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Opinión

La gritona

Mujeres en una manifestación convocada por el Movimiento Feminista.

Hay en Madrid una mujer con una voz excepcional y poca gente lo sabe. Yo mismo no sé quién es, no la he visto nunca, no conozco su nombre ni su edad ni su aspecto, pero su voz me tiene estupefacto desde hace tiempo. Yo creo que estamos ante una tesitura de soprano lírico-ligera como la copa de un pino, aunque, salvo más autorizada opinión, lo suyo no es exactamente la música. Lo que domina esta mujer son las manifestaciones.

Está en todas. En todas. En todas. Lo mismo le da que sean de la izquierda radical, en las feministas, en las que defienden a los animales, lo que sea. A esta mujer lo que le gusta es la calle. Y como la gran mayoría de las manifestaciones pasan al lado de mi casa, pues no me quedan más narices que oírla. Ahora que lo pienso: la oiría más o menos igual aunque viviese quince calles más allá, porque la potencia vocal de esta chica es parecida a la de la bocina de un trasatlántico. Qué voz, Dios mío de mi vida.

Suele empezar a capella, sin apoyo técnico, pero aun así se la oye con toda nitidez por encima de la multitud. Ahora bien, lo que le gusta es que le pasen el megáfono. Ustedes saben que en todas las manifestaciones hay alguien que lleva un megáfono para dirigir y amplificar las jaculatorias que se corean. Pues esta mujer, cuyo tono y vigor vocal naturales humilla a los silbatos, a las trompetillas de aire comprimido que suenan en el fútbol, a las vuvuzelas, a las cacerolas, a las batucadas, a la sección de metales de la Orquesta Nacional tocando a Berlioz y a lo que se le ponga por delante, cuando engancha el megáfono se convierte en un arma terrorífica. Emigran los pájaros. Se estremece el pavimento. Tiemblan los cristales de las viviendas próximas. Algunos se rompen, digo yo que se romperán porque las leyes de la Física son las que son. Es tremendo.

Los gritos y berridos más coreados

Tiene un truco. Empieza a vocear, un suponer, en Mi bemol, que ya es bastante. Ahí puede decir lo de “Madrí, será, latún, badél, facismo, pongamos por caso. Pero de pronto se le ocurre otra cosa, o se la soplan, y cuando chilla –es otro ejemplo– lo de "el Papa no nos deja / comernos las almejas”, lema gozosamente coreado, digo yo, por muchos dueños de restaurantes gallegos y por gente a la que le gusta el marisco, la muy bestia sube un tono entero sin el menor esfuerzo, y aumenta aún más el volumen. Ya estamos en Fa. Pero aún hay más. Su jaculatoria preferida es una larga, reflexiva y, la verdad, poco sintética: “Mi cuerpo, mi vida, / mi forma de follar, / no se arrodilla / ante el sistema patriarcal”. Sí, ya sé que es un desastre de sintaxis, el verbo tendría que ir en plural, qué le vamos a hacer. Pero ella lo grita y para ello sube dos tonos más: se pasa al La sobreagudo con toda furia, sin hacer un solo gallo, como si le sobrasen todavía notas por arriba, como si no necesitase respirar, como si no existiese el riesgo de afonía súbita, como si fuese Javier Camarena.

Bueno, Javier Camarena no. Lo de esta chica no es la música, ya lo he dicho. Ritmo sí tiene, hay que admitirlo, será por la costumbre. Pero de oído va bastante cortita. No es Mónica Naranjo, otra que también reventaba las ventanas pero al menos afinaba. Yo a esta mujer, la verdad, en el Teatro Real no la veo. Cuando quiera usar ese don que tiene para buscar trabajo, la imagino mucho más como sirena de una ambulancia. O de un camión de bomberos. Claro que en ambos casos le faltará el estímulo lírico de la letra. Pero no creo que lo note demasiado porque la chica, que es lista, usa uno de los trucos más viejos de los cantantes de ópera, sobre todo de los alemanes: en las notas agudas (y ella no tiene otras) convierte todas las vocales, o casi todas, en la misma. Así lo que berrea es, en realidad, “Basta ya da tanta chariza”. De ahí a interpretar a la sirena de una fábrica hay un paso. Muy corto.

No se veía nada igual desde la invención, en ajedrez, del “mate del loco”, en el que solo se necesitan tres jugadas (menos de un minuto) para dejar al adversario con la boca abierta y cara de bobo

Pienso en esta fiera corrupia no solo porque anoche haya vuelto a pasar cerca de mi casa, desde luego con el megáfono y los ripios reivindicativos en tono 'destrozafarolas'. No sé qué reivindicaban, ya digo que no se le entiende la letra. Pero imagino que tendría algo que ver con el acuerdo de Sánchez e Iglesias para formar gobierno, que ha batido el récord europeo de velocidad reconciliatoria sobre pista cubierta. No se veía nada igual desde la invención, en ajedrez, del “mate del loco”, en el que solo se necesitan tres jugadas (menos de un minuto) para dejar al adversario con la boca abierta y cara de bobo.

Yo creo que es un error. No voy a descubrir la pólvora. Esto es obvio. Cuando los ciudadanos dejemos de vivir en la campaña electoral permanente que arrastramos desde hace cuatro años, quizá alguien se dé cuenta en Ferraz de la ocasión que se ha perdido para usar el sentido común. Iván Redondo, el jefe de gabinete de Sánchez, pasó en poquísimas horas de ser un cadáver político (en su propio partido ya le tenían dispuesto el velatorio, nada fúnebre) a hacer saltar la tapa del ataúd y quedar como el ganador, el muñidor del pacto que empujó él y prepararon cuatro más, ante un Sánchez desnortado y ante un partido (el suyo) que no se estaba enterando de nada. Al almirante Chester Nimitz le pasó algo parecido en la batalla de Midway: ganó por un golpe de suerte. Pero ganó. Aquí está por demostrar que el abrazo que le dio Iglesias al presidente no sea más bien el abrazo que el oso le dio a Favila antes de merendárselo.

La amnistía imposible

Estos dos entusiastas parecen dar muy poca importancia al hecho evidente de que su sueño depende de los independentistas catalanes. Al menos, de algunos, porque esa jaula de grillos se está volviendo inextricable. Y ahora, con Junqueras en prisión y con el pretexto de la sentencia, esa gente sería idiota si no exigiese, para facilitar la formación del gobierno, lo que la ley no puede permitir que se les dé: el imposible metafísico de una amnistía que devolvería a España a las postrimerías del franquismo (eso es lo que ellos no dejan de repetir, que seguimos todos en el franquismo, como ellos) y, sin más, la negociación para la independencia a la luz de las hogueras de las calles. Y eso no puede ser. ¿Por qué no? Pues porque es imposible, como decía Talleyrand.

El Gobierno que se forme, si se forma, tendrá la misma estabilidad que la familia Wallenda, los mejores funambulistas de la historia, cuando caminaban sobre el alambre, siete a la vez, unos encima de otros. En 1962 se cayeron y se mataron la mitad. Otros quedaron inválidos. Es algo parecido. Los alemanes, ante situaciones de atasco parlamentario como la nuestra, hacen una cosa que se llama 'Grosse Koalition'. La izquierda y la derecha se ponen de acuerdo y forman un gobierno que quizá sea de mínimos, pero al que apoya la inmensa mayoría. Lo han hecho cuatro veces desde 1966. Ha funcionado las cuatro.

Pero para eso hace falta un sentido del Estado que es dificilísimo lograr cuando la campaña electoral es permanente. Cuando se vive más pendiente de lo que pasa en la calle que de la siguiente generación de ciudadanos, o de las dos siguientes.

Y en la calle está la gritona. Imagínense. Si Sánchez y Casado llegasen a ponerse de acuerdo, como al menos deberían intentar, esta mujer destroza los tímpanos de medio Madrid. Ojalá tuviéramos que oírlo. Porque afónica no se va a quedar, eso seguro.

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