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Opinión

Gallina entre los gallos

Gallina entre los gallos

Lo dice un viejo refrán, ser gallina entre los gallos y entre los gallos, gallina. Ahí tienen ustedes por vía de ejemplo la declaración del Mosso separatista Albert Donaire ante el juez Marchena.

Para situarnos respecto al personaje, el señor Donaire acumula cinco denuncias ante la DAI, División de Asuntos Internos de los Mossos, que la justicia ha admitido a trámite. Está procesado por una denuncia interpuesta por la también Mosso Imma Alcolea, de la que hablaremos con calma en un próximo artículo. Su caso clama al cielo por lo injusto y demostrativo del control que los separatistas ejercen sobre lo que debiera ser una policía al servicio de todos y no solo al del Govern.

Es frecuente ver a este Mosso en redes sociales haciendo alarde de su ideología, uniformado junto a banderas esteladas a las que saluda, emitiendo opiniones que se compadecen poco o nada con el respeto a la ley mínimamente exigible en un servidor público. Pues bien, apenas salir de la Sala, lo primero que hizo fue colgar un vídeo diciendo que aquello era una farsa y que visca la república. Tamaña osadía nada tenía que ver con su actitud modosa ante las preguntas de Ortega Smith y las reconvenciones del juez Marchena.

No recordaba nada, no retiró urnas en el colegio de Ribas de Fresser al que se le envió el 1-O porque había 500 personas delante y eso le impidió requisar las urnas. Es más, añadió que ese día actuó “Siempre intentando cumplir con la Constitución y lo que marcan las leyes”. Al final resultará que las urnas las colocó Arrimadas, al paso que vamos.

El líder de “Mossos per la Independència”, ahora reconvertido en “por la república”, se sentó frente al jurado con la sana intención de marcarse una Infanta

El líder de “Mossos per la Independència”, ahora reconvertido en “por la república”, se sentó frente al jurado con la sana intención de marcarse una Infanta. No recuerdo, no me consta. Lejos quedaba del tremebundo separatista al que nos tiene acostumbrados. Nada que ver con quien se hacía fotos ufanamente al ladito de cupaire Daniel Fernández, o con la persona a quien la Fiscalía de Gerona investiga por un supuesto delito de proposición y provocación a la sedición (artículo 584 del Código Penal), o con quien decía que la Policía Nacional y la Guardia Civil no estaban cuando atacaron los terroristas, pero bien que golpearon sin escrúpulos a los demócratas catalanes el 1-O.

Siguiendo con su peculiar memoria selectiva, declaró con voz de misa de ocho respecto al chat que tenía en Telegram: “Allí hablamos de todo, de opiniones, de política, se hacen bromas”. En fin, meros chascarrillos inocentes propios de despedida de soltero, amigables y simpáticos.

Insistimos, toda esta comedia para, al poco rato, ufanarse en redes sociales de que había acudido con una camiseta luciendo la estelada, con el lazo amarillo e incluso con una insignia arco iris, como si a Marchena le importase la orientación sexual del testigo. Bastante tenía Su Señoría con reconvenirlo, llamarlo a capítulo y recordarle los deberes de un policía que es llamado a declarar como testigo. Marchena tiene que exigir un plus por las clases de derecho que está impartiendo desde el minuto cero del juicio tanto a letrados como a declarantes.

Lo sucedido es preocupante. Que personas así sean quienes, hipotéticamente, deban protegernos de quienes incumplen las leyes, da mucho miedo. Me consta que hay policías autonómicos profesionales que están hartos de esta situación, más propia de una dictadura que de una democracia en pleno siglo XXI. De hecho, hay cerca de medio millar que ya están pidiendo su traslado a otros cuerpos de Seguridad del Estado, hasta la gorra de soportar a tanto comisario político.

Como sea que el asunto es de una gravedad extrema, porque estamos hablando de un cuerpo armado con más de quince mil efectivos, al que los separatistas consideran el germen del futuro ejército de su república, me comprometo a seguir con el tema. Que nadie pueda decir que no se avisó con tiempo antes del desastre.

Un gallinero, señores. Un gallinero.

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