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Opinión

Pedro Sánchez, un Gobierno que miente y un país que muere

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tocando la parte interior de la mascarilla con el guante

Nuevo sábado, nueva homilía gubernamental, pero misma conclusión: ni se observa la luz al final del túnel, ni el Ejecutivo parece que camine recto dentro de este ambiente penumbroso. Los cada vez más inverosímiles noticiarios de las televisiones se han empeñado estos días en ensalzar los datos de 'recuperados' del coronavirus, pero lo cierto es que los ciudadanos mueren por cientos cada día y la pandemia está descontrolada en el mundo. Cuando se atenúe en España, seguirá viva en otros países, con los que se comercia y de los que se depende en este mundo globalizado. Navigare necesse est, vivere non necesse. Hasta que se descubra y universalice una vacuna, la muerte estará al acecho.

Citó Pedro Sánchez hace una semana a Churchill en su discurso y hoy ha maleado una frase de Kennedy, en otra muestra de que las referencias que manejan nuestros gobernantes son de blockbuster sencillito y best seller pre-navideño. “Hemos pasado del qué pueden hacer los demás por mí; a qué puedo hacer yo por los demás”, ha afirmado. La pregunta quizá pueda plantearse de otra forma: después de su tardía reacción ante la crisis de la Covid-19 y de las varias semanas de errores estratégicos y funcionales que nos anteceden, ¿qué puede hacer este Gobierno por España?

Porque este sábado Pedro Sánchez ha hablado a los ciudadanos de la vuelta a la normalidad y de la dificultad de que la rutina vuelva a adquirir, algún día, la forma que tenía hasta hace unas semanas. El problema es que ese síndrome también le afectará al Ejecutivo.

Falta de legitimidad

De entre las varias crisis que deberá afrontar el país tras superar la emergencia sanitaria, hay una que se ha manifestado estos días con sordina, pues nada suena ni debe sonar por encima del estruendoso el dolor que ha provocado el asistir desde la distancia al ahogamiento por neumonía de la 'carne de tu carne'. Pero flota en el ambiente cierta sensación de que la legitimidad de las instituciones se ha erosionado de forma severa durante la pandemia, algo que, entre otras cosas, ha ocurrido por el insoportable porcentaje de falacias que incluye la 'verdad oficial'.

Afirmó el presidente en su discurso de este sábado que España está con sus viejos y valora su vida como la de cualquier otro; y no es así. O, al menos, no se corresponde con lo que ha sucedido en estas semanas, pues han sido cientos los ancianos que han fallecido en residencias sin que el Gobierno ni las Administraciones autonómicas hayan hecho nada hasta que algunas de estas dependencias se habían convertido en auténticos pudrideros.

Tampoco se ha preocupado ningún portavoz, especialmente, de explicar a los ciudadanos el dilema ético que supone el 'triaje' médico, que implica que, ante la duda de quién debe ocupar una UCI, se selecciona a quien tiene más posibilidades de sobrevivir y de hacerlo durante unos cuantos años más. No, lamentablemente, en esta crisis no vale igual la vida de un abuelo que la de su nieto. Conviene no desmoralizar a los ciudadanos, pero tampoco ocultarles la verdad.

Lamentablemente, en esta crisis no vale igual la vida de un abuelo que la de su nieto. Conviene no desmoralizar a los ciudadanos, pero tampoco ocultarles la verdad.

El Gobierno se ha visto desbordado por la virulencia de la infección y no hay mucho que debatir al respecto, pues hace ni siquiera medio año, en la cena de Nochebuena, todo esto parecía una mera anécdota de entre tantas otras que se cuentan de tierras lejanas. Ahora bien, su labor propagandística ha dejado tras de sí un reguero de mentiras, embustes y rectificaciones que le han arrebatado una buena parte de su legitimidad.

Lo peor han sido sus intentos de manipular sobre su falta de previsión al adquirir material médico y su bisoñez al rubricar algunos contratos de suministros. También sus patéticos intentos de lanzar a su jauría mediática para tratar de quitar hierro al error de no paralizar el país antes del 8-M. O para culpar a Alemania y Países Bajos de no tener una solidaridad infinita con países como España, cuyo déficit se explica en su pereza para abordar sus reformas estructurales, que, como en el caso relativo a las pensiones, serían impopulares.

Es el Gobierno que afirmó, a través de Fernando Simón, que no existía riesgo local de contagio, el que intentó disimular el positivo de Carmen Calvo o el que hace unas semanas disuadía a la población sobre el uso de mascarillas, pero ahora sugiere que será necesario utilizarlas para poder salir a la calle, una vez termine el confinamiento.

Es el que ahora remarca que hemos superado la peor fase de la pandemia -y ojalá sea así-, pero omite decir que España, con menos de un 1% de la población mundial, registre 1 de cada 5 muertes por coronavirus. Con estos ingredientes sobre la mesa, cualquier promesa, estimación o cálculo que exponga Sánchez ante los españoles debe llevar a la desconfianza, pues la 'verdad oficial' está demasiado contaminada por los desatinos del pasado y las sospechas de que, para Moncloa, quizá importa más que el Gobierno salga reforzado de esta crisis que el mero hecho de superarla. De lo contrario, ¿por qué tanta carga de propaganda gubernamental?

Los medios pasan el cestillo

No será el Gobierno el único que perderá legitimidad como consecuencia de esta crisis. También una oposición que ha pecado de oportunista y de una sociedad civil que parece huérfana de iniciativas y referencias. Los aplausos y las fiestas en los balcones son pequeños rayos de luz, pero son sólo eso. El resto del día es oscuridad y obediencia. Pocos parecen cuestionar esta modalidad de confinamiento y sus consecuencias a a medio y largo plazo, lo que deja claro que la sociedad española, como tal, está perdida y despistada. O narcotizada.

Por supuesto, los medios han vuelto a demostrar su bajeza moral, pues pocos días después de que todo esto estallara, escribieron su carta a los Reyes Magos a 'papá Estado' para que les rescatara con dinero público. Resulta patético que empresas que deben tener la independencia como fin último y principio inquebrantable acudan con tanta facilidad al Gobierno que deben controlar para que les lance un salvavidas.

No hay muchas fuentes más interesadas y pútridas que los legacy media durante estos días

Dice algún pazguato estos días que los 15 millones de euros con los que el Consejo de Ministros regó a las televisiones hace unos días suponen el chocolate del loro, pues no rellenarán el agujero económico que les ocasionará esta crisis. Mientras tanto, sus informativos remarcan estos días las altas hospitalarias y minimizan hechos tan terribles como que la enfermedad se ha 'cargado' algunos de estos días pasados a 950 personas por jornada. Desde luego, ese dinero, y el que se pueda haber comprometido, influye muy mucho. No hay muchas fuentes más interesadas y pútridas que los legacy media durante estos días, pues.

Lo peor de estas semanas será la crisis, las muertes y el dolor de las familias. Pero lo que viene también será difícil de deglutir. Es una sociedad rota, que navega porque hay que navegar, que ahora muere porque hay que morir; y que sufre los clásicos síntomas que anteceden a una depresión. Quien diga que a esta crisis no le seguirá un período de dura catarsis y sufrimiento, miente. Y el presidente lo hace.

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