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Opinión

El gigante cobardón

Mariano Rajoy.

Unos amigos míos tenían un Cairn terrier que respondía al nombre de Boly. Era un perro alegre, juguetón y simpático, siempre presto a demostrar su afecto a sus amos o a todo aquel que se le acercara con ánimo amistoso. No creo que llegara a los cinco kilos de peso y alzaba sobre el suelo una envergadura de unos treinta centímetros a lo sumo. Lucía un pelo duro y jaspeado de color gris oscuro y siempre estaba dispuesto a ser acariciado o a participar en juegos en los que quedaban patentes su agilidad e inteligencia. Era una delicia de animal, y contribuía con su presencia, sus ladridos -siempre breves y oportunos- y su cordial pequeñez a hacer más cálido y agradable el ambiente de un hogar ya de por sí acogedor y amable. Boly mostraba, además, un curioso rasgo de carácter que llamaba mucho la atención de los que frecuentábamos su casa y que consistía en su agresiva bravuconería con canes de tamaño y fuerza muy superiores a los suyos. Lejos de amilanarse ante la proximidad de un pastor alemán de musculosa apariencia o de un mastín de fiera mirada, Boly se plantaba frente a su congénere de gran talla y desplegaba una actitud amenazadora y agresiva pletórica de fintas de ataque, incisivos gruñidos y desafiantes provocaciones que podrían ser consideradas suicidas. Sin embargo, sorprendentemente, el enfrentado normalmente se amilanaba, retrocedía e incluso llegaba a volver grupas y poner tierra de por medio. Boly entonces se contoneaba orgulloso y todo su diminuto cuerpecillo irradiaba la seguridad en uno mismo propia de los valientes.

En España suceden dos cosas altamente peregrinas: los golpes de Estado los financia el propio Estado objeto del ‘putsch’ y hay partes de su territorio en los que no se puede educar a los niños en la lengua oficial de ese Estado"

Esta imagen del ilógico coraje de Boly me ha venido a la memoria con motivo del anuncio por parte del Gobierno de que estaba estudiando la posibilidad de utilizar la vigencia de la aplicación del artículo 155 de la Constitución a la Comunidad Autónoma catalana para hacer cumplir de una vez las reiteradas sentencias del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supremo y del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la libertad de elección de lengua vehicular en la enseñanza. Como es sabido, España es el único país del mundo en el que suceden dos cosas altamente peregrinas: los golpes de Estado los financia el propio Estado objeto del putsch y hay partes de su territorio en los que no se puede educar a los niños en la lengua oficial de ese Estado. El clásico slogan Spain is different alcanza así cotas realmente asombrosas.

Pues bien, ha bastado que los separatistas pusiesen en marcha sus habituales técnicas de amedrentamiento, amenaza de huelgas de los sindicatos nacionalistas, protestas airadas de los partidos secesionistas y advertencias de desobediencia en caso de que el Gobierno central ose ¡hacer efectivas decisiones judiciales!, para que al Ejecutivo le tiemblen las rodillas. En lugar de afirmar con contundencia que la ley será respetada y que el que la vulnere sufrirá las consecuencias, ya hemos empezado a oír la ristra de plañideras excusas que preludian la rendición. Que si habrá que ver si la inclusión de la correspondiente casilla en la hoja de pre-inscripción es competencia asumible en el marco del 155, que si hay otras formas de garantizar ese derecho, que si hay que analizar con cuidado el asunto, en fin, la pusilanimidad habitual. El PSOE, con su tradicional patriotismo, se ha apresurado a ponerse del lado de los delincuentes. Los separatistas están tan acostumbrados a que sus abusos queden impunes que, incluso con el artículo 155 activado, siguen convencidos de que Rajoy no se atreverá a cumplir con su deber (“Me van a obligar a hacer lo que no quiero hacer”, nobles y admirables palabras de un auténtico líder).

Ha bastado que los separatistas pusiesen en marcha sus habituales técnicas de amedrentamiento en caso de que el Gobierno central ose ¡hacer efectivas decisiones judiciales!, para que al Ejecutivo le tiemblen las rodillas"

El Gobierno, a diferencia del Rey y de la Administración de Justicia, que están sosteniendo la Nación y la legalidad, continúa prisionero de sus complejos y de sus dudas frente a los golpistas. Al igual que los perros de gran tamaño asustados ante el pequeño Boly, el jefe del Ejecutivo y sus ministros se achantan y retroceden cuando los separatistas, pese a su insignificancia comparados con el poder legítimo de las instituciones del Estado, se engallan y le retan con todo tipo de bravatas y provocaciones. El separatismo es un bicho minúsculo, pero con una mala uva considerable y, aunque no posee la amistosa disposición de Boly, se le parece en su osadía a la hora de encararse con las autoridades estatales. Y es que de poco sirve ser un gigante, dotado de considerable capacidad disuasoria, si en ese cuerpo formidable se alberga un corazón enano y cobardón.

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