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Opinión

El general Invierno tumbará a Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su rueda de prensa.

Amainan, en un goteo lento y sepulcral, las cifras de los fallecidos. Recuperan el resuello los hospitales, respiran las UCI y hasta se clausura el tanatorio del Hielo, ese mausoleo del espanto. Los niños corretean alegres, por las calles, los bulevares, las avenidas, los padres se abrazan con los vecinos y hasta los espíritus deportivos recuperarán su trotecillo alegre.

Andamos aún por los 350 muertos al día (según el trampeado cómputo oficial), con 30.000 sanitarios infestados, seguimos sin un maldito test, sin mascarillas para el metro, sin un serio plan de desescalado (acaba de presentar una improvisación chapucera), y sin más horizonte que la prórroga eterna del decreto de alarma que le otorga a Sánchez más poderes que a un caudillo bolivariano. En una apoteosis de la fórmula más ramplona del Estado autoritario, los cuerpos de Seguridad han interpuesto más de 750.000 denuncias a los ciudadanos que osaron saltarse la orden de reclusión, récord europeo de la especialidad, cuatro veces más que en Italia. A eso le llaman la 'nueva normalidad'. Pacientes, silentes, sonrientes, emotivos, solidarios, empáticos, sostenibles, feministas y progresistas. La alegría de los balcones. Así nos quiere 'su persona'. Ni una lágrima, Ayuso. Llorar es fascista.

Aumenta poco a poco una cierta sensación de alivio en La Moncloa mientras, curiosamente, disminuye la ovación de la liturgia cívica de ocho. Cierto, hubo momentos en los que el equipo de Sánchez, con Illa y Simón al frente, no veían la salida. "Estaban acojonados, fueron días de pánico, nadie se fiaba de la inefable pareja y los muertos cabalgaban a un ritmo de mil al día", comenta un cargo de responsabilidad socialista. "Ese mal trago ya pasó", insisten.

Se avanza con torpeza (caso del paseo de los niños), a ciegas, sin un plano epidemiológico, a la aventura... Entramos en la segunda fase de la descompresión sin un plan serio de la 'operación salida'

Ahora se trata de manejar con tino la operación salida, ('transición a la normalidad' lo ha bautizado el Garcilaso del Gabinete) de desconfinar con tino, de no pifiarla para variar. En todo, menos en el número de muertos, vamos por detrás del ritmo europeo. Una estampa inconveniente. Por eso Sánchez pisó el acelerador. ¡Desescalada, ya!, ordenó. Había que dar un 'horizonte de esperanza' al personal, según los augures 'monclovitas'. Se pusieron a ello. Se avanza con torpeza (caso del paseo de los niños), a ciegas, sin un plano epidemiológico, a la aventura... Entramos en la segunda fase de la 'operación libertad' sin los planes elaborados, abrazados a la improvisación y encadenados a Illa y algunos voluntariosos ministros que, por el momento, no han dado una. 

En el centro de operaciones que comanda Iván Redondo hay confianza en que lo peor ya ha pasado y que entramos en tiempos menos tempestuosos. Llega el calor, el virus se retrae, se adormece, según explican los expertos. Y citan el caso andaluz, ejemplar y sorprendente, 21 casos por cada cien mil habitantes frente a los 88 de la media nacional. La gente irá abandonan su encierro, el sol brillará sin fatiga y los médicos irán descubriendo remedios más eficaces para frenar al monstruo.

Entre la deuda y el paro

Encarrilado, que no vencido, el frente sanitario, Sánchez afrontará el laberinto social. El episodio más tenebroso del drama. Media España en paro desde hace meses, la otra media, sin producir, cobrando del Estado, un déficit hipertrofiado, deuda más allá de la última de las galaxias y nuestro único recurso, turismo y hostelería, arrasado tras un estío infernal. Se presenta un otoño incandescente y un invierno glacial.

A todo el mundo le repatean los profetas pero hay escenarios que resultan previsibles. E inevitables. Este Gobierno contra natura, que se desangra a cuchilladas internas, se acerca peligrosamente al precipicio, y dará un paso al frente. Demasiados factores fuera de control. El temible rebrote de la pandemia -que todos anuncian para octubre-, el cataclismo económico, las severas condiciones de Europa, los imprescindibles ajustes, los recortes, la asfixia financiera, el desempleo desolador, la ruina empresarial. Un panorama de muy difícil digestión para Pablo Iglesias. Lejos de apaciguar la furiosa ira que poco a poco desbordará las calles, el líder morado saltará del tren en marcha a la espera del naufragio de su socio de aventura. Si opta por seguir en el Ejecutivo, empeñado en convertir al Manzanares en el Orinoco y a España en Venezuela, será Sánchez quien deba mover ficha, siquiera para sobrevivir.

La opción es clara: seguir bajo el yugo peronista de Iglesias o aferrarse al exigente salvavidas que le ofrecerá Casado

Deberá hacerlo en busca de un apoyo parlamentario estable. El artefacto Frankenstein ya no rula. Las hienas separatistas han enloquecido y Podemos muestra ostensiblemente sus colmillos. Sánchez está acorralado, no puede escapar de los plazos que marca el general Invierno. La alternativa de siempre será ahora urgente: seguir bajo el yugo peronista de Iglesias o aferrarse al exigente al salvavidas que le ofrecerá Casado. Quedará claro entonces que la única opción razonable, y quizás factible será la crisis de Gobierno, adiós Iglesias, adiós, acuerdo de mínimos con el PP (nada de inútiles comisiones de reconstrucción) y convocatoria electoral para el año próximo. Se puede sobrevivir a 30.000 muertos, pero no a un déficit del 12% y a un 40% de paro. Solo así logrará seguir durmiendo, un día más, en la Moncloa. Su único interés.

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