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Opinión

Es la falta de costumbre

Javier Maroto, Pablo Casado y María Dolores de Cospedal

Carretero, mi padre, se ha pasado la vida leyendo a Séneca, Marco Aurelio y el famoso Manual o Enchiridion de Epicteto, y sin duda como consecuencia de eso tiene una concepción de la política que suele dejar perpleja a la gente:

–Lo único decente y noble que puede hacer ahora el Partido Popular es disolverse.

–¿Cómo dices?

–Lo que oyes. Los hombres públicos, o sea los políticos, deben actuar en beneficio de los intereses de los ciudadanos, no de los suyos propios, decía Cicerón. Es evidente para toda persona sensata que los del PP llevan muchos años usando los cargos públicos en su propio provecho. Hace muchos años que se convirtieron en una partida de bandoleros. Y ellos lo saben. Admitirlo y disolverse ahora sería un acto de nobleza que les redimiría.

–Pero papá, España necesita un partido de derechas.

–Ya lo sé. Que se disuelvan, que reflexionen y que se refunden. Que vuelvan como otra cosa; la que sea, pero honrada. Mientras tanto, la gente de ese chico, Rivera, puede hacerles el avío. Pero el problema es serio, porque los del PP no tiene costumbre de comportarse con honradez. Eso es lo que pasa.

Habrá de todo, creo yo, pero sí lleva razón Carretero en lo de la falta de costumbre. A los del PP les están pasando cosas que no les habían pasado nunca y se nota muchísimo. Rajoy, que era la torre de Hércules, ha desaparecido como una gota de agua en el río que va a dar a la mar, que es Santa Pola, y su gente se ha quedado desamparada, como arrecida. Lo que dice mi padre: “En nada más que una semana, Mariano ha dejado el partido como un solar; hay que reconocer que eso tiene su mérito, ¿eeh?”

Mariano se largó dejando el partido como un solar, y quizá murmurando aquello de Estanislao Figueras: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”

Se han perdido, parece, las Tablas de la Ley que dictó don Manuel Fraga cuando, en el Paleolítico de la Transición, se coló en la presidencia del partido Hernández Mancha, y Fraga tuvo que bajar del Sinaí como un carro de combate para poner orden, entonces y en los siglos venideros. Pero Rajoy ha huido sin imponer las manos a nadie, sin nombrar heredero, como estaba mandado. Se ha largado quizá murmurando lo que dijo Estanislao Figueras cuando dejó la presidencia de la primera República, en 1873: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Se subió a un tren, se largó a París y no volvió. En el PP no están acostumbrados a que no les digan quién es el jefe, a quién hay que acarrear en la silla gestatoria, a quién hay que aplaudir, con fervor de procuradores en Cortes, en los mítines, en las convenciones, en el Grupo Parlamentario, en La Razón. ¿Qué hacer ahora?

Por eso se ha producido el desastre de esa especie de primarias que parecían diseñadas por un aprendiz de brujo. De 800.000 presuntos militantes, se apuntaron para votar algo más de 66.000. Y de esos, 8.000 se quedaron en casa. ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo es posible que para elegir al presidente del partido más numeroso de España se haya movilizado tan solo el 7% de sus militantes? Pues miren ustedes, porque no hay costumbre. Son demasiados años riéndose de las primarias de los demás y confiando en el Dedo de Dios, que todo lo solucionó siempre. Pero el Dedo de Dios era una formación rocosa curiosísima que había en Agaete, Tenerife. En 2005, una tormenta lo derribó. En la calle de Génova nadie tomó nota del augurio.

Quizá a los militantes del PP les pasa lo que dice Carretero: que se creen que todo es, en realidad, una broma. ¿Para qué van a ir a votar si los que decidirán de verdad quién va a presidir el partido serán los compromisarios del Congreso? ¿De qué sirve, entonces, el voto de la gente? ¿Para eliminar a los sobrantes, como si se tratase de la fase de grupos del Mundial de fútbol? ¿Para que luego la decisión final la guisen entre cuatro o cinco, como ha pasado toda la vida? Puede que sí, puede que no: pero esa es la impresión que da.

En el PP no están acostumbrados a que nadie les diga a quién hay que acarrear en la silla gestatoria, a quién hay que aplaudir con fervor de procuradores en Cortes

No tienen costumbre de democracia interna. Durante muchos años han reclamado que se dejase gobernar al partido más votado, naturalmente porque eran ellos. Ahora, el que ha quedado segundo en esa diminuta carrera de seis caballitos está intentando pactar con los otros cuatro perdedores para hacerle la cusqui a quien ha ganado, que es Soraya. Está claro: hay falta de costumbre de acordarse de las cosas que uno mismo ha dicho.

Y luego está la controversia entre los candidatos. Están acostumbrados a poner de vuelta y media al adversario, a echarle encima a lo que Màxim Huerta, que santa gloria haya, llamaba con todo acierto “la jauría” de sus periodistas. Caramba, pero es que hasta ahora el adversario era siempre otro. No había pasado nunca que el rival fuese alguien a quien estabas acostumbrado a abrazar y a cubrir de besos en los mítines. Uno de los tuyos. O eso creías. Y esto de ahora, ¿cómo se hace? ¿Se le insulta, se le descalifica, se le escarnece como han hecho siempre con el enemigo, o ahora hay que tener cierto cuidado? ¿Y cómo se tiene cuidado con el rival, si ni te lo pide el cuerpo ni hay costumbre de semejante tontería? Habrá que recordar la célebre frase de Pío Cabanillas Gallas, inteligente ministro de las postrimerías del franquiense: “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros…”

¿Y quiénes son “los nuestros”? Casado es joven, tiene imagen y sabe sonreír, pero lleva adherido al cuerpo un máster con detonador de mando a distancia. Y ese mando lo tienen sus compañeros de partido. Le darán al botón cuando les interese. Porque tenía razón Konrad Adenauer: “En política hay enemigos corrientes, enemigos mortales y compañeros de partido”. Soraya es muy brillante y ya se entiende con el “aparato” del PP, la bien engrasada cadena de mando, pero pertenece a la old people, a la vieja guardia que ni siquiera se tapó las narices con la corrupción generalizada de los suyos y que ha hecho con Cataluña más o menos lo mismo que un elefante habría hecho en una cristalería. ¿Cómo lo resolverán, si no hay costumbre de estos problemas? Y cuando llegue el congreso del PP, dentro de unos días, ¿quedará, en realidad, algo que resolver o todo el mundo se habrá lanzado ya al agua para nadar hasta el barco del “chico Rivera”? Carretero no tiene dudas:

–Se tienen que disolver. Y luego, refundarse con otro nombre y otras caras. Si lo han hecho los ladrones del partido de Pujol, ¿no lo van a saber hacer estos?

Ahí sonríe con cierta mala leche y añade:

–Pero sin priiisas, ¿eh? Hay que ser generosos con ellos, caramba, que lo del dolor de los pecados y el propósito de enmienda lleva su tiempo. Si yo fuese Sánchez convocaría elecciones para dentro de… digamos dos años. Cuando la nueva derecha esté preparada.

Y concluye:

–A ver si hasta entonces podemos disfrutar un poco, caramba…

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