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Opinión

Francisco, un Papa peronista

Construir una ideología con la pobreza, en vez de centrarse en medidas para su eliminación, no da de comer

El Papa Francisco con Cristina Kirchner.

El pasado 12 de septiembre se desencadenó en la Argentina un terremoto político con la debacle electoral sin precedentes del peronismo. Las posiciones políticas que fueron derrotadas son las que con frecuencia defiende el Papa Bergoglio, y que tanta admiración provoca entre políticos anticapitalistas españoles. Que Iglesias, el fundador de Podemos, haya llegado a decir “el Papa y yo estamos en la misma barricada” empuja a indagar sobre qué ideas comparten con el líder católico quienes se adscriben a la tradición comunista.

Tenía razón el obispo argentino cuando, para proteger la imagen del Papa, sostenía: “A la Iglesia va el bueno, el malo, el sucio, el feo, el corrupto, el santo, todos; esto no significa que la Iglesia se identifique con todos”. Pero la cuestión que importa no es lo que manifiestan, por interés político, quienes no creen en Dios, pero ahora sí creen en la Iglesia, sino cuál es la posición de Francisco sobre las grandes cuestiones de política social. ¿Qué proponen sus encíclicas?

En la denominada Fratelli Tutti responsabiliza de la pandemia y de sus consecuencias a la economía de mercado, y no a una u otra forma de gestión, sino al modelo que representa. Lo que atrae a los camaradas de Iglesias es ese aroma a condena del capitalismo, tratado en el texto como si fuera una ideología y no una forma de gestionar la economía, bien o mal; con excelentes resultados, como en Dinamarca, o con consecuencias desastrosas, como en Argentina.

Traduce en encíclica la obsesión peronista por una industria protegida que llevó al país del 8% de pobres en los años 70 a casi la mitad de la población hoy

Jorge Mario Bergoglio responsabiliza del crecimiento de la pobreza, especialmente en América Latina, a la globalización. Interpreta la apertura de los países al comercio internacional como una sumisión “a los intereses extranjeros o la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países”. Conecta con la idea de beneficios y empresarios como enemigos. Traduce en encíclica la obsesión peronista por una industria protegida que llevó al país del 8% de pobres en los años 70 a casi la mitad de la población hoy, de ser uno de los países más ricos del mundo al desastre actual.

Siendo argentino, y habiendo estado tan implicado en la política del país, no puede desconocer que, para reducir la pobreza, importan, y mucho, el mercado cambiario, la confianza de los inversores, la calificación crediticia, la mejora de competitividad, la productividad. Contra las reglas del mercado, el peronismo, que en 2023 completará 18 años de gobierno de los últimos 22, ha provocado uno de los mayores fracasos sociales de los populismos comunistoides.

Que se lo pregunten a los habitantes de las villas miseria del conurbano bonaerense, con un 62% de pobreza y más del 80% de chicos que no consiguen superar la enseñanza secundaria. Siempre han votado en más de un 60% peronismo, pero en las pasadas elecciones el apoyo de la cuna del justicialismo bajó al 40%. Un contundente “no me mientan más, muchachos” contra el pobrismo, esa práctica política consistente en sustituir con subsidios la carencia crónica de empleos, insostenible en una economía que ya soporta tasas de inflación del 50%. Construir una ideología con la pobreza, en vez de centrarse en medidas para su eliminación, no da de comer.

Pésimos resultados sociales

Francisco, quien durante quince años fuera arzobispo de Buenos Aires, conoce bien esa práctica, también denominada “pobrismo eclesiástico". El historiador italiano Loris Zanatta se ha especializado durante décadas en la investigación de las relaciones entre iglesia argentina y peronismo; su conclusión es que históricamente han sido aliados inseparables. Sobre el Papa señala que “es hijo de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral” que ha llevado a los pésimos resultados sociales conocidos. A la pregunta sobre si es peronista, responde “absolutamente, sí”. A Carlos Marx le hubiera gustado este Papa, concluye.

La misma conclusión que la del periódico uruguayo de tendencia católica El País -no confundir- que hace esta valoración de la Fratelli tutti: “Tiene una visión de política económica que suma fracasos, crecimiento de la pobreza y situaciones de callejones sin salida”. Otros muchos analizan esta relación de Bergoglio con los populismos, como el periodista Ignacio Zuleta que, en El Papa peronista, evidencia una biografía inequívocamente justicialista.

Las alternativas que defiende Bergoglio, por el contrario, provocan -datos en mano- el crecimiento imparable del número de pobres.

Francisco comparte posiciones con quienes dicen combatir lo que llaman “neoliberalismo”, que, de tanto uso para todo, ya no significa nada. Pero a lo que realmente se enfrentan es a los modelos socialdemócratas, como el que representaba el sueco Olof Palme -“a nosotros no nos importa combatir la riqueza, nos importa extirpar la pobreza”-, que hoy, con reformas en profundidad para preservar su viabilidad, siguen demostrando su capacidad imbatible para construir clases medias. Las alternativas que defiende el Papa, por el contrario, provocan -datos en mano- el crecimiento imparable del número de pobres.

Hace unos días se constituyó en México la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) con el objetivo de apuntar contra EEUU, que en el imaginario de los populismos pobristas sería el responsable de todas los desastres de sus países. Con la presencia estelar en la reunión de las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba, había pocas dudas sobre las intenciones. Aunque Luis Lacalle, presidente de Uruguay, uno de los pocos con buenos resultados económicos, supo estar a la altura de un buen demócrata y le dijo a la cara a Díaz-Canel: “En Cuba no hay democracia, es una dictadura”. El dictador cubano le respondió -cómo no- “defiendes el neoliberalismo”.

Nuestro Gobierno, infectado por falacias soviéticas, como la de la cantidad fija de trabajo a repartir -los panes y los peces-, se acerca a Argentina y se aleja de Dinamarca

Falsifican una realidad en la que los verdaderos conflictos no son izquierda-derecha, sino populismo-democracia, ni capitalismo-anticapitalismo, sino capacidad para llevar pobres hacia la clase media frente a políticas que hunden a las clases medias en el pozo de la pobreza. Haría bien la Iglesia en adoptar una visión más pragmática en cuestión tan decisiva para millones de familias. Aquí, para nuestra desgracia, nuestro Gobierno, infectado por falacias soviéticas, como la de la cantidad fija de trabajo a repartir -los panes y los peces-, se acerca a Argentina y se aleja de Dinamarca.

Ahora que el PSOE en León y el Partido Comunista en su fiesta de Madrid homenajean al músico estrella de la dictadura castrista Silvio Rodríguez, que justifica sus crímenes, les podemos contestar con la letra de la canción que acompaña las movilizaciones de los demócratas cubanos contra la dictadura lanzada a la cara de dictadores, y aspirantes a serlo, por el presidente uruguayo en México:

Que no siga corriendo la sangre, por querer pensar diferente. ¿Quién le dijo que Cuba es de ustedes, si mi Cuba es de toda mi gente?

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