Opinión

Fiestas navideñas

La desidia del Gobierno en desmontar la mentira del Catalangate coloca al CNI ante su peor crisis
Pedro Sánchez y Pere Aragonés en La Moncloa.

Soy ateo y celebro las fiestas navideñas, faltaría más. Y me complace que los cristianos celebren sus fiestas sacras de la forma más lucida. A ver si van a ser los devotos del islam los únicos que tienen derecho a hacer ostentación pública de sus ritos, incluso de los más desagradables, como el degollar ovejas en público u ocupar calles y plazas en las ciudades occidentales para levantar el trasero y proclamar que su religión es la única verdadera, su Dios el más grande, y que su misógina y oscurantista sharía están llamadas a colonizar Europa y el mundo. Y los infieles que no queramos someternos a toda esa estupidez, hemos de resignarnos, si no queremos perder la cabeza. Eso sí, todo en nombre de la convivencia.

El cristianismo (a pesar del fanático Pablo de Tarso al que debemos la destrucción de tantas joyas artísticas, y del Papa actual fidelista–chavista–peronista) es una de las piedras angulares de la Civilización Occidental (la única que existe) y debería resistir en vanguardia el empuje de las hordas colonizadoras islámicas. El Islam, más que una religión, es una ideología imperialista y bárbara. Pero. Por ahora, la Iglesia cristiana se limita a culipandear con el salvajismo, a pesar de que los cristianos son rutinariamente perseguidos en países musulmanes, y masacrados en África. La última matanza se ha producido en Nigeria, hace unos días.

Las fiestas navideñas son fiestas humanistas y una celebración de la familia (hoy tan atacada por el wokismo, el mujerismo antimasculino, el izquierdismo colectivista y el culogordismo mental y social derivado de la riqueza de las sociedades democráticas). En consecuencia, estos días han sido para mí, días festivos. Con la natural melancolía, es verdad, propia de las liturgias familiares, donde la pérdida de seres queridos impone un carácter agridulce a la alegría de los vivos. Sin embargo, las festividades no me han impedido contemplar el manicomio político español. Cuánta falsedad, cuánto descaro, cuánta soberbia, cuánta mediocridad, cuánto bandolerismo, cuánto circo, cuánto cinismo, cuánta ausencia de rigor moral, cuánta corrupción, cuánta prensa ideologizada y manipuladora, cuánta delincuencia.

El presidente español inclina la cerviz ante la bandera de la región, comunidad o provincia catalana, delegada para la ocasión en la bandera de la policía regional. Las dos representan lo mismo

Y en el manicomio político español, un momento verdaderamente icónico. Me refiero a la fotografía de Sánchez, dos pasos por delante del diminuto Aragonés. En la imagen, el presidente español inclina la cerviz ante la bandera de la región, comunidad o provincia catalana, delegada para la ocasión en la bandera de la policía regional. Las dos representan lo mismo. Son lo mismo. Pero la bandera de la policía de la región resulta más humillante si cabe. El momento tiene un carácter solemne, cuasi religioso, el presidente de todos los españoles baja la cabeza, servil, ante una bandera subsidiaria, que no representa a ningún país, que sólo puede representar a una región española. Nada más. Da igual cuántas veces repitan los catalanistas y compañeros de viaje asociados, que Cataluña es un país, no lo es. Aunque, en honor a la verdad hay que decir que el partido PP y el partido PSOE llevan cuarenta y cinco años haciendo todo lo posible para que lo sea. En cobarde y corrupto contubernio con los nacionalistas independentistas, enemigos de los ciudadanos españoles libres e iguales. Deshonor a quien deshonor merece.

Pero. Volvamos a la imagen. No sé ustedes, pero yo, cada vez que la veo, tengo la sensación de que el diminuto Aragonés está a punto de pegar una patada en el culo a Pedro Sánchez. Y todo se torna aún más circense. Detrás y frente al doblado Sánchez, policías regionales visten el ridículo disfraz de la Guardia de Honor de los Mozos de Escuadra. Oropel de opereta tercermundista coronado por un bombín chato y rematado por unas alpargatas. Lo de las alpargatas es importante. Deja en evidencia la naturaleza real del independentismo catalán: el pancismo No se puede combatir por la libertad y la independencia en alpargatas. Qué evidencia simbólica. Las alpargatas proclaman: todo hay que obtenerlo mediante chantaje y matonismo, y un José María Bultó si hace falta, pero sin pasarse, no vaya a ser que el enemigo mande al Ejército o suspenda la autonomía. Filosofía menos sangrienta que la de los patriotas asesinos del País Etarra, cierto, pero no por eso menos truhanesca.

Una raza superior

Termina el año con la evidencia de que el traidor Sánchez se humillará y humillará a todos los españoles libres e iguales ante el altar de la grotesca fantasía Cataluña país, Cataluña nación y Cataluña hogar de una raza superior por la que vale la pena exprimir y, llegado el momento, sacrificar a los españoles libres e iguales. Olviden Pamplona, olviden la amnistía, olviden al mediador salvadoreño (castrista, por cierto), olviden los pactos y las anunciadas reuniones en el extranjero con el prófugo Puigdemont, olviden la colonización de las instituciones, olviden el uso fidelista de la máquina del Estado y del cofre del tesoro de los contribuyentes, olviden los modos mafiosos. Para reclamar la destitución de Sánchez basta ese inclinarse servil ante la bandera de los enemigos de los ciudadanos españoles libres e iguales. Con eso basta.