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Opinión

El extraordinario caso del Doctor Jekyll y Mr. Torra

El nuevo presidente de la Generalitat, Quim Torra, sale del edificio del Parlament.

El President de la Generalitat insiste en dialogar y dialogar para, a los cinco minutos, lanzarse por la pendiente desatada más radicalmente separatista. ¿Está por aceptar la ley o no? ¿A quién pretende engañar, a los separatistas, al Estado, a Puigdemont? La respuesta: a todos.

Nadie sabe qué piensa el President

A estas alturas, nadie, ni sus más cercanos colaboradores, tiene idea de hacia dónde se dirige la estrategia de Quim Torra. Es evidente que está sumido en una serie de gestos simbólicos que no tienen otra finalidad que satisfacer a su público. Visitar a Puigdemont en Berlín o al resto de fugados en Bruselas, así como acudir a las cárceles para ver a los ex miembros del gobierno, no deja de formar parte del colosal juego de espejos en el que está inmerso el separatismo catalán.

En ese juego de prestidigitación, Torra tiene muy claro que lo que debe hacer, antes que nada, es consolidarse como líder, de ahí que cultive las buenas relaciones con las CUP, tan necesarias para dar la sensación de que la república catalana no es algo de derechas exclusivamente. Al President lo respetan los cupaires, y éste lo sabe. Sabe también que el equilibrio entre el PDECAT y Junts per Catalunya se romperá a la que acabe de cuajar el proyecto político que Agustí Colominas, ex dirigente de la fundación convergente CatDem y asesor tanto de Artur Mas como del fugado en Bruselas, está organizando: el Partido Nacionalista Catalán. Ahí pretenden llevar a la ex Convergencia, a gente de Esquerra que no esté por retornar al Estatut e incluso a cupaires desencantados.

El futuro partido, ya legalizado ante el ministerio del Interior, va a ser el final de un largo camino, el que iniciara el partido de Jordi Pujol para esquivar las acusaciones de corrupción montando el PDECAT, y que ahora pretende cobrar nuevo impulso con esa formación que intentará emular al Scottish National Party. Colominas y Torra se entienden muy bien, ya que ambos conocen perfectamente los diferentes nacionalismos en el Reino Unido. Tanto el escocés como el galés, amén del tema de Irlanda, en el que Colominas es un experto. Son conscientes de que el separatismo debe ir en una sola formación a las elecciones, de ahí su deseo uniformizador y la creación de un partido único, con todo lo que esto comporta.

Es una maniobra a medio y largo plazo, y como Torra no puede aparecer ante sus socios de Esquerra anunciando que lo que desea es que acaben disolviéndose en una formación de corte derechista y con carácter caudillista, tiene que ir templando gaitas y acallando suspicacias. Las de los de Oriol Junqueras no son pocas, ciertamente, pero en Berlín no crean ustedes que no andan con la mosca detrás de la oreja. Ese Torra que, ora aparece simpático, agradable, divertido y conciliador, ora se convierte en intransigente, totalitario y demonizador del adversario, causa no poca perplejidad entre los suyos. Hoy parece aceptar la posibilidad de un nuevo Estatuto y mañana dice que o, república, o nada. Y si a los suyos los mantiene en ese estado dubitativo permanente, imagínense a los que deben responderle desde Madrid. Nadie entiende nada. Nadie sabe lo que oculta Torra. Y, sin embargo, no es difícil.

La funesta manía de querer pasar a la historia

Torra desea fervientemente que Cataluña sea independiente de una España a la que ha calificado de todas las formas peyorativas que puede uno imaginar. Lo demuestran sus artículos, sus tuits, sus conferencias. Eso es indudable y, por tanto, toda otra variable le llevará siempre al mismo lugar de llegada: la república catalana. Que intente ganar tiempo con una comisión bilateral, con un nuevo Estatuto, con pactar leyes impugnadas que afectan a cuestiones como la pobreza energética, no son más que pretextos para ganar tiempo. Un tiempo que necesita para rearmar al separatismo, poner orden en sus filas, esperar que se inhabilite a los fugados y encarcelados y que el frente judicial se despeje. Todo ello con gran profusión de lo que se quiera: manifestaciones, indignación, lazos amarillos, protestas, demandas judiciales y la caraba en verso, pero al separatismo intelectual que representa Torra lo que le interesa ahora es fundar una nueva organización política que asuma en un solo puño al PDECAT, Junts per Catalunya, Esquerra, CUP, ANC, Ómnium, CDR, amén del extenso y complejo entramado de sindicatos y asociaciones separatistas. Torra lo quiere bajo un mismo manto, al igual que hiciera Pujol cuando gobernaba. Al final, las decisiones las tomaba él y solo él.

Torra, Colominas y el grupo de personas que están formando ese embrión de nuevo partido están intentando evitar los errores del pasado, las improvisaciones, los excesos de confianza. Tienen claro que la independencia no va a llegar a medio plazo, de ahí que estén trazando las vías para posibilitarla cuando llegue el momento político más oportuno. Solo precisan de tiempo, dinero y una mayor base social. Por eso Torra alterna sus estados de ánimo, porque tiene que contentar a muchos frentes de muy diversa condición.

No es raro que Torra sea Jekyll o Hyde, según le convenga. Es el juego favorito del nacionalismo catalán

Tiempo. Eso es lo que necesitan. Tiempo que jamás podrían obtener si no fuese por un 155 que se aplicó tarde y mal o por un PSOE que parece más inclinado a contemporizar con el separatismo que actuar en su contra. Que nadie se llame a engaño: si el nombramiento de Josep Borrell ha provocado oleadas de indignación entre los de la estelada es por el fenómeno de acción-reacción. Saben que Pedro Sánchez está más que dispuesto a entenderse con ellos. Busquen en internet un vídeo en el que el ex juez Santiago Vidal habla de una reunión mantenida entre él, Sánchez y unos cuantos más y vean como todo lo que está pasando se tenía más que previsto.

No es raro que Torra sea Jekyll o Hyde, según le convenga. Es el juego favorito del nacionalismo catalán. El mismo Pujol que se encaramaba al balcón de la Generalitat para decir que el Estado no podía darle lecciones de moral aceptaba, al poco, ser español del año. El mismo Pujol que continúa asistiendo a actos públicos en el que se le recibe en triunfo – algún día deberemos hablar de a qué ramas se refería cuando amenazó con sacudir al árbol – y que mantiene su discreta pero eficaz tutela sobre los que ahora son protagonistas de la escena política catalana. Un Pujol que amenazaba y luego sonreía, que chantajeaba para luego hacer profesión de fe en la constitución.

En argot policial, a eso se le denomina ducha escocesa, es decir, ahora te arreo un par de soplamocos, ahora viene otro y te dice que mejor que confieses porque ya ves como se las gasta el bestia de tu compañero. Que Torra practique esa ducha escocesa en su misma persona dice mucho acerca de lo poco que se fía de los demás. Además, la ducha, insistimos, es escocesa, esa Escocia de la que tanto gusta hablar al separatismo, pero de la que jamás se dice que tiene muchísimas menos competencias que la comunidad autónoma de Cataluña.

Ya lo ven, no es tan complicado saber qué piensa Torra y por donde van a ir las cosas. Lo realmente difícil es adivinar como el Estado parece no enterarse de nada. Ni antes con Rajoy ni ahora con Sánchez.

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