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Opinión

La fiesta de los truhanes y el dolor ajeno

Josep Guardiola, desolado.

“El fútbol es de lejos el deporte más popular del mundo. Durante cinco o siete años, el FC Barcelona fue el equipo más seductor del planeta y el hombre que lo dirigía, Pep Guardiola, se convirtió en el primer sabio del deporte más seguido e influyente. Varias revistas femeninas le nombraron el tipo más atractivo del momento. Yo lo comparo con Obama y lo hago para que se tenga en cuenta su magnitud. De Obama la gente se ha olvidado; de Guardiola, no”. Quien así se expresa es Adolf Tobeña, catedrático de Psiquiatría y Psicología médica de la UAB, en una entrevista firmada por Cristian Campos. “Además, Guardiola es la figura más prominente del secesionismo catalán. Su líder político es Puigdemont, cierto, pero Guardiola, que sabe dónde está, es su líder social”. Barça y nacionalismo, dos caras de una misma moneda. Durante un tiempo ejercieron una irresistible atracción por las cuatro esquinas del planeta. “Íbamos dando lecciones por el mundo, y el mundo nos contemplaba con admiración o eso creíamos”. De la mano del mejor jugador, el Barça dictaba pases magistrales sobre el césped, convertido en embajador de un movimiento independentista que logró captar la atención de las elites universitarias de medio mundo. Hoy el Barça es una ruina, económica y deportiva, mientras el separatismo, cuarteado en su seno, rumia una derrota que se resiste a reconocer. Ambos afrontan unas elecciones decisivas para su futuro. Barça y nacionalismo, vidas paralelas. 

La estética del fútbol-Barça, aquellas largas posesiones que dejaban al equipo contrario reducido a mero espectador, se correspondían con la de aquellas grandes manifestaciones de la Diada, tras las cuales había diseño, mucha elaboración, mucho especialista en movimiento de masas, mucho elemento visual de una plasticidad deslumbrante. Las victorias del Barça desataban la euforia en Canaletas y hacían subir como la espuma la fiebre identitaria de un movimiento que sin la rémora de España se creía capaz de alcanzar la luna sin necesidad de programa espacial. Las banderas del Barça que en los balcones engalanaban los triunfos en la Champions fueron sustituidas de forma paulatina por la estelada independentista. La comunión Barça-nacionalismo llegó a su clímax en 2015, con el triplete de Luis Enrique y la victoria de Junts pel Sí en las autonómicas de julio. Desde entonces todo ha sido una dolorosa cuesta abajo. El glamur de los Laporta, Guardiola y demás figuras de éxito, gente guapa, moderna y triunfadora “que creímos mundialmente admirada”, se fue apagando ante la ceguera de quienes estaban llamados a advertir que la vida es ciclo y que lo difícil no es llegar, sino permanecer. El mítico Guardiola no ha ganado una Champions desde que se fue del Barça, a pesar de que Bayern y Manchester City pusieron a su disposición todo el dinero del mundo. Y la junta directiva del Barça ha dilapidado al posiblemente mejor equipo de fútbol de la historia, llamado a haber ganado el máximo torneo continental siete u ocho años seguidos.

Los ocho goles que un Bayern correcaminos, en las antípodas estéticas de aquel gran Barça, le endosó en Lisboa vinieron a suponer el amargo despertar de un sueño, el aterrizaje en la dura realidad de un club pésimamente gestionado, incapaz de tomar las decisiones adecuadas tras avisos tan claros como los recibidos en Turín, Roma, París y Liverpool. “Los últimos años de Bertomeu han sido un desastre”, asegura un habitual del palco. “El nivel técnico y humano de quienes le rodeaban en la Junta fue cayendo en picado, lo que se tradujo en un deterioro alarmante de la calidad de la gestión. La toma de decisiones a partir de lo de Liverpool ha sido penosa”. El club está arruinado. En realidad, está a centímetro y medio de la suspensión de pagos. “Estas minusvalías, ocasionadas por la caída de ingresos por la pandemia, han reducido los fondos propios desde los 130 millones a apenas 30. Si el curso actual finalizara con unas cifras similares, el club entraría en causa de disolución” (Agustín Marco en El Confidencial). El rubro salarios más amortización de jugadores supera los 600 millones. Solo Messi absorbe 150 millones año entre sueldo, primas y un curioso “bonus de fidelidad”.

La dirigencia del Barça sabe que ha fracasado, ha quebrado el club, y lo ha hecho entre el ridículo más espantoso. Mucho mejor conocen su fracaso los Puigdemones, Junqueras y demás familia. Ellos saben que han conducido a Cataluña a un callejón sin salida

“Esto no es nuevo, que ya lo vivieron nuestros abuelos. El cambio de estadio de Las Corts al Nou Camp estuvo a punto de llevarse al club por delante a cuenta de la deuda contraída. Ahora podemos estar ante una situación similar”. ¿A quién le puede apetecer, en estas circunstancias, hacerse cargo de semejante ruina? A mucha gente, que el Barça es més que un club y sus elecciones a la presidencia (24 de enero), “más importantes que las de la Generalitat”. El sueño de todo burgués enriquecido; la aspiración de todo captador de rentas con ínfulas de liderazgo. Siete candidaturas, aunque en realidad son solo dos. Vuelve a intentarlo Joan Laporta, tras haber presidido el club en el periodo 2003-2009. Muchas mañanas se le puede ver en el Café Europa, Diagonal esquina con Francesc Macià, recibiendo despatarrado el saludo de la parroquia, dicharachero, carismático, mujeriego, bebedor, embutido en un ego brutal. Y nacionalista con un punto rebelde, incluso ácrata, difícilmente manejable. Hay quien dice que está en trance de suavizar su imagen pendenciera. “El Laporta de hoy es una persona más madura, más moderada, más sensata y mejor acompañada. No volverá a cometer los errores del pasado”. 

A la sombra de Jaume Roures

El otro es Víctor Font, genuino candidato nacionalista, un hombre enfrentado por fin al examen de su vida tras largos años de espera. La incorporación a su candidatura de un tipo como Antoni Bassas, diario Ara, parece indicar a las claras que va a contar con el apoyo en bloque del independentismo. “En caso de ganar las elecciones, Bassas sería el responsable del gabinete de presidencia y mi mano derecha”, ha explicado el propio Font. “Hay un ganador para la mayoría y un colocado”, cuenta un prominente catalán. “Pero ojo, no estoy tan seguro. De Font sabes cómo y con qué se ha ganado la vida en los últimos 10 años, cosa que no puedes decir de Laporta. Se trata de una cabeza ordenada que puede aportar una imagen de estabilidad al club, algo muy importante en la complicada situación en que se encuentra. El nuevo presidente del Barça deberá contar, además, con credibilidad bastante para sentarse con la banca a negociar el futuro, cosa difícil de imaginar en Laporta, aunque es verdad que ha incorporado a un ex de Caixa como Jaume Giró, un hombre sensato, bien visto en Madrid y Barcelona y con capacidad para tender puentes. ¿Nacionalismo? Me parece que ese debate va a quedar esta vez en segundo plano. Estas elecciones van a tener menos que ver con la política de lo que en Madrid se piensa. Los problemas del Barça son otros y muy acuciantes”.  

¿Quién va a querer trabajar ahora con Mediapro?”, se preguntaba este sábado Le Figaro

El verdadero hombre en la sombra tras Font es, sin embargo, Jaume Roures, el comunista millonario dueño del grupo Mediapro, la cabeza de la serpiente de casi todo lo que ocurre tras las bambalinas más allá del Ebro. Nada se mueve en la little Cataluña sin que lo sepa Roures, a nadie se toca sin el permiso de Roures. Font sería en este contexto su 'hombre de paja' destinado a dejar el control del Barça en manos de Mediapro, algo que el aludido niega. Pero Roures acaba de salir con el rabo entre las piernas de Francia. “En mayo de 2018, la Liga de Fútbol Profesional [gala] cerró un acuerdo con el grupo chino-español Mediapro para la reventa de los derechos televisivos de la Ligue 1 entre 2020 y 2024, por un importe de mil millones”, explicaba este sábado Le Figaro. “Cuatro meses después del inicio, Téléfoot, el canal creado para la emisión de los partidos, ha quebrado”. El grupo de Jaume Roures ha dejado a la Ligue 1 colgada con una deuda de 324 millones. “Mediapro se comportó como un matón”, afirmaba el sábado el diputado en la Asamblea Nacional Cédric Roussel. “Durante varios meses actuó como el inquilino que sigue disfrutando del apartamento sin querer pagar el alquiler”. El grupo se ha declarado en suspensión de pagos en el juzgado comercial de Nanterre. “El gran engaño de Roures consistió en hacer creer que su canal, 25 euros mes, era viable económicamente. Ahora hay quien duda de que realmente tuviera la intención de cumplir el contrato. Lo que seguramente pretendía era especular con la reventa de los derechos de la Ligue 1. El plan no funcionó y, como un jugador de póquer, siguió jugando hasta el final”.

“¿Quién va a querer trabajar ahora con Mediapro?”, se preguntaba Le Figaro. La agencia de calificación Moody's ya ha rebajado dos veces su rating debido a los problemas de liquidez y al elevado nivel de deuda, cercana a los 930 millones a cierre de 2019. Crítica situación financiera del Barça, cuchillos cachicuernos surcando el aire viciado del separatismo, y un golpe quizá mortal en Francia para el futuro del rojo millonario. Todas las altas torres han caído. Fue en su casa barcelonesa donde el tycoon invitó a cenar, un sábado de finales de agosto de 2017, al líder de Podemos, Pablo Iglesias, al portavoz de En Comú Podem Xavier Domènech y al vicepresidente y líder de ERC Oriol Junqueras. Un encuentro donde se urdió un pacto, patrocinado por Roures y sus millones, entre ERC y Podemos destinado a proponer al PSOE una moción de censura contra Mariano Rajoy en el Congreso para entronizar en la presidencia a Pedro Sánchez, atrapar a Sánchez en el cepo del populismo radical y del separatismo y, más a largo plazo, reeditar en Cataluña el tripartito entre ERC, PSC y Podemos. Todo lo que se pactó en aquella cena ha sucedido al pie de la letra.

Reírse del dolor ajeno

Nótese que la cena tuvo lugar en agosto de 2017, cuando aún faltaban varios meses para “el mayor espectáculo del mundo” que fue el referéndum del 1 de octubre de dicho año, o el sueño de una noche de otoño de una independencia que iba a durar exactamente ocho segundos. Lo que equivale a decir que Iglesias y Junqueras, y naturalmente Roures, sabían de sobra que el aquelarre del 1-O no pasaba de ser una farsa destinada a ir preparando el asalto al régimen del 78, además de a engañar a incautos. Ellos siempre lo han sabido, siempre se han reído en secreto de los cientos de miles de catalanes abducidos por el relato nacionalista, de esos “jóvenes educados en el fanatismo étnico, en el odio a más de la mitad de sus conciudadanos y a todo lo considerado español, jóvenes a los que se ha imbuido una historia distorsionada y una antropología demencial que les hace creerse víctimas y les convierte en verdugos” (Fernando Savater, el 13 de diciembre del año 2000, en la entrega a 'Basta Ya' del premio Sajarov a la libertad de conciencia del Parlamento Europeo).

La dirigencia del Barça sabe que ha fracasado, ha quebrado el club, y lo ha hecho entre el ridículo más espantoso. Mucho mejor conocen su fracaso los Puigdemones, Junqueras y demás familia. Ellos saben que han conducido a Cataluña a un callejón sin salida al fondo del cual solo hay miseria y dolor. Y no contentos con destruir Cataluña, ahora han exportado el problema al resto de España con la eficaz colaboración del doctor Sánchez. Pero ellos no la van a sufrir nunca. Laporta lleva décadas viviendo del dinero ajeno, copa de champán francés en mano, y así lo seguirá haciendo. Lo mismo que Laura Borràs, la nueva candidata a la presidencia de la Generalidad por Junts per Catalunya, el partido del prófugo de Waterloo, en las elecciones del 14 de febrero. Una mujer que se ha declarado “al servicio del expresident Carles Puigdemont, del 1 de octubre, de los presos y de los exiliados”. Han fracasado y lo saben, pero nunca pedirán perdón, muy al contrario, unos y otros se embarcarán en una perenne huida hacia adelante que garantice su estatus de logreros y embaucadores. Laporta y Borràs pertenecen a una elite –clase media pija, cultivada, rica- acostumbrada a vivir en una cierta opulencia. El sufrimiento que provocan no es para ellos. La fiesta de los truhanes y el dolor ajeno.

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