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Opinión

Pudremos

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y la portavoz parlamentaria de su grupo, Irene Montero.

Son rumores y nada más. Solo rumores. No hay delitos, no hay ni siquiera indicios, no hay nada más que rumores, rumores malintencionados, un juez que nos odia y que está montando una patochada de causa basada únicamente en rumores.

No oíamos repetir tanto la palabra 'rumores' desde los gloriosos tiempos idos (éramos tan jóvenes) de Raffaella Carrà. Rumores, rumores. Lo curioso es que esta machacona insistencia en la palabra, rumores, rumores, la están usando quienes han demostrado ser los mejores del mundo propalando precisamente rumores. Ellos y la extrema derecha. Son unos hachas con el célebre 'lo sé de buena tinta' y su vecino, 'esto es lo que el gobierno no quiere que sepas'. Se echa todo a rodar por el teatro de tuíteres y asunto resuelto. Aunque hay que admitir que esta última frase, tan querida por los sinvergüenzas engañabobos de YouTube, es más difícil de usar cuando uno ya forma parte precisamente del Gobierno.

¿Rumores? ¿En serio? Un abogado del partido, de apellido Calvente, descubre por casualidad que en la formación en la que él milita se están cometiendo barrabasadas. Que no se sabe qué pasa con el dinero, ni de dónde viene ni a dónde va. Que no aparece. Y que en las votaciones online para elegir representantes en elecciones primarias los votos se cuentan, siendo muy generosos, a ojo, a voleo. Vamos, que gana quien tiene que ganar, y punto. Y el abogado, me imagino, se dice: pero este comportamiento no es de izquierdas. Esto es hacer trampa. Esto no es ético. Esto es lo que leemos todos los días en la Prensa sobre los manejos clientelares de la derecha. Y el muy pánfilo, con la documentación en la mano, comete la idiotez de preguntar: “Oye, ¿alguien puede explicar esto? ¿Qué está pasando?”.

A lo largo de los años ha habido epítetos terribles que destruían la vida de una persona: asesino, drogadicto, concejal de urbanismo, pedófilo, muchos más. Ahora es el de acosador sexual

Pues lo que pasó quizá lo saben ya ustedes. Al abogado curioso y metomentodo lo despidieron. Lo echaron del trabajo y del partido. Y para justificar el despido le inventaron, repito, le inventaron una sórdida historia de acoso sexual a una compañera. Era todo mentira, como acaba de demostrar la jueza, pero el creador de la patraña era fan, supongo, más que de Raffaella Carrà, de Gioacchino Rossini, que en su ópera El barbero de Sevilla introdujo esta obra maestra en la cual se describe con toda claridad cómo se inventa una calumnia y qué le pasa al calumniado: “El infeliz, envilecido, aplastado, tendrá suerte si sobrevive al azotamiento público”. Como decía aquí mismo hace unos días Álvaro Nieto, ahora mismo no hay acusación más grave ni más vergonzosa que se le pueda hacer a ningún varón. A lo largo de los años ha habido epítetos terribles que destruían la vida de una persona: asesino, drogadicto, concejal de urbanismo, pedófilo, muchos más. Ahora es el de acosador sexual, y desde luego no sin motivo. Pues eso es lo que le destinaron al curioso Calvente sus antiguos compañeros. Es lo que se llama una canallada asquerosa.

Calvente, desde luego, no se amilanó. Cogió sus papeles y sus carpetas y se fue al Juzgado. Denunció lo que sabía, la podredumbre que había descubierto. Y las cañas se volvieron lanzas. Y cambiaron de dirección: se volvieron contra los calumniadores. Porque muchas veces la derecha, sobre todo la neofranquista, había tratado de enfangar al partido acusándolo de hacer cosas que ellos, los acusadores, sabían hacer mejor que nadie porque llevaban cometiéndolas durante décadas. Pero esta es la primera vez que un juez admite la denuncia no solo contra algunas personas físicas, sino contra el propio partido (el del 15-M, el de la casta y la Susana, el del asalto a los cielos, el de “la gente” y todo lo demás) como persona jurídica.

El partido está usando las mismas argucias que tantas veces señaló en sus adversarios: no hay nada, todo es una campaña orquestada

Rumores, ¿eh? El partido está usando las mismas argucias que tantas veces señaló en sus adversarios: no hay nada, todo es una campaña orquestada (les ha faltado añadir aquello de que “si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”, recuerde el lector quién lo dijo); ese juez está al servicio de la extrema derecha, porque ya se sabe que los jueces son buenos si hacen lo que nosotros queremos; si no lo hacen, es que están al servicio de “oscuros intereses”. Son todo suposiciones, no hay indicios, no hay más que… rumores. Nananá. Sarà la paura. Io da sola non mi sento sicura, sicura.

Fascismo y estalinismo

Decía Ortega, en el prólogo a la edición francesa de La rebelión de las masas (1937) que ser de izquierdas, lo mismo que ser de derechas, le parecía una mutilación, como renunciar a la mitad del ser humano. Claro que los referentes de Ortega para definir ambos términos eran el fascismo, que entonces parecía una cosa muy moderna e incluso atractiva, y el estalinismo, del que mucha gente (no toda) pensaba algo parecido. Yo creo que hoy ya no es así. Si algo debe caracterizar a la izquierda de nuestro tiempo es un componente a la vez ético y solidario; una preocupación por los demás, por los menos afortunados. Pues muy bien. Si eso fuese cierto, díganme ustedes dónde ven tal cosa en una gente que roba como los demás, que hace las mismas trampas que los demás y que crea calumnias de corte estalinista destinadas a destruir a las personas.

Quizá les salve, al menos de momento, su espejo, su reflejo en la otra punta: Vox, que se comporta como la Tarasca en las fiestas populares: no hace más que ruido y dar saltos, y los da con tal torpeza que hace simpáticos y hasta creíbles a todos los demás. Pero yo no dejo de preguntarme hasta dónde llegará la capacidad de aguante del presidente Sánchez, hasta dónde la anchura de sus tragaderas, hasta dónde su empecinamiento en mantener vivo el gobierno más descosido y desmadejado de nuestra historia democrática desde el último de Suárez, que se dice pronto. Un Gobierno en el que nadie se fía de nadie y unos ocultan sus cartas unos a otros, se callan mucho más de lo que se dicen. Y para qué. En nombre de qué. Para conseguir qué, aparte del perfume mareante del poder.

Cambiar de pareja

Quizá salvo en Italia (la Italia del último medio siglo, no la de ahora mismo), ningún país plenamente democrático de Europa occidental ha vivido un gobierno como este, que no se convierte en una reyerta pública porque les mantiene unidos solamente una cosa: el pegamento del poder. Quizá haya llegado ya el momento de dar su verdadera importancia a la condición ética que no llegó a ver Ortega en las izquierdas de su tiempo (cómo la iba a ver, desde luego) y cambiar de pareja en medio del tango. Es un riesgo, sí. Pero sinceramente creo que un riesgo no mayor que el de seguir vendidos a gente de la que no puede uno fiarse prácticamente para nada.

O eso, o esperar al día, seguramente no lejano, en que la pudredumbre nos llegue a todos por encima del ombligo. Con música de la Carrà. No sería la primera vez.

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