puede marchar.

Esto lo sabían en Barcelona desde el primer momento. Para que GSMA, la patronal mundial de esta industria, se sintiese a gusto en Barcelona tanto el ayuntamiento como la Generalidad y el Gobierno ofrecieron todo tipo de facilidades. La ciudad se viste de gala para la ocasión y el rey de España se desplaza en persona y ofrece una cena de bienvenida a los expositores. Cada uno compite con lo que tiene. Nosotros lo hacemos con una ciudad excepcional, experimentada en organizar eventos internacionales y con nada menos que un monarca, especie esta muy escasa en nuestro mundo.

Pues bien, desde la llegada de Ada Colau y su Gobierno del cambio esas facilidades se han tornado en dificultades. En la edición de 2016 la feria vivió bajo la amenaza de una macrohuelga de los transportes públicos. La de 2017 ya vino marcada por el conflicto independentista. Carme Forcadell, a la sazón presidenta del parlamento autonómico, no se presentó en la cena de bienvenida y aparecieron protestas de grupos minoritarios contra el congreso, seguramente los mismos que meses después orquestaron aquella campaña infame contra el turismo.

Colau ni ha traído la estabilidad al ayuntamiento -y ahí están los no presupuestos de este año como muestra-, ni ha evitado la estampida de empresas de la ciudad"

Desde que Colau empuñó el bastón de mando ha conseguido que los problemas se multipliquen a su paso. Ni ha traído estabilidad al ayuntamiento -y ahí están los presupuestos de este año como muestra-, ni ha evitado la estampida de empresas de la ciudad. Al contrario, ha hecho todo lo posible para que la inversión se esfume mediante una moratoria turística, la persecución implacable a los empresarios y el abuso de una retórica hosca, desfasada y necesariamente dañina para una urbe global como Barcelona. 

El MWC se celebra allí a pesar de su voluntad. Si de ella dependiese jamás se reunirían los fabricantes de móviles en la ciudad. Su visión de Barcelona es otra: una ciudad provinciana, entregada al nacionalismo de aromas caraqueños que no sólo no necesita empresas, sino que las que hay las espanta y las que se quedan sueña con expropiarlas.

El resultado de estos dos años de funambulismo los tenemos delante de nuestras narices. Barcelona ha entrado en un letargo profundo. Los que lo han provocado han sido, curiosamente, los que dicen quererla más: los activistas como la propia Colau y los nacionalistas catalanes. La concomitancia temporal de nacionalismo y nueva izquierda con su cortejo de ideas fundamentadas sobre la aversión al mundo moderno y el decrecimiento, está siendo letal para Barcelona.

Las empresas se van y apenas llegan nuevas. Nadie en su sano juicio se plantea emprender en un lugar tan hostil. Más aún habiendo otros lugares más amigables donde hacerlo. El emprendedor, recordemos, se juega su propio dinero, quizá el único que tenga. Es por ello que si los problemas persisten es más que probable que la GSMA termine llevándose el congreso a cualquier otra ciudad de Europa o directamente a Dubai. No serían los primeros. Centenares de empresas ya han tomado el camino de la puerta. Otras nunca la abrirán para entrar, pues saben lo que les espera.

En nuestro mundo la competencia entre grandes ciudades es feroz. Barcelona hace tiempo que perdió el pulso. El politiqueo está acabando con ella. Ada Colau, una activista profesional que jamás tuvo que vérselas en el mercado, lo representa mejor que nadie, es su santa patrona.

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