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Opinión

No son garrotazos, es el pantano

El Coronavirus ha revuelto el malestar que permanecía sepultado, como en la novela de Chirbes.

Después de siete semanas de confinamiento no somos capaces de contar a los muertos, tampoco a los parados. Más que enumerarlos, el gobierno los esconde. Que no parezcan tantos ni tan ausentes, pero la tapicería de las palabras inventadas no alcanza para ocultarlos. El presidente de gobierno Pedro Sánchez evocó una guerra que sirvió recalentada en sus comparecencias sabatinas. Tanto hablar de batalla y ahora no quiere mostrar las bajas.

Casi veinticinco mil hombres y mujeres han muerto en España, más de la mitad formaba parte de una generación que construyó no uno, sino varios países: el suyo y aquel al que se marcharon a trabajar durante la posguerra a la que sobrevivieron. El coronavirus los despidió de mala manera. Les arrebató los nombres y hasta el derecho a ser llorados. Atrapados en la paradoja de su oficio, también murieron médicos a los que preferimos aplaudir como soldados y no como trabajadores desprotegidos. 

Envueltos ellos también en la soledad de un número, trescientos mil hombres y mujeres cogen la vez en una fila que no por confinada deja de desplegarse ante la fachada de la seguridad social: la que forman quienes se han quedado sin trabajo. Dados también de baja de una vida que terminará por desplazarlos, se han mudado a la periferia. Ese lugar que siempre queda lejos para los que no viven en ella.

Pedro Sánchez evocó una guerra que sirvió recalentada en sus comparecencias. Tanto hablar de batalla y ahora no quiere mostrar las bajas

Maquillados en la figura del ERTE, quienes ahora no pueden ejercer un oficio ni vivir de él han ido a parar al pantano de Rafael Chirbes, una imagen que vuelve más a la España contemporánea que los garrotazos del duelo de Goya. Como aquella novela que retrataba una sociedad menguante, los parados emergen a la superficie cuando bajan las aguas. La soga que reventó el lado más delgado en el momento menos oportuno.

Mengua el paisaje. Se subastan a la baja los debates, las obcecaciones, los objetivos, las vidas. A este paso la superficie nos parecerá un charco. Presentadores de televisión, políticos, vicepresidentes y ministros regaron esta semana un fango en el que nos gusta pasar mucho tiempo, chapoteando en el desperdicio, encantados con lo poco, lo pobre, lo roto y lo feo. No sé por qué, quizá porque cada quien es libre de elegir aquello que lo indulta.

En el día del trabajador que encuadra esta Polaroid, las varices de las cajeras les azotarán las piernas y los camioneros no aguantarán los riñones de tanto cruzar carreteras, pero miles de otros ciudadanos resentirán la paliza del teletrabajo, el lumbago de la persiana que habrá que echar abajo y hasta el coronilla, que aprieta hoy como no lo hacía hace un año. Mientras tanto, mengua el pantano. Ahí están los escombros, otra vez.

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